Pistolerdos

Pistolerdos

Lo acaecido la pasada semana en el debate de la reforma laboral, la barriobajera palabrería posterior y las secuelas lingüísticas que continuaron el domingo y seguirán hasta la jornada electoral del próximo 13-F, si no más, nos confirma que la paulatina degradación que sufre la política en España en los últimos años no solo no está, ni de lejos, en vías de recuperación sino que amenaza con enquistarse en lo más profundo de la sociedad española. Vivimos tiempos de derrota donde la pasión desmedida y desbocada, el populismo facilón y sin sentido y el verbo insultante y lenguaraz se ha impuesto ampliamente a cualquier tipo de razón y debate y supera el normal y lógico enfrentamiento dialéctico entre rivales políticos; tiempos estos donde las ideas han quedado aplastadas por las pedradas.

Además de resultar grotesca y patética, la comedia en dos actos del jueves en el Congreso de los Diputados ha vuelto a dejar al descubierto la endeblez y evidente mediocridad de buena parte de nuestra clase política. Ver a un sector del hemiciclo mofarse de sus rivales y posteriormente a los segundos hacerlo de los primeros no es motivo de jolgorio si no de pena. No, la política no es eso. Estamos hablando de los representantes electos del pueblo español y se les presume una preparación y una mesura de la que, a la vista quedó, carecen.

El diputado del PP Alberto Casero.

Porque la esencia intelectual de cualquier debate político no debería ser, jamás, echar mano de términos como “pucherazo”, “fraude”, “cacicada”, “compra de diputados”, “transfuguismo”, “sinvergüenzas” o “tamayazo” por citar sólo algunos calificativos que se utilizaron para tapar el fiasco lamentable de un diputado inepto que no supo manejar como es debido su ordenador y para jalear una ley que salió adelante, todo hay que decirlo, gracias al dedo tonto de este representante popular que estando en la calle Génova de Madrid prefirió votar telemáticamente en lugar de pasarse por la carrera de San Jerónimo, como era su obligación. Y para ser honestos, tampoco queda claro en este rifirrafe carpetovetónico cuál hubiera sido la actuación de Batet de haber fracasado la reforma laboral por el gatillazo de un diputado socialista.

Si el gran José Luis Coll levantara la cabeza resultaría impagable leer lo que hubiera podido escribir tras este sarao tragicómico y desternillante y la ristra de nuevas palabras que a buen seguro hubieran venido a engrosar su irrepetible diccionario. Cuando veo, escucho y siento a muchos de nuestros diputados me vienen a la memoria algunas de las acepciones de su inteligente, además de tronchante, abecedario, tan actual hoy como en 1975 cuando se publicó la primera edición.

Pistolerdo (“individuo del hampa poco hábil en el manejo de las armas”); habitonto (“cada una de las personas que residen en este mundo, salvo raras excepciones”); ignecio (“nombre propio de tonto”); fugitimo, (“que anda huyendo o escondiéndose de las personas a las que ha timado”) y bandedo (“bandolero, persona perversa que después de saquear a la víctima la señala con el dedo”) son algunas de las entradas del Diccionario de Coll que mejor se ajustan a muchos de los lamentables protagonistas de estos tiempos convulsos además de inquietantes.

No nos engañemos, el nivel de nuestra clase política no está entre las páginas del Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de Maurice Joly, el Republicanismo de Philip Pettit o la Introducción a la política de Maurice Duverger. No, los nuestros son más de andar por casa, son pistolerdos que ni saben disparar ni darle al ordenador y en su atrevida ignorancia se creen más identificados con la siempre surrealista acidez del gran Coll por mucho que no alcancen a comprenderlo aunque se rían como si lo hicieran.

Es lo que hay, que tanto escuchamos últimamente. Lo que realmente quedó de manifiesto el pasado jueves, exabruptos al margen, es que el Gobierno, aunque sea de milagro, sacó la reforma laboral adelante sin ERC y sin Bildu pero con el apoyo de Ciudadanos; que la vicepresidenta Díaz ha sobrevivido a los golpes de Pablo Iglesias; que Bolaños negoció de pena con UPN y que los populares les ofrecieron a los díscolos más argumentos que los socialistas, aunque al final sus dos votos resultarán irrelevantes.

El debate y su resultado final también sirvió para poner aún más de los nervios, si esto es posible, a un melifluo Pablo Casado; tembleque que a buen seguro se habrá incrementado este lunes cuando haya visto el sorprendente pronóstico del CIS de Tezanos para la jornada electoral del domingo en Castilla y León. Cada día que pasa se hace más evidente que el futuro cercano de un Casado en horas bajas pasa por una victoria holgada de Mañueco el próximo 13-F, con la amenaza permanente de que todo lo que no sea un resultado rotundo puede suponer un duro golpe a su ya débil liderazgo dentro del Partido Popular.

Y mientras los lagrimones se deslizan por las ventanas de Génova, la suerte sigue estando todavía del lado del presidente del Gobierno; esa 'baraka' que no parece abandonarle en los momentos importantes, cuando la necesidad resulta más acuciante, y de la que tan brillantemente hablaba el otro día nuestro corresponsal político Manuel Sánchez.

Todo lo vivido estos días de vodevil, que sin embargo invita más al llanto que a la carcajada, me retrotrae a la dedicatoria con la que José Luis Coll arrancaba su visionario diccionario y que parece aclarar el perfil de algunos de los protagonistas de todo lo que estamos viviendo y quien sabe si también de todo lo que aún nos queda por vivir: “Dedicado a todos aquellos que saben que dos y dos son cinco”, decía el maestro y ahora ya sabemos de lo que hablaba.