La quinta ponencia fallida del Tribunal Constitucional en el recurso sobre el Estatuto catalán y las declaraciones de su Presidenta, podrían titularse con el nombre de La Quinta Angustia, que es una magnífico paso que procesiona por la barroca Sevilla el jueves Santo. Unida en su historia a la realeza y con más de quinientos años de historia, tiene su sede en la calle Virgen de la Presentación y unos de sus pasos refleja el misterio del Descendimiento de Jesús.
Con menos arte y una expresión doliente, María Emilia Casas, la Presidenta, ha oficiado el descendimiento del Estatut del Tribunal Constitucional. Al menos de este Tribunal. Los nacionalistas, aliados ahora con Montilla, han barrenado en la herida y han proclamado que nada vale la sentencia que pueda dictar este Tribunal, proponiendo su reforma o su renovación inmediata.
Es evidente que yendo hacia el cuarto año de deliberaciones, con todas las vicisitudes y malos ejemplos-la bronca de la Vicepresidenta, las filtraciones, las presiones y amenazas- la mejor sentencia que se dicte, no va a servir más que para deteriorar al Tribunal y el equilibrio de poderes que estructura la Constitución. Sin cumplir el mandato de la renovación, con una vacante por fallecimiento y con la incapacidad de acordar una sentencia por los sucesivos ponentes, se ha traslado a la calle Domenico Scarlati, sede del Tribunal el lamentable espectáculo de la política española, dispuesta a demoler todo lo que toca, sea el Constitucional o el Supremo.
Zapatero está consiguiendo un indiscutible record. Es el gran hacedor de las zanjas políticas –realmente son abismos- a los que lleva a la sociedad española. Todas sus reformas, tildadas de grandes conquistas sociales, están provocando confrontaciones en lo que debe ser el acervo mínimo común en una democracia moderna y consolidada. El liderazgo en el Gobierno implica la obligación de vertebrar la convivencia o, al menos, no romper los cimientos y equilibrios básicos sobre los que se ha construido la Constitución de 1978.Su trayectoria está cada vez más próximo a la de un dinamitero que a la de un estadista responsable.
La situación no es ni siquiera parecida al bloqueo y descomposición de los últimos años del felipismo, en los que campaban por la arena política cabezas más sólidas y responsables. Hoy, la política de Zapatero es una imagen negra de Alicia en Wonderland, con más de cuatro millones de parados en las cunetas de la economía española y una pérdida de confianza del Reino de España en los mercados internacionales que no se vivía desde los tiempos de las devaluaciones por las sucesivas crisis del precio del petróleo.
Los ciudadanos, trabajadores y empresarios, se esfuerzan a diario en sacar adelante el país, mientras los otros, los políticos, viven en un mundo irreal del que nos transmiten escenas fantasmagóricas y alucinaciones. Necesitaríamos a Goya para que reflejase en sus agua fuertes el esoterismo de la política actual, con imágenes deformadas de nuestro rating, mientras las Vicepresidentas cabalgan a lomos de sus escobas. El aquelarre no está únicamente en el garzoneado– que es llevar vida disoluta con la Justicia- sino en la Carrera de San Jerónimo, en la Plaza de la Marina Española-con Leire atragantándose con tanta lengua- y en los Parlamentos autonómicos, donde se ejerce el peor virreinato caciquil.
Donde está la oposición. ¿Eh, hay alguien ahí? Rajoy o acuerda un pacto institucional y económico o pide elecciones. El tiempo solo mejora a los vinos y no a todos, pues si se pasan se transforman en vinagre. Algunos cuentan que la mejor política de la oposición en estos momentos es no hacer nada y dejar que la situación se deteriore. Sócrates dice:”Admitamos entonces, Hippias, que pueden existir embusteros en lo que respecta al cálculo y a la aritmética.”
Y Sócrates no conocía a los asesores electorales.