6.853 muertos no mienten

Covid-19 en España

EFECovid España

Hay muertos que parecen pesar mucho menos que otros. Podría decirse que son etéreos y hasta evanescentes. Invisibles seguro y quien sabe si incluso inexistentes. Y no me refiero a las víctimas de Ucrania, que con justicia y por desgracia se llevan casi todos los titulares, sino a estos muertos de los que ya casi nadie habla y que ya no caben en los informativos, estos muertos que la Covid-19 sigue depositando día tras día delante de la puerta de nuestras conciencias, apelmazadas y dormidas, en una aritmética trágica y perversa que aparentemente preferimos obviar.

Hablo de las casi 7.000 personas de carne y hueso, 6.853 exactamente, con nombre y apellidos, que nos han dejado este mes de febrero, según los datos oficiales de Sanidad. Son 245 cada día; bastantes más que las víctimas del 11-M o que cualquier tragedia aérea todos los días durante un mes. Y para que entiendan de lo que hablo pongo otro ejemplo más: solo los muertos de tres días, exactamente los notificados los pasados 16, 17 y 18 de febrero, y que ascendieron a 1.084, superan los 1.004 que murieron durante todo el pasado año por accidentes de tráfico en España.

Y pido perdón de antemano por citar los tristemente famosos atentados yihadistas de Madrid, donde perdieron la vida 193 personas, o por hablar de los accidentes aéreos o de tráfico, pero lo hago con la única intención de que se visibilice a los que sigue aniquilando esta pandemia ante la indiferencia general; lo hago para que seamos conscientes de la magnitud de lo que estamos hablando, 245 muertos al día son muchos, 245 muertos día tras día durante un mes son demasiados como para meterlos simplemente en una estadística y olvidarlos; y esto es exactamente lo que estamos haciendo: amontonarlos en un ordenador y pulsar enter. Son demasiadas catástrofes aéreas seguidas, demasiados accidentes de tráfico como para engañarnos pensando que no existen o que son simples efectos colaterales de algo que ya pasó.

Quizá seamos víctimas de este ruido que nos rodea y que no nos deja oír; este ruido que nos confunde y nos aturde; este ruido que consigue que nos fijemos en el dedo cuando lo importante es el bosque que señala. Vivimos tiempos donde el ruido de la noticia espectáculo acaba con la noticia en sí; donde Casero es más importante que la reforma laboral, un espionaje de pacotilla más que la crisis del PP y unas mascarillas, especialmente si son chinas y las ha traído el hermano de Isabel Díaz Ayuso, son mucho más noticiables que estos muertos nuestros de cada día.

Esta sensación de aparente abandono y frialdad, que parece extenderse entre los que estamos sobreviviendo, a excepción, claro está, de los familiares y amigos de estos 6.853 caídos del mes de febrero, me recuerda a la vivida durante las primeras semanas de pandemia cuando las víctimas mortales se iban solas y en silencio, perdían por completo su identidad y no pasaban de ser un número a continuación de otro. Y así hasta el final del día, cuando el contador se volvía a poner a cero y empezaba nuevamente el trágico goteo que, a tenor de lo que seguimos sufriendo, no parece haber terminado.

Hasta los medios de comunicación somos a veces partícipes de esta indiferencia colectiva con las últimas víctimas de la Covid-19. Incluso las alertas que la mayoría de cabeceras mandamos a media tarde hablan primero de la incidencia y de los números de casos de las últimas 24 horas dejando los muertos para el final. El pasado lunes 21, por ejemplo, un periódico de Madrid titulaba en en su web: ‘Última hora del coronavirus. La incidencia baja 133 puntos desde el viernes y se sitúa en 786 casos por 100.000 habitantes’. Los 464 muertos de los que también informaba Sanidad en el mismo comunicado no tuvieron un hueco en el titular.

Los muertos persistentes

Es como si estos muertos se hubieran convertido en un estorbo inesperado, en un paso atrás, en una afrenta para esa recuperación que tanto anhelamos y que queremos que llegue aunque sea dejando en los recodos del camino, imaginario todavía, a quienes tienen el mal gusto de torpedear esta nueva normalidad de la que estamos oyendo hablar hace ya demasiado tiempo y que sin embargo no parece llegar nunca.

Hasta Pedro Sánchez se olvidó de citarlos en su entrevista en TVE este lunes; habló de la caída de la incidencia y del número de contagiados pero no de las víctimas mortales que este mes de febrero son el doble que las de enero.

Pero estos muertos son tozudos y persistentes y quieren tener el protagonismo que creen merecer. En mayo del pasado año murieron de promedio 56 personas cada día, 31 en junio, 21 en julio, 91 en agosto, 69 en septiembre, 32 en octubre, 22 en noviembre, 45 en diciembre, 117 en enero y en febrero 245. Aunque nos guste engañarnos, lo cierto es que los muertos no mienten, que 6.853 muertos durante el mes de febrero no mienten.

Y ante estos muertos que no mienten pero que rechazamos indolentemente seguimos actuando con la arrogancia de quien se cree que lo tiene todo bajo control. Parece que hemos olvidado que desde marzo de 2020 ya no somos invencibles. Bueno, realmente tampoco lo éramos antes aunque lo creyéramos y desde luego lo seguiremos sin ser en el futuro.

Que son muchos muertos, sí, pero que esto ya está tocando a su fin, que ya no hay que preocuparse, que son los picos de no sé qué ola y bla, bla, bla, nos dicen. Me suena este optimismo ignorante a cuando el propio Sánchez se jactó antaño de haber vencido al virus y de estar ante el principio del fin. Qué peligroso resulta hacer política con la pandemia. Pero no toca hablar del Gobierno sino de los 6.853 muertos de febrero, repito una vez más, para que nadie se olvide de ellos. Porque a pesar de que las perspectivas puedan resultar alentadoras, la muerte continúa golpeando ferozmente y todavía no hay espacio para el optimismo desmesurado en esta batalla, por mucho que baje la incidencia, ya no utilicemos mascarillas en el exterior, estudiemos acabar con ellas también en los interiores o hayan finalizado las restricciones en los recintos deportivos.

No, aunque nos quitemos la mascarilla esto no ha terminado. Y lo digo no con el ánimo de alarmar a nadie sino con la sana intención de que el comprensible deseo de vivir sin ataduras no nos impida ver la magnitud del bosque. Y la magnitud del bosque nos señala que la Covid-19 ha matado a una persona cada seis minutos durante el mes de febrero.