Las cosas de palacio van despacio, se suele decir, pero las cosas de la política en España van a toda velocidad y, de un tiempo a esta parte, son víctimas de la improvisación del gobierno y de la parsimonia y el tacticismo de la oposición. Hasta el punto de que a pesar de que el patio de España está revuelto no ocurre nada, o casi nada. ¿A qué espera Mariano Rajoy para presentar una moción de censura, aunque pierda la votación? Ni siquiera los sondeos electorales anuncian vuelcos, o una gran novedad: sube un poco el PP, baja un poco el PSOE, normal. En Inglaterra sin embargo se ha producido una pequeña, o ya veremos si grande, revolución a pesar de ser el país emblemático de la tradición bipartidista y la estabilidad política, con una natural alternancia en el poder entre Laboristas y Conservadores que dura 65 años. Pero he aquí que, de pronto, se ha destapado un nuevo y joven líder, el liberal Nick Clegg, que en el primer debate televisado de la campaña electoral británica se ha alzado con la victoria y está liderando los sondeos electorales, ante el asombro del conservador, David Cameron, y del primer ministro laborista en funciones, Gordon Brown.
Puede ser un espejismo, flor de un día, quedan más debates, queda campaña, puede que en la recta final el pueblo inglés regrese al bipartidismo de siempre. Todo es posible, pero en estos tiempos de crisis Clegg, el tercer hombre, ha levantado la bandera de una nueva ilusión y ha bautizado a sus competidores como ·los viejos partidos·, para transmitir la idea de que el único y verdadero cambio para la política inglesa es él, y no Cameron como pretende el partido conservador. ¿Qué va a ocurrir? Clegg pide prudencia e imita a Obama en su campaña que va de menos a más con ayuda de los jóvenes, la Universidad, e Internet, pero no las tiene todas consigo. Y tanto los laboristas como los conservadores dicen que no pasará el listón y que al final se quedará como el tercero de la discordia o, en el mejor de los casos, como el hombre “bisagra” para liderar o para acompañar un gobierno de coalición. Ya veremos.
Pero si Clegg sale bien parado de la porfía electoral ingresa, su triunfo, como el de Obama, será ejemplo y novedad en el resto del mundo y en España también. ¿Quién ocupa ahora el centro político en nuestro país? Nadie. ¿Cuál sería el discurso político diferencial del centro en España y en las actuales circunstancias? Pues hablar claro y alto como Clegg, defender el interés y la identidad nacional y pedir la reforma democrática, para que el régimen partidista que impera en nuestro país no se eternice en el dominio de la política, y los ciudadanos españoles ¡por fin! puedan elegir directamente a sus diputados, e incluso al presidente del Gobierno en votación directa, por sufragio universal y sin mediación del parlamento y los partidos. Y por supuesto el Poder Judicial solo sería elegido por las asociaciones y cuerpos judiciales del Estado, al margen de toda injerencia política como las que en estos días están desestabilizando tanto el Tribunal Supremo como el Constitucional. Y estos tres cambios esenciales para la necesaria separación de los poderes del Estado, sólo para empezar.
El centro político español no existe o está vacío. En su día lo ocuparon algunos de los líderes de UCD, pero desde entonces y desde la desaparición del CDS de Suárez no queda nada. ¿Sería además un centro liberal como en Inglaterra? Puede que no, puede que más social, quizás a caballo entre los liberales y los socialdemócratas. Podría decirse que a mitad de camino entre Rosa Díez y Alberto Ruiz Gallardón, aunque la diputada vasca ha dado muestras de claro valor y el alcalde de Madrid está en permanente retirada de todos los frentes donde debería pelear.
¿Hay sitio para un centro político español que abandere la reforma democrática? Desde luego que sí. Máxime en este tiempo de grandes convulsiones económicas e institucionales en las que se echa de menos un liderazgo fuerte, osado, descarado y desafiante como el del joven Nick Clegg. Pero no vemos a ese caballero blanco galopando por el territorio español. El que además es un auténtico campo de minas para quien pretenda irrumpir en el gran reparto de la partitocracia parlamentaria. No encontrará ni apoyos financieros, ni presencia en los medios públicos, ni en los grandes grupos de comunicación privada, ni en los grandes foros de debate nacional. Y la ley electoral castiga o limita el despegue de un tercer partido. Que lo pregunten a Díez, a Llamazares cuántos votos les cuesta un escaño nacional a las minorías (probablemente más de 150.000 votos). Aunque, eso sí, siempre les quedará Internet que es una herramienta extraordinaria para las minorías y los líderes políticos y sociales que tengan algo nuevo que decir, y no sólo variantes sobre lo que dicen los demás por muy justas que sean porque tanto el PSOE como el PP saben cerrar los espacios que se abran a su derecha e izquierda con gran habilidad. El centro español existe, vaya si existe, está vacío, tiene su punto de partida en el fin de la transición y la reforma democrática y está esperando a quien lo quiera liderar.