La Europa de los 27 ha devaluado su moneda, el euro, con la decisión del Banco Central Europeo de constituir un Fondo de Garantía de la deuda emitida por los países PIGS. La circulación de la deuda se garantiza en el mercado secundario con un Fondo de 700.000 millones de euros, que repercutirá en el tipo de cambio del euro/dólar y en una mayor inflación.
Trichet, cuyo mandato finaliza en el 2011, se resistió a bajar el tipo de interés en los primeros momentos de la crisis financiera, con la permanente admonición de la inflación como excusa para no adoptar una decisión que ya había tomado la Reserva Federal. Al final, los acontecimientos le obligaron a bajar el euribor, una vez que la crisis financiera se había apoderado de la economía real y se extendía con la misma fuerza que una plaga de langostas arrasando todo lo que encontraba a su paso.
En la segunda eclosión de la crisis, que ha hecho tambalear a los mercados de deuda pública, el BCE ha reaccionado, una vez más, con lentitud y sin agilidad, después que las turbulentas aguas de los mercados financieros de deuda ponían en jaque la propia supervivencia del euro.
La vulnerabilidad de la Unión Europea, articulada sobre una moneda única, ha puesto de manifiesto que los mecanismos de prevención, defensa y estabilidad de Europa son muy débiles. Europa no tiene corta fuegos frente a la globalización y la formación de tormentas financieras y económicas a uno y otro lado del Atlántico. Y Trichet cada vez se parece más a Louis de Funes interpretando el papel de un gendarme en la Costa Azul.
Europa ha fallado en el control de los déficits públicos y ha relajado su plan de estabilidad y sus mecanismos de control estadístico. Los mercados han chequeado el rigor de las políticas públicas y han lanzado una primera ofensiva que ha resituado el euro en la economía global.
¿Será el único ataque? ¿Ha sido suficiente la devaluación del euro aplicada? ¿Las medidas de disciplina adoptadas -un nuevo plan de estabilización- serán capaces de enderezar los déficits públicos? ¿El tridente maldito, déficit, inflación y recesión acabará imponiendo su reinado?
Demasiadas incertidumbres y demasiadas debilidades en la Europa de los 27 que retrocede frente al dólar y los mercados emergentes que han mimetizado con mayor eficacia la globalización frente a la tortuga europea, descrita por el politólogo Maurice Duverger hace años.
En medio de la tormenta y de las turbulencias, nuestro Presidente del Gobierno, Zapatero en el País de las Maravillas, refleja en su semblante el derrumbe de su política y parece una marioneta aturdida que ha perdido el compás del artista.
Su segundo mandato se ha convertido en un Gólgota que cada vez se hace más penoso, por mucho que la propaganda oficial mantenga, con la boca pequeña, que España ha sido objeto de un contubernio de los mercados, el malvado liberalismo, una especie de monstruo que sustituye al capitalismo en los caducos esquemas de la rancia izquierda española. Los contubernios siempre han dado mucho juego en la política española.
Para que no falte el perejil de los sindicatos, sus líderes y el inefable Blanco, lanzan el mensaje de que hay que hacer pagar las medidas a los ricos, para equilibrar los palos que Zapatero ha dado a funcionarios, pensionistas y dependientes, aunque no se aclaran si van a subir más los impuestos, subida que padeceremos todos con el IVA a partir de julio.
La izquierda somete, una vez más la razón a su escenografía, que divide el mundo en buenos, socialistas y perversos capitalistas especuladores, que son todos aquellos que no comparten su ideología. Lo que no cuenta la izquierda es que esos especuladores nos han prestado muchos millones de euros que han sido utilizados en nuestra inversión pública y en los préstamos y créditos concedidos por la Banca a empresas y particulares.
El modelo español de 17 autonomías, que ha triplicado el número de funcionarios del Estado, ha hecho crack. O bajamos de la nube o nos pegamos un trompazo. Zapatero ha dejado de ser el Principito subido en su bola del mundo para convertirse en un espectro que vaga por la economía, a la que ha despreciado desde su discurso de socialista irredento. El cambio de decorado y de papel lo vamos a pagar todos.