Partiendo de la base de que es absolutamente cierto que siempre que hay unas elecciones a la vuelta de la esquina, el Partido Popular suele echar mano de ETA y del reguero de muertos que dejó a su paso la brutal organización terrorista, no es menos cierto que la llama inalterable de la banda, en este caso a pachas con Bildu, intenta -y consigue- rentabilizar siempre esa sobreactuación segura por parte del centro derecha español para fabricarse, en los mismos procesos electorales y prácticamente gratis, una campaña a caballo entre el victimismo repugnante y la provocación permanente. Y todo ello con una cobertura mediática asegurada.
De entrada digo que lo que ha hecho Bildu -incorporar a 44 candidatos con pasado terrorista, siete de ellos con delitos de sangre, en sus listas del País Vasco y Navarra para los comicios del 28M- parece tan legal como inmoral; tan ajustado a derecho como repugnante; tan normal en su filosofía de vida y sobre todo de muerte, como bárbaro.
Aunque suene perverso y doloroso, y hasta cierto punto derrotista, no nos queda más remedio que decir -si nadie afirma lo contrario- que nuestra ley está de su parte; que nuestra ley da la razón a quienes nunca han creído en ella, a quienes siempre la combatieron a tiro limpio, incluso, cuando era necesario intentar amedrentar al Estado. Pedro Sánchez ha dicho desde la Casa Blanca que parece tan legal como indecente. Así es, pero…
Qué hubiera dicho, por ejemplo, el propio presidente del Gobierno o Irene Montero -que ha señalado que había que ser respetuosos con la decisión de Bildu, “un partido democrático que elige democráticamente sus listas”- si cualquier formación con la ley también de su parte hubiera elegido “democráticamente” a un acosador, violador o pederasta para sus listas electorales una vez cumplida su condena. ¿Qué hubiera soltado por esa boquita suya?
Asumo que esta comparación es una trampa de parvulario y pido perdón por ello. Ningún partido haría eso de incorporar en sus listas a un acosador, violador o pederasta, porque simplemente les daría asco y sentirían una tremenda vergüenza ajena si tan siquiera les pasara por la cabeza.
Pesos pesados [de Bildu] como Mertxe Aizpurua, portavoz en el Congreso de los Diputados, se opusieron desde el principio a esta operación
Y aunque la decisión de cargar con etarras en sus listas del 28M no ha sido unánime, ni muchos menos, dentro de la dirección de Bildu, el sector del plomo se impuso. Pesos pesados como Mertxe Aizpurua, portavoz en el Congreso de los Diputados, se opusieron desde el principio a esta operación porque entendían que suponía un paso atrás en la normalización institucional de la coalición nacionalista en Madrid.
Pero es de Bildu de quien hablamos y para los duros de la formación y hasta para un sector importante de su activa militancia llevar a un etarra en sus listas viene a ser un honor incuestionable y mucho más si encima tiene un historial terrorista a sus espaldas y qué voy a decir si además en ese brillante historial hay delitos de sangre, víctimas mortales, unas buenas hostias, unos niños muertos por ser hijos de guardias civiles o un higiénico tiro en la nuca. ¡El éxtasis!
A las huestes de Bildu les resbala que sus etarras puedan ser elegibles en la misma localidad donde cometieron sus atrocidades o que incluso las víctimas o sus familiares o amigos los tengan que ver en los carteles electorales, o hablando de libertad, democracia y de la siempre tan manida lucha del pueblo vasco.
Leí el otro en El Confidencial el comentario de un lector que, en relación con las polémicas listas de Bildu y la actitud del PSOE y Podemos al respecto, venía a decir más o menos algo parecido a esto: ‘Estamos desenterrando cadáveres de 1936 porque no hay ni olvido ni perdón que valga y al mismo tiempo nos parece bien que un condenado por delito de sangre se presente por el pueblo donde vivía su víctima porque hay que perdonar y pasar página’.
El brazo político, o como queramos llamarlo, de ETA siempre ha sabido jugar muy bien las bazas electorales. Recuerden cuando Herri Batasuna sacaba a etarras encapuchados en sus anuncios electorales.
O cuando en 1987 puso como candidato a lehendakari a Juan Carlos Yoldi -condenado a 25 años de cárcel- y fue al parlamento de Vitoria para dar su discurso de candidato, provocando que todos los diputados del PSE-PSOE abandonaran la sala porque, y son palabras textuales de alguno de ellos, “no queremos escuchar a un criminal”.
Vayámonos al sur y recordemos que en 1998 el terrorista José Luis Barrios asesinó en Sevilla al popular Alberto Jiménez Becerril y a su esposa Ascensión García y que apenas un año y medio después Euskal Herritarrok presentaba a su gudari a las elecciones en Navarra, en el número tres de la lista, y que tras salir elegido pudo recoger su acta de diputado.
O cuando José Antonio Urrutikoetxea, alias ‘Josu Ternera’, -con las muertes de la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza o el atentado de Hipercor en Barcelona a sus espaldas- obtuvo su asiento en el Parlamento Vasco (entre 1998 y 2005) y éste, con el PNV al mando, le designó como su representante en el Comité de Defensa de los Derechos Humanos.
