Diplomacia de precisión

Diplomacia de precisión

Irene Montero

La expresión es de la ministra Irene Montero y la ha utilizado para tratar de explicar a los que no saben qué es lo que realmente tienen que hacer los gobiernos occidentales antes de cometer el imperdonable error de enviar armas a los ucranianos. Diplomacia de precisión. Ahí lo dejo. Y me pongo a escribir, aviso, sin saber muy bien lo que realmente quiere decir pero teniendo claro que, como dice un viejo proverbio chino, la sabiduría consiste en "saber lo que se sabe y saber que no se sabe lo que no se sabe". Y yo sé que no sé lo que quiere decir la ministra. Pero no tengo muy claro que Montero sepa lo que sabe al respecto aunque no tengo la más mínima duda de que sigue sin saber lo que no sabe -perdón por el trabalenguas- y esto sí que es realmente preocupante para alguien que, aparentemente, debería dedicarse al mundo de las certezas, aparentemente, insisto.

Aún asumiendo mi ignorancia sobre lo que quiso decir la ministra de Igualdad con esta frase, a priori tan redondita y tan molona, el corto tiempo transcurrido desde la invasión de Ucrania me está dando para saber, esto sí, con una precisión nada diplomática, que Putin ha empezado a escribir el párrafo final del obituario de Podemos y que probablemente será el encargado de poner el último clavo sobre la cajita de pino de la formación morada.

Y también, que cuando Pedro Sánchez convoque las próximas elecciones generales, con toda probabilidad a finales de 2023, no habrá ya ministras ni ministros de UP en su Gobierno y que el otrora partido de Pablo Iglesias habrá empezado ya a ser pasto de los leones y de la descomposición que provoca el olvido, con la única duda de Yolanda Díaz, a la que cada día que pasa, alguien se lo debería decir a la notable vicepresidenta, le acarrean más problemas las malas compañías.

Retorciendo el ingenio de Miguel Ángel Rodríguez cuando se le ocurrió aquello de que España le debía una a Isabel Díaz Ayuso por acabar con Pablo Iglesias, va a ser terrible que ahora tengamos que agradecerle al macabro dictador haber acabado con Unidas Podemos, para alegría de un sector cada vez más amplio de la ciudadanía, incluyendo el bloque socialista del Gobierno de Pedro Sánchez con el presidente a la cabeza.

La supervivencia empieza a no ser una opción real para Unidas Podemos. Lo podía haber sido, al menos sobre el papel, antes de que en la madrugada del 24 de febrero los tanques rusos entraran en Ucrania y los principales dirigentes morados -incluidos los miembros del Gobierno- optaran mayoritariamente por el camino cínico y rancio. Echar mano del 'no a la guerra' hoy en día no es un ejemplo del viejo ideal perroflautista, ingenuo y bonachón, sino un acto de cobardía al enmascarar al invasor y tratar de abocar al invadido a la rendición. Diplomacia de precisión.

Sería un error achacar al posicionamiento de la formación en relación con la invasión de Ucrania toda la culpa de la caída en picado de Unidas Podemos. El descenso a los infiernos, que concluirá cuando aterricen en el Grupo Mixto en las próximas generales, lleva mucho tiempo gestándose y lo de Putin ha sido el último resbalón, pero no el más importante.

En el olvido están ya los tiempos en los que Pablo Iglesias soñaba con el sorpasso dentro de la izquierda, en los que se creía infinitamente más listo que Sánchez, en los que humillaba a los socialistas, en los que se aliaba con todas aquellas formaciones o confluencias que podían agrandar aún más su ego y su liderazgo incontestable. Pero todo esto es historia. Y Pablo Iglesias también. Especialmente desde que las urnas, el voto de los madrileños, lo humillaron y lo echaron de la política por el desagüe de los perdedores.

Pero antes del hundimiento de Madrid, el 4 de mayo de 2021 -quinta fuerza política en la Comunidad con el líder de cabeza de cartel-, ya había empezado la caída irreversible de Unidas Podemos. El 14 de febrero de ese mismo año, en las elecciones catalanas, perdieron 132.000 votos. En 2020, los resultados en Galicia y el País Vasco, donde la formación pasó de 14 diputados a ninguno en el primer caso, y de 11 a seis en el segundo, vinieron a confirmar la tendencia a la baja que ya se venía constatando claramente tras las generales de abril y noviembre de 2019. En las primeras cayó de los 71 diputados de 2016 a 42 y en las segundas se despeñó un poco más hasta los 35. O lo que es igual: entre 2016 y 2019, Podemos perdió casi dos millones de votos.

Pero por aquello de la aritmética parlamentaria fue con el peor resultado de su historia con el que la formación entró en el Gobierno de la nación. Y ahí sigue gracias al trágala del jefe del Ejecutivo que quizá en demasiadas ocasiones piensa que lo que hagan los ministros bajo el amparo de Unidas Podemos no tiene nada que ver ni con él ni con su Gobierno.

Ahora, sin embargo, los miembros de la formación parecen vivir ya en el tiempo de descuento. Sin un liderazgo palpable, enredados en un sinfín de luchas internas y con la alargada y rencorosa sombra del viejo líder que se resiste a dejar de serlo sobrevolando, su futuro inmediato pasa por Yolanda Díaz, aunque la vicepresidenta no tiene claro que quiera unir su suerte a la de Ione Belarra, la sucesora de Iglesias, a la de Montero o a la del propio fundador con quien ya no mantiene la estrecha y cordial amistad de antaño, más bien todo lo contrario.

Ucrania ha acelerado la guerra civil de la formación a la que sólo mantiene unida, aunque sea artificialmente, el pegamento del poder. Pero éste no va a poder evitar que el globo de Unidas Podemos se vaya desinflando paulatinamente. Las incoherencias personales y políticas de sus líderes y esa diplomacia de precisión de la que habla una de sus ministras están acabando de rematar a una formación que empieza a ser consciente de que probablemente ya no da para más.