El presidente Zapatero ha vuelto al Bierzo, a su tierra natal, a darse un baño de aplausos y saludos de sus paisanos huyendo de esa sartén hirviendo –Sonsoles “dixit”- que es Madrid, y en pos de un poco de sosiego porque la semana que termina ha sido “horríbilis” para él, para su gobierno y para su partido el PSOE. El que, desde hace meses vive en un sin vivir y se pasa el día sin saber a quién mirar ni que decir. Ayer, el presidente regresó al optimismo pero con una cierta moderación y se comprometió a prometer de que en el plazo de noventa días todo va a estar ya encarrilado: el paro, el fin de la recesión, el déficit, la fusión de las Cajas de Ahorro, la reforma laboral, e incluso el problema griego.
En realidad un discurso conocido porque ya han sido muchas las veces que aseguró que ha visto la salida del túnel o los brotes verdes en el campo económico español. Sin embargo lo que no está en condiciones el presidente es de prometer un verdadero salto hacia delante porque eso es imposible, necesita años y ya veremos si se produce, porque para ello es muy necesario que las medidas que adopte el gobierno sean duras y radicales y lo que hasta ahora hace y promete Zapatero son pequeños arreglos, con los que pretende salvar su paz social, que dicho de otra manera quiere decir su suelo electoral.
Esta ha sido, desde que empezó la crisis, su estrategia: guardar la ropa electoral y esperar a ver si escampa la destrucción de empleo y la crisis financiera, y si EE.UU y Europa tiran del tren en cuyo furgón de cola viaja España acompañada de Grecia, Irlanda y Portugal.
Para camuflar y acompasar este pretendido lento despegue de la situación económica que tiene a millones de españoles y a miles de empresas en el paro y la desesperación, Zapatero ha organizado en los pasados días, con la ayuda de su partido el PSOE y del nacionalismo catalán, una ruidosa cortina de humo que tronó a propósito del estatuto de Cataluña, del Tribunal Constitucional y del juez Garzón, sobre el que, además de sus presuntas prevaricaciones, pesan todas las sospechas de soltar a destacados dirigentes del entorno de ETA/Batasuna, como Díez Usabiaga, siguiendo esa sigilosa estrategia de “invitación” a la banda terrorista a una nueva negociación, sin apretar todas las tuercas y dejando entreabiertas ciertas puertas como la que probablemente permitió huir a De Juana Chaos de su control policial en Irlanda del Norte.
El presidente sigue jugando con fuego político. Con el catalán y con el español, y no parece que le preocupe mucho el debate de las dos Españas, o de la Guerra Civil, ni el rumor de que se está reabriendo en secreto la negociación con ETA, ni el acoso y desprestigio de los tribunales Supremo y Constitucional. Ni tampoco la deriva nacionalista del PSC, ni nada de nada. Pero el presidente sabe, y sus encuestas se lo dirán, que está en el peor momento de su presidencia y que va de mal en peor. Por eso ayer quiso darse un respiro a la Luna de León y contar a todos los españoles lo que ha dicho ya cien veces: que lo peor ha pasado, que lo bueno empieza a llegar y que todo en esta vida tiene arreglo. Lo que es difícil de creer mientras permanezca en el poder, acompañado de un gobierno que ha perdido fuerza y credibilidad.
Hay algo que no dijo Zapatero pero que podría desprenderse de sus palabras de ayer. Y es que está pensando en la irremediable o ineludible crisis del gobierno. Y si cree que para finales del mes de julio todo está encarrilado puede que, en ese mensaje, se esconda otro relativo a que el cambio de su gobierno será una realidad a partir de julio y cuando termine la presidencia europea. No tendrá más remedio que hacerlo aunque sólo sea para protegerse él, porque el deterioro de sus vicepresidentes y ministros es tal que Zapatero ha perdido protección y está en la primera línea de fuego, de la que tiene la máxima responsabilidad porque su manera de gobernar es autocrática y presidencialista. Y podrá si quiere cambiar su gobierno, para intentar una nueva etapa, pero difícilmente recuperará su credibilidad.