1524 días después, el presidente del Gobierno ya puede dormir tranquilo. Ni Pablo Iglesias ni su alargada sombra están ya en el Gobierno de la nación. Han pasado cuatro años, dos meses y dos días desde que Pedro Sánchez le confesara a Ferreras en La Sexta que tener a los morados en el Consejo de ministros envenenaba sus sueños. Y aunque se refería a los ministerios de Estado que duda cabe que su mera presencia le provocaban pesadillas al líder socialista.
Sánchez ya no tiene a ningún miembro de Podemos en el Gobierno que le impida descansar en paz. Gracias a Isabel Díaz Ayuso perdió en el camino a Pablo Iglesias, el líder indiscutible, y este lunes eliminaba cualquier vestigio, rastro o raspa de su antiguo aliado.
Borraba el presidente de un plumazo a Irene Montero y a Ione Belarra -"Querida ministra Belarra, hoy Sánchez nos echa de este Gobierno", dijo ayer la ya ex ministra de Igualdad- y con ellas desaparecían los tentáculos del otrora vicepresidente primero, el hombre que ha vivido desde ‘lo de Ayuso’ como San Lamberto, con la cabeza en la mano, que diría José Antonio Labordeta, y sin percatarse de que se la habían arrancado de cuajo.
De pronto, Pablo Iglesias se ha convertido ya, oficialmente, en un muerto viviente. Pero sería mejor que los socialistas se cubrieran las espaldas en esta complicada legislatura y no olvidaran que nada hay más peligroso en política que los muertos vivientes con deudas que cobrar, especialmente si cuentan con cinco diputados bajo su mando y la posibilidad de reventar cualquier votación.
Es imposible que Pablo Iglesias deje de ser Pablo Iglesias. Es imposible, también, que, como el escorpión, se resigne a no seguir los mandamientos de su taimada naturaleza y acabe mordiendo, sí o sí, aunque en el ataque le pueda ir la vida. Él es y seguirá siendo lo que ha sido siempre. Y ahora, en estos instantes, sólo piensa en cómo y cuándo va a devolver el golpe.
Es muy probable que en las últimas horas la bilis le corroa las entrañas al comprobar que fue él quien llevó a Sánchez a la Moncloa -y el que preparó las alianzas con nacionalistas e independentistas que ahora han vuelto a hacerle presidente- y que así se lo ha pagado el socialista. La verdad es que hace ya mucho tiempo que Sánchez ha dejado de pagar a su antiguo socio. Y cierto es también que Belarra y Montero estaban ya muertas, aunque se empeñaran en seguir respirando.
Hombre de memoria líquida cuando no escueta en algunas ocasiones, Sánchez no olvida fácilmente, sin embargo, las humillaciones sufridas ni a quienes se las han proferido. Y nadie le ha humillado tanto y tan seguido en el pasado como Iglesias. De aurora boreal fue aquella rueda de prensa del líder de Podemos tras las elecciones de abril de 2019 en la que ridiculizó abiertamente al secretario general del PSOE ofreciendo a su formación para un Gobierno de coalición a cambio de la vicepresidencia, de la mitad de los ministerios, del CNI, de la televisión pública… Y todo ello con esa media sonrisa en los labios de quien lo único que pretende es carcajearse del rival.
Sánchez nunca ha olvidado aquello, aunque entre medias hubiera un flechazo de conveniencia. Intuía entonces que tarde o temprano le llegaría su hora al bolivariano. Y le ha llegado. El primer tajo se lo dio Ayuso al convertir en polvo a Pablo Iglesias en las autonómicas del 4 de mayo de 2021. El segundo ha sido la ‘ley del sólo sí es sí’ de Irene Montero; una ley presentada por la ministra de Igualdad, aunque apoyada por el Ejecutivo al completo, incluido el presidente, pero cuyos graves efectos secundarios, muchos y variados, achaca Sánchez exclusivamente a la ministra de Podemos.
Ahora el presidente ha cambiado a Iglesias por Díaz. Y como ya hiciera en 2019 lo ha hecho más por necesidad que por ideología. Y debe pensar el amigo ya invisible que designó a Yolanda vicepresidenta por mandato divino, que ella, como antes Sánchez, también ha llegado donde ha llegado gracias a él y que ésta, como aquél, así se lo paga también.
Díaz es el claro ejemplo de ese tipo de ave que cuando empieza a volar sola ya no retorna jamás a su primitivo nido. Los antiguos amigos y compinches son ahora enemigos encarnizados; enemistad que se hizo más patente si cabe desde que ella borrara, con premeditación y alevosía, a Irene Montero de las listas de Sumar para el 23J.
Aunque el odio viene de bastante antes, desde el instante en que se intercambiaron cariñosos mensajes de WhatsApp en los que él la amenazaba abiertamente y ella le amenazaba mucho más; desde que la ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda se dio cuenta de que Iglesias quería seguir en su antiguo puesto a través de persona interpuesta y desde que éste vio claro que Díaz no iba a ser la esclava moral que él necesitaba para sus propósitos, aunque la gallega le hubiera dado a entender justo lo contrario.
Sabe Sánchez que la líder de Sumar va a resultar infinitamente más dúctil y maleable que su antecesor en el gobierno de coalición. Dice Pablo Echenique, del que no hay que fiarse excesivamente, que la decisión de acabar con las dos ministras moradas no es de Díaz sino de Sánchez, que quiere aniquilar cualquier secuela de su antiguo aliado y de la formación que fundó. También lo ha escrito la diputada Belarra, en una carta a la militancia, en la que llama “servil” y bien mandada a su antigua compañera del banco azul a la que ha acusado de pretender acabar con Podemos y de buscar la vuelta al bipartidismo haciendo el trabajo más sucio en connivencia con el PSOE.
Nos estamos enterando ahora de que Yolanda Díaz es el ‘señor Lobo’ particular de Pedro Sánchez. El sobresaliente personaje interpretado por Harvey Keitel en Pulp Fiction, la película de Quentin Tarantino, que se dedica a limpiar por encargo cualquier cabo suelto que haya quedado en el camino. “Soy la señora Díaz y soluciono problemas”, debe decirse Yolanda al enfrentarse todos los días al espejo matutino y antes de empezar a limpiar los rastros de sangre que hayan quedado, muchos por lo que se intuye, en la parte de atrás del coche que la ha llevado otra vez hasta la Vicepresidencia del Gobierno de España.