¿Ha dicho Pedro Sánchez la última palabra?

Pedro Sánchez es aclamado durante el Comité Federal del pasado sábado.

Pedro Sánchez es aclamado durante el Comité Federal del pasado sábado.

Tengo que reconocer de antemano que Pedro Sánchez es un animal político de primera magnitud, incuestionable. No es ni por asomo el más ético, tampoco el más honesto, ni por supuesto el más sincero; es de los que opinan, como Groucho Marx, que los principios están sobrevalorados y que por lo tanto se pueden cambiar en función de los intereses de cada momento. Y también es, a las pruebas hay que remitirse, el que los cambia con mayor rapidez, desfachatez y falta de pudor.

Pero a pesar de tener la mayoría de los defectos que uno, de entrada, detestaría en un político del que poder fiarse, hay que reconocerle su indudable liderazgo: es el ‘número 1’, el que manda, el campeón por antonomasia, el líder supremo e incontestable, el jefe ‘búlgaro’ del socialismo español. También es un maestro absoluto a la hora de hacer de la necesidad virtud y conseguir que, aunque un porcentaje significativo de los suyos sepan que hace lo que hace por él y no por España, le sigan cual ratas tras el flautista de Hamelin.

Sólo un animal político como Pedro Sánchez es capaz de intentar convertir la amnistía a los independentistas catalanes, cuyo apoyo necesita para seguir siendo presidente, en un artículo de primera necesidad para el futuro inmediato de este país.

Sólo alguien como él, lo vimos este pasado sábado, consigue que cuando por fin tiene a bien pronunciar la palabra maldita, la mayoría de los ‘búlgaros’ que estaban en el Comité Federal del PSOE se pusieran en pie, le jalearan y le ovacionaran -en una imagen que me recuerda a Luis Rubiales en aquella asamblea de la Real Federación Española de Fútbol- como si hubiera anunciado o vaticinado el fin del hambre en el mundo. Eran los mismos, exactamente los mismos, que hasta el pasado 23J te habrían insultado si les hubieras planteado la posibilidad de una amnistía obligatoria como arma para continuar en el poder.

‘Lo hago (lo de la amnistía) para evitar que la derecha y la extrema derecha lleguen al poder en España’, dijo también Sánchez, y eso nos lo creemos. Aunque no está de más recordarle que PP y Vox se presentaron a las elecciones y la amnistía a los independentistas catalanes, no; la pudo haber llevado el PSOE en su programa electoral, pero no tuvo la valentía suficiente.

Una extrema derecha –que tanto y tan buen juego le está dando al PSOE– a la que, por mucho que nos duela, votaron el pasado mes de julio más de tres millones de españoles, más del doble de los que apoyaron al total de fuerzas nacionalistas que buscan la independencia de sus territorios y que van a sostener a Sánchez y al falazmente llamado ‘gobierno progresista’ de España; un progresismo que, no está de más recordárselo a los socialistas y a Sumar, cuenta con formaciones no solo muy de derechas sino que han venido defendiendo históricamente su supremacismo como una de las grandes virtudes de su identidad.

Casi la mayoría de los socios de Sánchez en el pasado y en el futuro ‘gobierno progresista’ que se nos viene encima, no acudirá este martes al juramento de la Constitución de la princesa Leonor en el Congreso de los Diputados. El líder y los diputados socialistas estarán en clara minoría frente a la oposición.

Los independentistas ya lo han anunciado; la mayoría de los diputados de Sumar, incluidos tres ministros del Gobierno de España, también; no se descarta tampoco que algún socialista tenga problemas de agenda a última hora. Y si Yolanda Díaz acude es simplemente porque su ambición es excesiva y sus principios son infinitamente más maleables que los de Montero, Belarra y Garzón. La moraleja que nos deja el acto es que todos, absolutamente todos, los que no acuden por estar en  desacuerdo con la institución monárquica son los que apoyan la investidura de Sánchez.

Una investidura que, por el momento, todavía está en el aire. Hay quienes opinan, dentro del propio PSOE, que Sánchez no va a tener más remedio que “tragar” todo lo que le pidan todos si el PSOE no quiere desaparecer de la vida política española: sin poder autonómico ni municipal, perder el Gobierno de la nación llevaría a los socialistas a una larga travesía del desierto y a su ahora idolatrado líder a la roca Tarpeya.

Otros, socialistas también, creen que Pedro Sánchez no va a poder conceder absolutamente todo lo que le exijan en esta subasta en la que se ha convertido su investidura. “Hasta él sabe que todo tiene un límite, y no va a traspasar determinadas líneas rojas”, aseguran tajantemente. Además, son conscientes que la legislatura sería un tormento para el Gobierno ya que necesitaría siempre de todos sus socios para sacar cualquier iniciativa adelante.

Los defensores de la marcha atrás de Sánchez no descartan que al final, volviendo nuevamente a hacer de la necesidad virtud, rompa la baraja y bajo la máxima de que ni él ni el PSOE ceden al chantaje independentista nos encamine a nuevas elecciones.

Si así fuera, que la verdad no parece muy probable pero tampoco imposible, no sería de extrañar que la ruptura con los independentistas y su defensa a ultranza de la legalidad vigente se convirtiera, cosas veredes, en el primer acto de la futura campaña electoral.

¿Ha dicho Pedro Sánchez la última palabra? Nunca se sabe. Estamos ante un animal político capaz de todo, de primera magnitud, incuestionable y sin más escrúpulos que los imprescindibles. Con él, lo mismo podemos estar al principio del final como al final del principio.