Lo ha publicado el diario gubernamental El País: el 66 por 100 de los españoles desaprueba la gestión de Zapatero. Una encuesta demoledora para la imagen del presidente, que reabrirá el debate de la posible sustitución de Zapatero al frente del PSOE porque la tendencia que marca el sondeo de Demoscopia es de caída libre y ello ha desatado todas las alarmas en la Moncloa y en Ferraz donde no encuentran la manera de frenar el batacazo y menos aún de recuperar el aliento. Las ruidosas cortinas de humo, sobre el estatuto catalán, la Guerra Civil, Garzón y los tribunales Constitucional y Supremo se han vuelto contra el presidente y han provocado toda una revuelta en el PSC hasta el punto de pedirle, desde del gobierno de la Generalitat, que no visite Cataluña en la próxima campaña electoral. Un público desprecio que tuvo que arreglar el presidente Montilla, aunque el daño ya estaba hecho dejando a la intemperie la herida abierta entre el PSOE y el PSC.
En la otra orilla de la política las huestes del PP de Rajoy permanecen acampadas con actitud defensiva. Están en la estrategia del cerrojo, del “catenaccio” del Inter frente a Barça, sabiendo que tienen el viento y las encuestas a favor y no haciendo nada que ponga en riesgo su actual y beneficiosa posición que les anuncia un moderado triunfo electoral que necesitará el apoyo de los ahora ensoberbecidos nacionalistas –ya no será como en los tiempos de Aznar- para poder gobernar. De ahí que al PP le haga falta no sólo una victoria, sino una victoria importante para no depender de los nacionalistas de CiU y PNV. Y para ello Rajoy tendrá que arriesgar como lo hace con decisión en el Reino Unido el líder conservador, David Cameron, que se enfrenta al doble adversario de Nick Clegg y Gordon Brown, este último muy deteriorado después de trece años de gobierno laborista con la guerra de Irak y la crisis económica incluidas.
Está claro que Rajoy no es Cameron, pero también está claro que Zapatero no es Papandreu, y que carece del valor y de la decisión para abordar como debiera la crisis económica y exhibir algo de liderazgo, si no quiere seguir rodando por la pendiente hacia un inesperado final como el que llevaría a Zapatero a una inusual dimisión sin acabar la legislatura, para dar paso a otro candidato como el mencionado en ciertos ambientes socialistas: Javier Solana.
Es verdad que la situación de España no es similar a la griega pero también es cierto que en Atenas han decidido tomar decisiones de importancia diciendo a los ciudadanos la verdad, la gravedad de la situación y la tremenda disyuntiva a la que se enfrentan: el sacrificio o quiebra del Estado. Mientras que en España seguimos mirando la hierba a ver si crecen los brotes verdes, y consolándose los ministros con una leve caída del desempleo en el mes de abril, que en nada soluciona los problemas de los españoles. La raquítica reducción de cargos públicos del gobierno anunciada la pasada fin de semana de una idea de cómo las gasta el gobierno y del temor que adornan sus decisiones. Puede que Zapatero espere el final de la presidencia de la UE para reformar y reducir un gobierno en el que sobran dos vicepresidencias y cuatro de sus ministerios (Igualdad, Vivienda, Cultura y Ciencia), entre otras muchas cosas.
El único logro de Zapatero es la paz social conseguida a base de conceder a los sindicatos todo lo que estos piden en materia laboral. Unos sindicatos venidos a menos en la fiesta del Primero de Mayo, con poca asistencia y discursos de ocasión en los que piden créditos a los banqueros, y en los que parece que se han olvidado de los cerca de cinco millones de parados que sufre este país, entre otras cosas por la debilidad del gobierno y por la intransigencia sindical a la hora de la necesaria reforma del mercado laboral.
Zapatero se hunde en las encuestas, donde Rajoy mantiene sus síntomas de debilidad y en las que el PP aparece como vencedor electoral pero sin que su ventaja refleje la realidad de grave deterioro del gobierno y del presidente –permanecen cuatro puntos por encima del PSOE-, lo que para muchos dirigentes del PP es todo un triunfo pero para muchos españoles es señal de debilidad, falta de liderazgo y de alternativa de la oposición.
O sea, después de unas duras semanas de tensión política, económica y social, España sigue más o menos como estaba a primeros de año. Pasan los meses, las semanas y los días y nada permite atisbar ni un gran vuelco político ni un buen horizonte económico. Se dice que el plan de ajuste de Grecia y la respuesta unitaria –y acordada ayer- del FMI y de la UE a favor de los gobernantes y de las finanzas helenas vana tranquilizar los mercados bursátiles –o puede que los especuladores desvíen su ataque a Portugal, Irlanda y España-, y sobre todo van a dar una imagen de fortaleza y cohesión del euro y de la Unión Europea.
Veremos si es verdad, ojalá que las aguas financieras se calmen porque todo ello ayudará. Y le permitirá a Zapatero unos minutos de sosiego en las reuniones europeas que se celebrarán en Madrid antes de que acabe la presidencia española de la Unión. Una presidencia con la que Zapatero pretendía relanzar al estrellato internacional su imagen liderazgo y que, al contrario, está sirviendo para poner en evidencia la mala imagen de España y la credibilidad de Zapatero a quien la última encuesta de su diario gubernamental coloca en caída libre y sin visos de que se pueda recuperar. Lo que para el PP y muchos españoles es motivo de satisfacción, pero no para celebrar y echar cohetes al aire porque España está atada a la suerte del presidente y porque todavía le quedan dos años de legislatura, a no ser que en su partido, desesperados, decida forzar su destitución.