En tren

En tren

PixabayRieles del tren.

No he perdido un tren en mi vida.

Pero he estado a punto de hacerlo, por un atasco en la entrada de la ciudad, con el que no contaba.

Llegué anoche de París en avión y tras dormir en casa, salgo en tren hacia Madrid, de milagro, porque ya lo daba por perdido cuando, corriendo como en las películas, me subí casi en marcha.

¡Qué alivio!

¿No tengo edad para estas cosas?

Creo que sí, más que nunca.

Vivir así cuando ya no queda mucha vida para gastar, es maravilloso.

Seguir teniendo prisa, en la lentitud de la vida que se acaba.

El tren, además, me hace un buen descuento, por tener la tarjeta dorada.

Un honor.

Siempre que la utilizo me acuerdo de mi suegro Tito cuando fueron varios matrimonios a pasar la noche a un Parador de Turismo y, tras el mostrador de recepción, alguien les preguntó: “¿Son ustedes de “Días Dorados”?

Mi suegro, que fuera militar de aviación, se volvió para preguntar a sus compañeros: “Díaz Dorado, ¿os suena de nuestra promoción?”

Claro que, mi suegro, siempre fue un maravilloso despiste andante, como el día que se subió con mi suegra a un taxi y el conductor le exigió que bajaran de inmediato.

Era un coche de Policía.

Podría seguir contando anécdotas de despistes de mis suegros hasta el infinito como cuando mi suegra perdió una lentilla en un hotel en mitad de la nada en Santo Domingo y al regresar a por ella se dio cuenta de que se había dejado, de su numerosa familia, a dos niñas.

Mi padre también tenía un despiste con el que convivía con total naturalidad, como cuando le preguntó un señor en un restaurante: “Mire, por favor, ¿qué es eso?” refiriéndose, claro, a qué plato con tan buena pinta tenía sobre la mesa; y en lugar de desvelar el nombre del plato, le contó mi padre con todo detalle cómo se había roto la mano que llevaba vendada.

No sé por qué, este discurrir del tren, aunque sea a toda velocidad, guarda la lentitud de lo que jamás se olvida, por muy nimio que sea y que, al final, es casi todo lo que, aún, nos hace sonreír, incluso reír, si lo recordamos.

Jamás anida la tristeza en los recuerdos alegres.

Dejan tanta huella, o más, que los tristes.

Incluso la persona que ya no está, nos hace reír como si estuviera, con sólo recordar aquel sucedido que flota en el agua de nuestra memoria como el corcho de una caña de pescar en un estanque.

No hay mucho que mirar ahora, mientras escribo, pues voy pasando túneles donde sólo me veo a mí misma, como cuando era niña, en unas ventanas tan negras como el encerado donde escribíamos con tizas en el colegio.

Es lo bueno de la imaginación.

No necesita nada, más que el tiempo para pensar.

Como, además, en los túneles, no hay cobertura, pienso y escribo.

Me quedo como si fueran fotografías con las imágenes que he visto antes de sumergirme en la oscuridad: los líquenes, verde claro, quizás del género Usnea sobre los robles de los montes, los estorninos pintos posados en el cableado de la estación, las vacas paciendo en los campos inundados, y ahora el sol, entre unas nubes muy blancas, de bordes grises, flotando en un cielo muy azul, sobre las primeras nieves caídas en las cumbres.

Se ha vuelto encinar lo que antes era carballal.

Es más ceniciento el verde alrededor.

Aparecen ya en el paisaje los primeros chopos amarilleando al unísono.

El monte está amojonado, lleno de hitos blancos.

Desde que descubrí su importancia, los veo por todas partes.

Queda aún Naturaleza.

Como los buenos recuerdos, intentaremos que perdure.

Sobre el autor de esta publicación

Mónica Fernández-Aceytuno

Nace el 4 de mayo de 1961 en Villa Cisneros (Sáhara Español).

Licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid se dedica desde 1991 a la divulgación de la Naturaleza en la prensa por lo que obtiene en el año 2003 el Premio Nacional de Medio Ambiente “Félix Rodríguez de la Fuente de Conservación de la Naturaleza” por su labor de difusión, y en el año 2007 el Premio Literario Jaime de Foxá.

El dos de octubre de 2008, se le entrega la Medalla de Honor del Colegio de Ingenieros de Montes al Mérito Profesional por su actividad en la prensa y en Internet.

Es columnista de ABC desde 1997, y colabora asiduamente en el suplemento NATURAL de ABC.

En 2007 funda el portal de la Naturaleza www.aceytuno.com, del cual es editora.