El presidente Zapatero está huyendo inútilmente de sí mismo y de su mala sombra que lo persigue sin parar. En ese desesperado empeño, Zapatero se hace acompañar de una trompetería de Guerra Civil que suena a charanga y pretende convertirse en cortina de humo con la que espera –como Josué en Jericó- derribar los altos muros del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, creando una bronca nacional que le sirva de distracción y parapeto frente a los destrozos de la crisis económica, y le permitan ganar tiempo en espera de un milagro que no llegará. Más bien al contrario la situación puede empeorar si, ante el lamentable espectáculo que ofrece el gobierno español –de bloqueo ante la crisis, descontrol del déficit, desorden constitucional e inseguridad jurídica-, la fama de España se coloca en el punto de mira de especuladores financieros que acaban de hundir a Grecia y están a la puerta de la península ibérica para ampliar el campo de su cacería infernal.
Zapatero no tiene escapatoria porque la crisis no amainará y sabe que sus adversarios políticos no sólo están en la oposición del PP. El primer enemigo de Zapatero es el propio Zapatero y su gobierno, hecho a su imagen y semejanza, como lo acaba de subrayar Carlos Solchaga. Pero el segundo adversario del presidente está dentro del PSOE y se llama Javier Solana, la persona en la que están pensando ciertos barones socialistas para imponer la eventual y puede que no lejana sustitución de Zapatero antes de las elecciones generales de 2012, si el deterioro sigue y se presenta la ocasión. El tercer enemigo del presidente no tiene cara ni ojos pero es el más poderoso: la sociedad española. La mayoritaria que no conoce por su edad los terribles tiempos de “las dos Españas”, y no entiende este regreso inútil a la Guerra Civil desde falsas posiciones de la izquierda como denuncia Joaquín Leguina; y la minoritaria de españoles ya mayores que sí vivió o recuerda los enfrentamientos de la guerra y que aplaudió la reconciliación nacional y el modelo de Estado que propició la transición. La misma sociedad española que, en su conjunto, está sufriendo en su casa, familia y trabajo los efectos de la crisis económica que Zapatero negó y no sabe cómo abordar.
La destructiva fuga hacia el pasado de España de Zapatero está llegando a su final, y acabará por dañar –en Cataluña está ocurriendo con la radicalización nacionalista del PSC- al PSOE en las elecciones y en los años venideros. Sobre todo si los dirigentes socialistas con sentido de la Historia y de la realidad nacional no cortan en seco la frivolidad de esta cabalgada que encabezan sus caciques nacionalistas en compañía de unos ministros de poco fuste y dirigentes de ocasión (pepiños y pajines), todos en el papel de briosos ratones ciegos que conducen por el borde del precipicio español la pretendida carroza de Zapatero. En cuyo pescante viajan los responsables de El Mundo (presidencialista), y El País (gubernamental), ambos a la espera que el presidente les arregle sus problemas financieros, cuando lo lógico sería que tan influyentes rotativos exigieran su rectificación inmediata, o su fulminante destitución.
Pero la pretendida carroza presidencial, ha perdido el encantamiento se ha convertido en una ruidosa calabaza sonora y repetidora de la ilusa e improvisada “revolución” con la que Zapatero pretendía pasar a la Historia: porque iba a enmendar el pacto de la transición y las consecuencias de la Guerra Civil; pretendía construir -burlando la Constitución por vía estatutaria- un Estado confederal; creyó que haría la paz con ETA, a cambio de concesiones políticas; anunció que España se situaría por encima de Italia y Francia en el ranking de las naciones más ricas del mundo; prometió el pleno empleo; y anunció un gran “acontecimiento planetario” durante la presidencia española de la Unión Europea”.
Y aunque empieza a darse cuenta de que se le está derrumbando el castillo de naipes, Zapatero aún cree que la economía se puede recuperar, considera que puede salvar el estatuto catalán o, en peor de los casos, empantanar el Tribunal Constitucional, con las dimisiones de sus magistrados afines para anular el “quórum” decisorio, de ahí ahora su coincidencia con Montilla para declarar “urgente” la renovación del Constitucional, que ha ignorado durante los tres pasados años. ¿Qué ha cambiado? Pues sencillamente que una inesperada mayoría de magistrados, seis contra cuatro, eliminó la pretensión de equiparar a Cataluña como nación al mismo nivel que España. Esa votación desató la campaña catalana para deslegitimar el Constitucional, como la que pretende poner en marcha el parlamento catalán con la ayuda de Zapatero.
Y lo mismo pretenden hacer con el Tribunal Supremo a propósito de Garzón, porque el presidente considera a su juez de cámara, esencial para reabrir la negociación con ETA -ahora que los abertzales empiezan a tomar distancias de la banda terrorista-, como ya lo usó para legalizar al PCTV o ilegalizar Batasuna, según iba conviniendo, o para ocultar el caso Faisán del chivatazo policial a ETA, o para poner en marcha escuchas ilegales a los abogados de Gürtel en busca de la financiación ilegal del PP, etcétera. Y si para ello hay que desarbolar el Tribunal Supremo, con manifestaciones sobre la Guerra Civil, pues se hace. Incluso a costa de manipular los sentimientos de las familias que sufrieron la represión franquista, o presionando al alto tribunal con el filibusterismo de la fiscalía del Estado o del propio Garzón. Quien, tras recusar al denostado juez Varela, se puede encontrar con el aplazamiento del juicio sobre su fallida causa contra el franquismo que tanta fama la ha dado, pero a la vez con la aceleración sus otros casos por prevaricación, con escuchas ilegales y cohecho, relacionados con su actuación en el caso Gürtel y en el archivo de la querella contra el banquero Botín (los caminos y designios de la Justicia son inescrutables).
Por mucho tiempo que gane, ocultando la crisis económica con estos ataques contra los Tribunales Supremo y Constitucional, Zapatero no logrará recomponer la figura ni la de su gobierno, y el deterioro económico e institucional de España crecerá. Y ¿vamos a estar así dos años a la espera de las elecciones de 2012? La cita electoral autonómica y municipal de 2011 –que tendrá como preámbulo las elecciones catalanas de este otoño- puede acelerar la descomposición de la autocrática y demencial presidencia de Zapatero. Y entonces reaparecerá, si es que no empieza antes, el nombre de Javier Solana, el que ha sido ministro de Cultura, de Educación y Exteriores de España, secretario general de la OTAN y jefe de la diplomacia de la Unión Europea, como la tabla de salvación del Partido Socialista. Político de experiencia, maneras democráticas y sentido de Estado con el que se podría pactar un gobierno de unidad nacional entre PP y PSOE que es al día de hoy la única salida posible, en pos de crear confianza y prestigio para España, a la grave crisis económica y social.
Zapatero fue demasiado lejos, no puede con la crisis económica que negó, está poniendo en peligro las instituciones democráticas y la convivencia entre los españoles, y carece de credibilidad para pactar. Se está cociendo a fuego lento y se agarra al franquismo –como Garzón- para intentar que, con ese ropaje y al grito de “no pasarán”, nadie se atreva en su partido a pedirle que se vaya en aras de la estabilidad y unidad del PSOE, y a favor de la recuperación económica y de la cohesión nacional.