En la Moncloa empiezan a preguntarse si habrán sumado bien. Si cambiar Unidas Podemos por Sumar les va a salir a cuenta. Medios y columnistas afines dan muestra de cierta inquietud, sino temor. Y todos creen que es por culpa de esta guerra de los Rose que están dirimiendo Yolanda Díaz y Pablo Iglesias. Una pelea con tintes barriobajeros que puede acabar con la vida política de ambos y llevarse por delante la continuidad del actual gobierno de coalición y por extensión a Pedro Sánchez.
Esta preocupación latente, y visible en algunas sorprendentes encuestas de estos días, demuestra que nadie se ha creído el planeta piruleta que dibujó Tezanos la pasada semana, por más que el presidente no pare de anunciar casas y más casas y haya empezado mucho más fuerte y decidido que nadie esta interminable campaña electoral que se va a alargar hasta diciembre, con parada intermedia el 28-M. La realidad es que hoy la renovación del acuerdo de investidura que sujeta al Gobierno esta más cerca de la estratosfera que de una mesa de negociaciones aquí en la tierra.
El encuestador de Sánchez venía a decir que el PSOE y Sumar (no sabemos si también cuenta con Podemos a secas) con el apoyo de nacionalistas, independentistas y algunos regionalistas repetiría el escenario actual. Con total seguridad, afirmaba el vidente demoscópico en un reciente artículo.
El siempre ácido y mordaz Gabriel Rufián resumía a la perfección la estrafalaria encuesta en un tuit que lanzó apenas una hora después de que el organismo oficial publicara su sondeo de abril: “Según el CIS, el PSOE y Sumar ganarían las elecciones, la Liga, la Copa, la Champions, Roland Garros, el Tour de Francia, los Goya, el Planeta, Supervivientes y el rosco de Pasapalabra”.
🔴🔴🔴 ÚLTIMA HORA || Según el CIS el PSOE y Sumar ganarían las elecciones, la Liga, la Copa, la Champions, Roland Garros, el Tour de Francia, los Goya, el Planeta, Supervivientes y el rosco de Pasapalabra.
— Gabriel Rufián (@gabrielrufian) April 20, 2023
Pero volvamos a esta guerra de los Rose, o de Yolanda y Pablo, que lo sigue condicionando todo. Al igual que en la película dirigida por Danny DeVito en 1989, y partiendo de la base de que ni Díaz ni Iglesias son Turner o Douglas, ni Sánchez el citado de DeVito, el enfrentamiento entre los antiguos compañeros de izquierdas, que antaño se juraron amor eterno, es un claro ejemplo de manual, de eso que los expertos denominarían psicología del conflicto, el enfrentamiento entre individuos o grupos cuyas metas son absolutamente incompatibles.
En la película, que está basada en el libro del mismo título (The War of the Roses) de Warren Adler, el momento de la ruptura se produce en la cama. Cuando tras sufrir Michael Douglas un amago de infarto, Kathleen Turner le dice a su marido que se puso en lo peor con el ataque al corazón pero que entonces sorprendentemente se sintió liberada y se dio cuenta de que todo le iría mucho mejor si él no estuviera en su vida.
Hasta entonces, hasta ese momento en el que todo salta por los aires, eran el típico matrimonio burgués y aparentemente feliz con roles perfectamente definidos: él es el hombre de la casa, el que prospera profesionalmente, el que manda, el que siempre va en cabeza, mientras que ella es la que se dedica a ir detrás, al cuidado de los hijos y a la organización de la casa.

Michael Douglas y Kathleen Turner en una escena de 'La guerra de los Rose', de Danny DeVito.
Los roles que arrastran acaban aniquilando a los protagonistas, y el divorcio es sólo el primer paso hacia la autodestrucción. Él quiere continuar siendo el factor dominante de la familia. Ella no quiere seguir estando a la sombra; quiere tener vida propia y tiene muchas ganas de crecer, de realizarse y prosperar; no le va su papel de florero, quiere su espacio y su independencia, no ser simplemente la mujer de… y está cansada de que él, siempre él, se dedique día tras día a amarse más y más a sí mismo, olvidándose de quienes le rodean. Y cuando ella le dice que va a seguir su propio camino, él siente que su otrora poder está ferozmente amenazado.
Al final, la guerra de los Rose no va de amor sino de poder; de poder en el seno de un matrimonio o de poder en el seno de un partido político. Y es que la novela de Adler tiene un aroma que emana de la guerra de las Rosas, o de las dos Rosas, que entre 1455 y 1487 enfrentó en la Inglaterra de la Edad Media a la Casa Lancaster (rosa roja en su escudo de armas) y la Casa de York (rosa blanca).
En la película, el objeto de deseo por el que ambos pelearan a muerte después de la ruptura es la casa; la casa como ejemplo tangible del antiguo y poderoso centro de poder común. En la vida real, es simplemente el partido, las listas electorales, quién decide, quién tiene la última palabra. Quién manda, en definitiva.
No sabemos exactamente cuál fue el momento en el que Yolanda Díaz y Pablo Iglesias volaron sus puentes. Cuando a él le dio el amago de infarto. Pudo ser cuando dejó el Gobierno o cuando dejó también el partido, incluso la política en activo, al menos eso dijo, tras el fiasco de Madrid. Pudo ser cuando él se fue, pero realmente quería seguir estando en el Ejecutivo y por supuesto en el partido que había fundado. Pudo ser en definitiva cuando Pablo creyó que, desde Galapagar, podría seguir siendo el factor dominante de la familia morada y controlar fácilmente a quien había entregado su vicepresidencia y el cartel electoral del partido.
Y cuando Yolanda dijo que no quería tutelas, que quería seguir su propio camino, que no quería ser de nadie, él se rebeló y le dijo que la iba a destrozar (se lo dijo por escrito en un whatsapp), que iba a acabar con ella, que no era nadie sin él. Luego vino todo lo que ya se sabe: un sinfín de desencuentros -algunos públicos y muchos más privados- que alcanzaron su cénit público y televisado en el polideportivo Magariños. Y todo esto no es un guion cinematográfico. Esto es casi un True Crime o una True Story, para no exagerar demasiado.
Detrás de estas dos historias están Danny DeVito y Pedro Sánchez en el papel de directores. Uno y otro han controlado el ritmo de los Rose y de Yolanda y Pablo. El primero lo cuenta desde la lejanía mientras el segundo busca beneficiarse del conflicto. Y además de dirigir, DeVito y Sánchez también tienen un papel destacado en ambas producciones. La única diferencia sustancial entre ambos es que el primero es un abogado matrimonialista que no toma partido en medio de la batalla, mientras que el segundo es un político frío y un tanto despiadado que posiblemente ha provocado el divorcio y que sí que ha tomado partido en beneficio propio. Al menos eso cree él.
Si ustedes no saben o no recuerdan como acaba el libro, la película, los Rose, la casa, los hijos, DeVito… yo no les voy a destripar la historia, o hacer un spoiler como se dice ahora. Pero les aseguro, eso sí, que al final no se dan la mano.
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No podría haber escrito este artículo sin la estimable y sobresaliente aportación de El blog de Hildy Johnson (simplemente un blog de cine) y su post Cuatro reflexiones alrededor de 'La guerra de los Rose', publicado el 21 de febrero de 2016. Mil gracias, y son pocas.