Siempre creí en las bondades del VAR. Siempre consideré que había llegado para evitar muchas injusticias y, sobre todo, errores humanos con los que siempre había que contar. Sigo creyendo en sus notables ventajas, pero también considero que hay demasiadas ocasiones en que la interpretación de las reglas continúe prestándose a opiniones contrapuestas. Se han dado demasiados casos en que no ha habido respuestas coherentes a las señaladas por el árbitro de campo y el del VAR. En cuanto entramos en el terreno de la interpretación nos metemos en campo minado. Además, el VAR ha venido para restar autoridad al hombre que está cerca de la jugada porque este, en los casos de duda, acaba por aceptar que desde la oficina de los televisores se le corrija o se le diga que ha acertado.
En mi opinión, lo peor es el hecho de que hay ocasiones en que el árbitro comunica visiblemente que por el pinganillo le están advirtiendo de que debe examinar la decisión tomada. El artilugio, al tiempo que ayuda a los jueces les está restando juicio propio. En demasiadas ocasiones esperan a que se le diga si su decisión ha sido correcta. Por ello, a veces, no toman decisiones instantáneas. El temor a que el error sea denunciado impide que mantengan el espíritu sentenciador.
Lo más llamativo ocurre cuando hay una falta que puede ser grave y el pinganillo no les asiste, El pasado domingo, en el Madrid-Real Sociedad, el árbitro no sacó la segunda tarjeta amarilla a Nacho en falta evidente, que vio medio mundo y que habría sido la expulsión del jugador madridista, y no se le avisó de que la actitud del jugador era de gravedad evidente. En este caso, el señor Melero López se abstuvo e indirectamente le dio razones al dirigente de Atlético, Gil Marín, por sus quejas. Al parecer, los del VAR no debían actuar en un caso como este. Si ello es así el sistema pierde valor. Una expulsión puede ser tan importante como un penalti. En este caso, la autoridad fue demasiado libre.
Posdata. El Ayuntamiento de Valencia y el propietario mayoritario de la entidad futbolística, Peter Lim, han llegado al acuerdo para terminar el nuevo y ya viejo estadio. Si tal sucediera podría ocurrir que fuera el mejor campo de España para un equipo de Segunda. Lim está haciendo lo posible para que el Valencia descienda. Y no quiere vender.