Se equivoca de lleno Pedro Sánchez si realmente cree que la fotografía de la militancia del PSOE es exactamente la que se desprende del resultado de la consulta socialista del pasado sábado, en la que el 87,13 por ciento de los que fueron a votar apoyaron sus pactos con Sumar y con los independentistas.
Se equivoca Pedro Sánchez si desprecia por ello a los hermanos García-Page, Emiliano y Javier, y a otros muchos socialistas, hasta llegar al 11,93 por ciento de militantes de carné y cuota mensual que implícitamente rechazaron el sábado una ley de amnistía para comprar a Puigdemont los siete escaños que necesita el líder socialista.
Se equivoca, en definitiva, Pedro Sánchez si no mira con objetividad el interior de su casa y examina concienzudamente, más allá de su interés personal, qué va a sucederle a su partido si logra sacar adelante lo que se empeña en sacar adelante.
Para altos cargos del PSOE, que están en absoluto desacuerdo con amnistiar a Puigdemont y compañía, pero callan por lealtad a las siglas, lo que se viene encima son "dos décadas en la oposición", con el agravante de que además será imposible la reconciliación entre españoles que vende el argumentario oficial porque dos no se reconcilian si uno quiere, y uno, no quiere.
El nudo en el estómago de muchos militantes y también seguidores socialistas no se va a deshacer en mucho tiempo. Y hay quien piensa que Sánchez no es plenamente consciente de esta ruptura que viene y de lo que puede suponerle al partido a corto y medio plazo.
El pasado sábado el censo de militantes del PSOE con derecho a voto era de 172.611, 16.000 menos que el 21 de mayo de 2017 cuando derrotó en las primarias a Susana Díaz y fue nombrado por segunda vez secretario general. Casi un 10 por ciento menos de militantes desde la llegada de Sánchez a la dirección socialista. Y todo parece indicar que va a seguir cayendo el número de afiliados si finalmente la ley de amnistía se hace realidad.
También haría bien el secretario general socialista en no hacer caso a esos voceros, de la dirección de su propio partido y de los medios de comunicación afines, que ya empiezan a relacionar el rechazo a la futura ley exclusivamente con la extremísima derecha y demás grupos afines; a hablar de buenos y malos, de progresistas y retrógrados, cuando ni los unos son todos buenos ni mucho menos progresistas ni los de enfrente son malísimos ni mucho menos antiguos votantes de Fuerza Nueva. O a intentar comparar, es lo último del argumentario de determinados medios, a Ferraz con el Capitolio de Washington.
Es evidente que la extremísima derecha guiada por Vox y por grupos neonazis se está encargando de tutelar y de tratar de deslegitimar las muy respetables protestas contra la ley de amnistía que prepara el líder socialista. Y lo hace, como siempre hace estas cosas la extremísima derecha, echando mano de la violencia, de profesionales de la provocación y del mejor cuanto peor; de la barra de hierro, la pala, los símbolos nazis y los insultos disfrazados de patriotismo y envueltos con la bandera de España.
Y aunque son pocos, un cinco por ciento de los manifestantes, según la Policía, se nota su presencia. Es la extremísima derecha de toda la vida, la siempre oscura y patibularia, que ha encontrado el caldo de cultivo necesario para volver a la palestra y disfrutar de otros quince minutos de gloria en su lamentable aportación a la historia de este país.
Es evidente, también, que esta violencia está desvirtuando una legítima batalla. La de todos aquellos ciudadanos que quieren hacer patente que no están de acuerdo con una ley que debería haber pasado el tamiz de las urnas si Pedro Sánchez hubiera tenido el valor de haberla defendido abiertamente -hizo más bien lo contrario- antes del 23J.
Pero las imágenes que nos están dejando las protestas ante la sede de Ferraz y aledaños son muy preocupantes por su significado y ya hay quien quiere compararlas -el enemigo tiene derecho a disparar, aunque las diferencias resulten abismales- con las acaecidas en Barcelona tras la sentencia del procès en 2019. Y aunque cualquier parecido es pura coincidencia, las imágenes está ahí y plasman lo que plasman. Es de esperar que las ramas, que las hay y son abundantes, no le impida al líder socialista ver la profundidad del bosque.
Porque ciñéndonos exclusivamente a esta ley de amnistía que se está negociando en Bruselas, el rechazo va más allá de las ideologías. Y eso lo sabe el presidente del Gobierno en funciones, que ya anticipó en el último Comité Federal del PSOE que la medida iba a resultar impopular y difícil de aceptar incluso para los miembros de su partido y que lo hacía "por España". Y por muy grande y lamentable que sea el favor que Santiago Abascal y sus salvajes de ultratumba le están haciendo a Pedro Sánchez, salpicando de violencia las concentraciones contra la ley, no debería ampararse en ello para confundir deseo y realidad.
El rechazo a dar una amnistía para poder seguir en el Gobierno no nace exclusivamente de los herederos o hijos políticos del dictador. El hedor que desprende la medida alcanza a ciudadanos que en las últimas elecciones votaron de un extremo a otro del actual arco parlamentario español. Conozco a votantes de Sumar que rechazan abiertamente la prebenda y la ambición desmedida del líder del PSOE; y a militantes socialistas, de los militantes de verdad, de los que pagan su cuota y todo eso, de los que votaron el pasado sábado, que sufren arcadas al ver lo que está haciendo su secretario general, pero que no abren la boca por obediencia debida.
Aunque este pasado fin de semana el ‘Si’ ganó de forma contundente, hubo un 12 por ciento de militantes del Partido Socialista, de los de toda la vida también, de carné y principios, que votó contra los pactos del PSOE con Sumar, que es como votar, no nos engañemos, contra la medida de gracia con la que Sánchez comprará su continuidad en La Moncloa. Hubo 13.053 militantes del puño y la rosa que dijeron ‘No’ a los pactos. Otros 1.035 que o votaron en blanco o su papeleta fue anulada por los insultos de rigor de todas las votaciones. Y otros 63.158 de los que pagan todos los meses, de un censo de 172.611, que no se acercaron a votar.
¿Saldrá alguien de la dirección del PSOE a acusar directamente a esos 13053 compañeros de partido de fascistas, nazis, fachas, ultras o retrógrados por decir ‘No’ a la amnistía de los independentistas? ¿Saldrá alguien a decirle a Javier, el hermano de Emiliano García-Page, que no es progresista o socialista de principios, o incluso cosas peores, por haber anunciado que se va del partido al no sentirse ni a gusto ni representado con una dirección socialista que es capaz de hacer juegos de mano con Puigdemont a cambio de los siete votos que necesitan para seguir gobernando?
No, insisto una vez más, el rechazo a la ley de amnistía va infinitamente más allá de lo que representa la violenta extremísima derecha. Hay quienes simplemente están en contra de comprar con ella a los independentistas amparándose en el estado de derecho, en el sentido común o en lo que ellos creen que es mejor para este país. Y estos, que son mayoritarios, repito, no portan ni palos ni palas, ni cruces gamadas ni aguiluchos. Los hay, claro está, en la derecha y en el centro, pero también, y no pocos, en la izquierda, y en el propio PSOE. Son ciudadanos como Javier García-Page que piensan que no todo se puede vender en la vida.