Si les parece que los del PSOE son unos 'fascistas', 'traidores' y ‘cómplices de la manada’ y lo que han hecho tan ‘vergonzoso’, ‘inconcebible’, ‘repugnante’, ‘lamentable’ e ‘indigno’, -como poco, que diría Pedro Sánchez- lo normal en un partido como Podemos, de altos y firmes ideales, sería rebelarse y decir adiós.
Su obligación moral debería ser dinamitar el Gobierno de coalición, decir hasta aquí hemos llegado y nos vamos, por vergüenza y dignidad y para no ser cómplices de los cómplices de la manada.
Podrían argumentar, también, que Podemos no quiere estar al lado de este presidente que ha sacado adelante la modificación de la ley del ‘sólo sí es sí’ del Ministerio de Igualdad con el voto en contra de quienes la hicieron y con el apoyo –‘qué vergüenza’, ‘qué indignación, ‘qué traición’, repiten- del Partido Popular.
Pero va a ser que no. Podemos ha votado en contra del Gobierno del que forma parte, pero sigue quedándose ahí, en su zona de confort, atornillado al banco azul, al coche oficial y a la sopa boba. Porque la vergüenza y la indignación suelen ser en demasiadas ocasiones actos excesivamente teatrales y laxos.
Y ni Montero ni Belarra, ni los invisibles Garzón y Subirats, ni tampoco la siempre dudosa Yolanda Díaz parecen querer pagar el precio necesario para mantener a buen recaudo su honor, su vergüenza y su dignidad.
Ha tragado Podemos con que le cambien su ley estrella, tragará también cuando se modifique, que se modificara, la ‘ley trans’; tragó asimismo con el posicionamiento del Gobierno de España al lado de sus socios europeos contra la invasión de Ucrania por parte de Putin y tragó nuevamente con el envío de armas españolas a las tropas de Zelesnki y más a más con la entrega de los Leopard al ejército ucraniano… Las tragaderas de los morados parecen no tener fin.
En política no todo debería valer. Y en Podemos deberían pensar que si alguien los ningunea de manera continuada en materias fundamentales para la formación, y ellos siguen aguantando, saltándose todos sus a priori inquebrantables principios, sería razonable que los ciudadanos pensáramos que sus ideales están muy por debajo del umbral de sus intereses.
Continuar inclinando la cerviz a la vez que pones la mano al que te menosprecia y maltrata es éticamente indefendible. Jugar a ser humillados, pero escasamente ofendidos no se debería ajustar a los estándares democráticos de los que quiere hacer gala la formación antaño encabezada por Pablo Iglesias, cuya alargada sombra sigue estando muy presente.
Irse está bien. Dimitir es higiénico en la mayoría de las ocasiones. Decir ‘no’ cuando se cuestionan tus principios e ideales es un acto de salud democrática de la que, visto lo visto, parece carecer la formación morada. Continuar amorrados al ministerio de turno es una prueba evidente de su cobardía política; una prueba del pánico que les produce dejar atrás los privilegios, salirse de esa ‘casta’ en la que parecen sentirse tan cómodos y volver a formar parte del montón.
Nadie puede dudar de que Irene Montero ha conseguido convertir sus dos polémicas leyes, también la ‘trans’, en su principal arma electoral de cara a postularse como incontestable cabeza de cartel de Podemos en las próximas elecciones generales. De ahí el empeño y la necesidad de la ministra de no tocar una sola coma de su ley. Creen en Podemos que con este debate le quita la bandera del feminismo al PSOE y que pueden rentabilizarlo electoralmente.
Porque ya estamos en campaña, piensan en Igualdad, y cualquier reforma del enunciado original supone un varapalo en su carrera electoral contra Yolanda Díaz, la enemiga a batir por Montero. Ya no estamos hablando de mujeres y derechos, sino de ambiciones políticas y rentabilidad electoral.
Lo que parece claro en esta coalición de intereses, y así lo transmiten sus protagonistas, es que ninguno se quiere separar del otro al menos hasta después del 28M. Creen ambos que el que rompa lo acabará pagando en las urnas, y por ello ni el PSOE -que ahora vuelve a no dormir tranquilo por la noches por culpa de su compañero de viaje- va a echar a Podemos ni estos se van a ir del calorcillo que desprende el brasero del Consejo de Ministros.
Que según los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial se haya rebajado la pena a 721 delincuentes sexuales y que 74 estén ya en libertad gracias a la ley de Irene Montero (y también de Pedro Sánchez, no lo olvidemos) es un mero efecto colateral, piensan en Podemos, que no debe apartarles de sus verdaderos objetivos.
Por eso, pase lo que pase, los morados continúan ahí, firmes, impasible el ademán, anclados en ese poder de baja intensidad y blandiendo a diestro y siniestro esa pragmática máxima de dame pan y dime tonto.