Solución final en Génova 13

la soledad

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El PP ha saltado por los aires y los cascotes todavía no han llegado al suelo. Ya nadie duda de que este estallido vaya a marcar un antes y un después en la historia reciente del principal partido de la oposición y todavía máximo estandarte de la derecha española. ‘Y luego dicen que son las bandas latinas las que andan a puñaladas por Madrid’, leo en un tuit y poco más hay que añadir. Las puñaladas son nacionales, rojigualdas para ser más exactos, y la batalla se desarrolla entreplantas de Génova 13.

La ruptura no tiene vuelta atrás. No hay posibilidad alguna de retorno cuando se dinamitan todos los puentes como han hecho este jueves la presidenta de la Comunidad de Madrid y la dirección nacional del Partido Popular. O Pablo Casado o Isabel Díaz Ayuso se van a quedar en el camino. A priori solo habrá espacio para uno de ellos si el próximo congreso popular, que probablemente se va a celebrar en el mes de julio, no decide acabar con ambos y convencer a Núñez Feijóo para que por fin viaje de Santiago de Compostela a Madrid.

Porque es el propio futuro inmediato del Partido Popular el que camina por el filo de la navaja. Su capacidad de autodestrucción, de dispararse en el pie continuamente, de subirse sobre un escorpión que irremediablemente le acabará envenenando, no tiene igual en la política española y este huracán, que no tormenta de verano, le va a abrir no pocas vías de agua que a buen seguro aprovechará la extrema derecha de Abascal para seguir creciendo a su costa. El peligro es real y cada tropezón popular tiene visos de acabar convirtiéndose en más y más votos para la siempre inquietante ultraderecha, como podríamos comprobar si a Pedro Sánchez se le ocurriera ahora convocar elecciones anticipadas.

Al final, como en la mayoría de los grandes conflictos, resulta casi imposible saber cual fue la chispa inicial que finalmente ha conseguido poner patas arriba a los conservadores. Rechazo de antemano que, realmente, todo esto tenga algo que ver con las fechas para la celebración del congreso del Madrid, algo que suena hasta ridículo, y me inclino más a pensar que es la consecuencia directa de una verdadera y sucia lucha de poder para hacerse con el control total del partido.

Desde el principio, Ayuso y su entorno han hecho de la deslealtad una forma de hacer política que no ha sabido ser contrarrestada por un Casado acomplejado y débil rodeado de un grupo de apparatchiks mediocres y atemorizados por la Puerta del Sol, pendientes unicamente de defender a su líder y a sí mismos en lugar de responder con argumentos los ataques, directos casi siempre, del equipo de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

El desencadenante final ha resultado ser una comisión recibida por el hermano de Ayuso; comisión que ella misma ha reconocido que ha cobrado pero siempre, afirma, dentro de la legalidad. Ya veremos, porque el combate no ha hecho más que empezar y los aparatos de los grandes partidos son armas de destrucción masiva por mucho que la presidenta disponga de algunas viejas-jóvenes-glorias populares dispuestas a llegar hasta el final para acabar con Casado y que creen que ha llegado ya la hora de descabalgarlo. Y también, todo hay que decirlo, con la ayuda inestimable de una buena retahíla de medios de comunicación que en demasiadas ocasiones se mueve menos por cuestiones periodísticas que crematísticas.

Después de la comisión cobrada por Tomás Díaz Ayuso, la película de este calvario popular continuó con la investigación interesada de la dirección del PP, las advertencias o amenazas veladas contra la presidenta madrileña y un espionaje modelo ‘Mortadelo y Filemón’ diseñado por Ángel Carromero. El hasta ahora 'número 2' del Ayuntamiento de Madrid es un tipo gris donde los haya, mano derecha e izquierda de Martínez Almeida y amigo personal de Casado y García Egea, y se ha convertido en la primera cabeza en rodar para disgusto de sus jefes a los que ha dejado al descubierto más pronto de lo recomendable. Pero Carromero no va a ser la última víctima de este convoluto que lleva camino de convertirse en un vía crucis interminable con más estaciones de las que este PP en horas bajas va a poder soportar.

Como muy bien dijo Groucho Marx, "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Dicho queda.