El gobierno español está preocupado, y con razón ,con el posible impacto en nuestro país de la crisis financiera de Grecia que acaba de solicitar oficialmente ayuda de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacionál ante la gravedad de sus nuevas y muy altas cifras de su déficit público y el deterioro de su deuda en los mercados, así como por la decisión de las agencias de calificación (como Moddys) de subrayar el aumento del reisgo del endeudamiento heleno que algunos observadores mas incrédulos han situado en zonas cercanas al impago. Ante esta situación que tiene sus efectos reflejo en países también tocados por su alto déficit como Irlanda, Portugal y España, el gobierno del presidente Zapatero se ha lanzado a una campaña de opinión pública para explicar que el caso español no es comparable al griego y para subrayar que la economía de nuestro país es mucho mas fuerte, lo que siendo cierto no la excluye del circuito de los movimientos especulativos de capitales. Precisamente para intentar convencer a los analistas e inversores, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, se ha apresurado a anunciar que España ya está dispuesta a aportar a Grecia la ayuda que le corresponde de cerca de 3.600 millones de euros, que fue apoyada esta misma semana por la gran mayoría del Congreso de los Diputados. La velocidad española en ofrecer dinero al gobierno de Atenas es arma de doble filo, porque puede ser interpretada como debilidad y disimulo, con la intención de aparentar fuerza y poderío, en contraste con la mas prudente posición de la canciller alemana Ángela Merkel que ha dicho sí al plan de ayuda a Grecia pero exigiendo nuevas garantías a los griegos.
No queremos alarmar a nadie pero tenernos serios motivos de preocupación por lo que está pasando en la economía americana, europea y la española en particular. Máxime cuando el drama de Grecia crece y nos coloca a los españoles en la cola de un peligroso tren. Por ello si todavía no han hablado y no se han dado cita, el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, deberían hacerlo y conversar sobre las graves consecuencias que el auge de la crisis financiera griega. Moddys ha vuelto a rebajar la deuda griega y ha provocado una nueva caída los mercados bursátiles el por posible riesgo de impago griego. Y ello puede tener consecuencias para España.
Estamos en vísperas de una situación muy complicada, económica y financiera, en el territorio español. Por ello todo eso de la bronca sobre el estatuto catalán y el Tribunal Constitucional, la polémica sobre el Tribunal Supremo y el juez Garzón a propósito del franquismo, o el agua de Castilla La Mancha deberían ser cuestiones de segundo o tercer nivel, ante la ola de la crisis que parece arrancar desde Grecia rumbo a la península Ibérica -con Portugal en primera línea- y con España como segunda o tercera estación, si es que Irlanda también sucumbe al nuevo maremoto. El que está poniendo otra vez en solfa el sistema monetario europeo y al euro ante la pasividad de las instituciones europeas, y las potencias de la Unión, Francia y Alemania, y el desconcierto del gobierno de Zapatero que ostenta la presidencia de la UE y que no está para dar lecciones a nadie mientras el barco español navega inocentemente sobre el optimismo y sin prevenir los riesgos de una travesía que no hizo nada más que comenzar.
Quizás es demasiado pronto para dramatizar, pero también puede ser demasiado tarde para prevenir los efectos la gangrena griega que la UE ha querido curar con cataplasmas, dejando que pase el tiempo, pidiendo ayudas al FMI y sin cortar por lo sano cuando aparecieron los primeros síntomas de “putrefacción”. Puede que en el palacio del Elíseo y en la cancillería de Berlín o no vieran el alcance del problema griego, o simplemente habían considerado que la crisis de Atenas no tiene solución y que era mejor dejarla a su suerte antes de invertir en ella miles de millones de euros de difícil recuperación, lo que obligaría a Grecia a dejar la moneda europea, señalando una vía tortuosa por la que posteriormente podrían, si nadie lo remedia, transitar Portugal, Irlanda y España.
Ojalá que nada de esto ocurra, que Grecia recupere el pulso, que la UE y el FMI reaccionen con la fuerza y la rapidez necesaria y que se ponga una barrera imaginaria al maremoto que ahora agita los mercados europeos. Mientras tanto al otro lado del Atlántico el presidente Obama acaba de hacer serias y severas advertencias al mundo bancario y especulativo de Wall Street, amenazándoles con un conflicto abierto y de grandes dimensiones si permanecen en su actual empeño de no cambiar nada y de recomponer sus negocios con el aval del Tesoro de Estados Unidos.
En la Unión Europea, al margen de la bicefalia virtual de París y Berlín, no existe una autoridad máxima en el ámbito político. En el económico el Banco Central Europeo tampoco parece estar a la altura de las circunstancias, y otro tanto se puede decir de la Comisión. De manera que los acontecimientos, por más que eran previsibles, están desbordando a todas las autoridades de la Unión, y dando la razón a quienes desde prestigiosas atalayas informativas han anunciado el principio del fin del Euro, como agoreros visionarios o interesados difamadores en defensa del dólar y de la primacía económica y financiera americana. La que presume haber pasado lo peor mientras mira por encima del hombro a la Unión Europea, que está sufriendo con retraso la resaca de la crisis poniendo en evidencia la debilidad del sistema financiero europeo y del Euro, que difícilmente podrían sobrevivir a estas grandes inclemencias inesperadas sin una política fiscal unitaria entre las naciones que disfrutan de la moneda única.
¿Y España? Pues a verlas venir. En nuestro país estamos discutiendo sobre galgos y podencos mientras se nos va, como el agua de las manos, la economía y las finanzas por el sumidero del gran desconcierto europeo e internacional y la desconfianza que provoca un gobierno débil y una permanente desestabilización institucional como ocurre con el gobierno español. ¿Qué se puede hacer? Esa es la cuestión y también la responsabilidad máxima de Zapatero y Rajoy. En sus manos estamos y cabe espera que de ellas pronto nazca alguna iniciativa conjunta que ofrezca a los españoles y a extranjeros un mensaje de confianza, de unidad y de austeridad.