Hay que recordarle al PP qué José María Aznar era presidente del Gobierno cuando el asesino de Alberto y Ascensión llegó al Parlamento de Navarra y Josu Ternera al Parlamento Vasco
Y hay que recordarle al PP qué José María Aznar era presidente del Gobierno cuando el asesino de Alberto y Ascensión llegó al Parlamento de Navarra y Josu Ternera al Parlamento Vasco. ETA y su brazo político siempre han hecho lo mismo estuviera quien estuviera en la Moncloa.
Y también hay que pedirle memoria al PSOE y al PNV, que tanto ha gritado estos días, para que recuerden que cuando el socialista Fernando Buesa puso el grito en el cielo por el inmoral nombramiento de Ternera para el Comité de Defensa de los Derechos Humanos y habló de provocación intolerable le acabó costando la vida a él y a su escolta. El cabeza de cartel de Euskal Herritarrok y portavoz en el Parlamento Vasco cuando cayó Buesa era, no hay que olvidarlo, Arnaldo Otegi, el actual líder de Bildu.
No hay que ser excesivamente listo para saber que Herri Batasuna, Euskal Herritarrok, EH Bildu conducen al mismo sitio por mucho que al vicepresidente primero del Congreso de los Diputados, el socialista Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, le molestara y quizá le siga molestando la utilización de la palabra filoetarra en referencia a la organización que dirige Otegi. Habrán cambiado algo las formas -bastante, incluso- pero la esencia permanece.
Y es verdad que han pasado 13 años del último asesinato de ETA y 10 desde el cese de la lucha armada y que hasta José María Aznar intentó, cuando era presidente del Gobierno y como era su obligación, negociar la paz con ellos.
Y también lo es que los procesos de paz acaban dejando heridas que al final resultan imposibles de cicatrizar. Sólo hay que ver el camino seguido en Irlanda del Norte con el IRA y posteriormente el Sinn Féin, hasta llegar al Acuerdo del Viernes Santo del 10 de abril de 1998 que concluiría, ocho años después y con un buen número de muertos más entre una fecha y la otra, con las elecciones de 2007.
En procesos tan dolorosos como el provocado por el terrorismo de ETA siempre van a quedar rastros de sangre en el camino y es fundamental asumir determinados peajes y hacer esfuerzos, a veces difíciles de asimilar, para soportar lo que puede resultar insoportable.
Sería justo y necesario que la otra parte, la del gatillo fácil y la bomba lapa, comprendiera que no hay necesidad de humillar ni a las víctimas ni a sus familias, ni provocar el retorno de viejos fantasmas
Pero también sería justo y necesario que la otra parte, la del gatillo fácil y la bomba lapa, comprendiera que no hay necesidad de humillar ni a las víctimas de sus acciones ni a sus familias, ni provocar el retorno de viejos fantasmas con la presencia, posiblemente innecesaria, de 44 terroristas en unas listas electorales -sólo siete u ocho tienen verdaderas posibilidades de salir elegidos- que tan solo parecen buscar no dejar en paz a los muertos ni a los vivos.
Y no, la culpa de las listas electorales de Bildu no la tiene Pedro Sánchez. ETA, a través de sus partidos de bolsillo, lo ha venido haciendo siempre. Lo hizo con Aznar y ahora lo ha vuelto a hacer. Sánchez y Otegi se odian y se aman con la misma intensidad. Es verdad que ambos buscan y encuentran en su relación réditos a corto plazo para sus ambiciones personales. No les importa ni pagar el precio que sea ni cargar con el odio que despierta su oponente mientras uno continúe en la Moncloa y el otro consiga acortar, poco a poco, favor a favor, la hegemonía del PNV en el País Vasco.
Es verdad que Sánchez les ha dado algunas bazas con las que podrán jugar electoralmente los abertzales: ha acercado a todos sus presos, lo que hasta cierto punto es lógico porque la situación ya era un tanto insostenible; ha empezado a retirar a la Guardia Civil de Navarra como siempre ha exigido la izquierda abertzale, pero también pidieron en su día UPN y hasta el PP; y días atrás les dejó presentar, junto a ERC, el acuerdo de la Ley de Vivienda para toda España -lo que resulta una indudable desvergüenza- a dos partidos a quienes sólo les interesa, y lo dicen pública y reiteradamente, lo que suceda en el País Vasco y Cataluña. Copiando al mismísimo Sánchez podríamos decir, como escribe aquí Pablo Sebastian, que lo suyo con Bildu puede que sea legal pero también indecente.
Pero Sánchez también sabe, o debería saber, que Otegi es un escorpión y que está en su carácter atacar incluso a quien lo lleva a sus espaldas. Y los 44 etarras en las listas de Bildu, siete de ellos con delitos de sangre, son una prueba de ello. A estos les importa poco el coste electoral que pueda tener para los socialistas mientras ellos puedan seguir mordiendo y demostrando, como acaban de hacer, que todavía pueden seguir haciendo daño.