El Papa es infalible en cuestiones de fe y buenas costumbres, tal y como proclamó el Concilio Vaticano I, pero en el primer caso sólo cuando habla ”ex cathedra”. La extensión de la infalibilidad a las buenas costumbres presenta dificultades que, sin embargo, no afectan al presente comentario, que comienza y termina con los problemas que plantea la existencia de un Vaticano o, si se prefiere, de un Papado que reúne en una misma persona el magisterio máximo de la Iglesia Católica y la Jefatura de un Estado internacionalmente conocido como Santa Sede. La persona del Papa está, pues, sometida a críticas, especialmente en el ámbito de las ideologías políticas.
Tengo la impresión, además, de que la faceta mundana o no estrictamente religiosa del Vaticano ha ganado terreno en los últimos años. La mayoría de los discursos, alocuciones o mensajes que de allí nos llegan podrían venir de cualquier otro centro de poder temporal. El evangelio de Cristo, con escasas referencias a las condiciones político-sociales de Palestina, se dirige al corazón de cada persona individual. El amor al prójimo redundaría después en todos los aspectos de la convivencia humana. Conviene no olvidar aquello de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
Una vez escribí en esta columna sobre los “viejos católicos” a los que desde niños se nos hablaba de la Santísima Trinidad, pero también de que en el sexto mandamiento no había parvedad de materia, de forma que incluso el pensamiento consentido era un pecado mortal que se castigaba con el fuego eterno. Desde ese truculento punto de partida no puede sorprender la estigmatización de las relaciones homosexuales como pecado nefando y próximo a la bestialidad. Quizás hasta se nos debiera pedir perdón por ello antes que por los casos de pederastia en los que lo más grave no fueron los actos concretos sino su encubrimiento metódico conforme a lo dispuesto en las más altas esferas. Tampoco sería mucho pedir mayores avances hacia la igualdad de la mujer en la iglesia, hasta llegar a su equiparación absoluta con el varón.
Nada de esto es nuevo, pero hace un par de días ha ocurrido algo, durante la visita del alcalde Martínez-Almeida y otras personalidades madrileñas al Vaticano, que ha motivado estas líneas. ¿Hasta qué punto es correcto que el Papa, sucesor de Jesucristo y cabeza de la Iglesia Católica, opine sobre si Manuela Carmena, conocida izquierdista, fue o no una buena alcaldesa? Eso tenemos que decirlo nosotros y las opiniones sobre el particular están divididas. Para el actual alcalde, de derechas, y sus votantes, aquel mandato no debió ser muy satisfactorio.
No es que un gesto político se compense con otro de signo contrario, pero no me imagino al papa Francisco aprovechando una audiencia con Pedro Sánchez para alabar a su predecesor Mariano Rajoy.
Más nos hubiera gustado oír la firme promesa de un próximo viaje a esa España que no ha visitado en sus diez años de pontificado, durante los cuales ha dado varias vueltas al mundo.