Clegg tiene la llave de oro

“No hay enemigo pequeño” suelen decir los portugueses y no les falta razón. El Partido Liberal Demócrata de Nick Clegg ha sido el meteorito fulgurante de la campaña electoral, subiendo al cielo de las encuestas y bajando al infierno de los resultados, pero al final se ha quedado en el centro del horizonte como una mágica nave espacial de la que depende la gobernabilidad del Reino Unido. Y a la que cortejan el vencedor matemático, pero insuficiente, de los comicios, el conservador David Cameron, y también y desde su tumba política, Gordon Brown quien en un último esfuerzo y para “morir matando” a los conservadores podría ofrecerle a Clegg el cargo de primer ministro, porque el puesto de número dos ya se lo ha ofrecido Cameron. Lo que, sumado a los votos de otras minorías de la izquierda, permitiría a liberales y laboristas llegar al número 10 de Downing Street con un liberal en la jefatura del gobierno, algo nunca visto en la reciente historia de la política británica.

Naturalmente, la primogenitura de la victoria electoral en votos y escaños la tiene Cameron y su partido conservador y a él le toca tomar la iniciativa y buscar la alianza con los liberales de Clegg con los que tiene grandes divergencias. Por ejemplo en las políticas: europea, militar, económica, de inmigración y exterior. Pero también es cierto que en el Reino Unido, en contra de lo que ocurre en España, los intereses generales del país se suelen anteponer muchas veces a los partidarios y por eso el pacto de conservadores y liberales es una primera oportunidad.

Pero luego llegará la tentación suprema, el intento desesperado de Brown de seguir en el poder y no retirarse tras la dura derrota recibida por su partido –donde ya se pide su cabeza-, e incluso la posibilidad de que los laboristas, a la desesperada, le ofrezcan a Clegg, subirse a una alianza conjunta con algunos de los minoritarios (verdes, Sin Fein, social demócratas y algún nacionalista irlandés o escocés) que incluya el cargo del primer ministro para el líder liberal, lo que sería toda una revolución en Inglaterra, o el verdadero gran cambio que pidió Clegg en la campaña electoral.

Todo, pues, está abierto en Gran Bretaña y de esa lección deben sacar sus consecuencias los partidos políticos españoles y sus dirigentes respectivos. Zapatero de la derrota de Brown y de sus medidas timoratas para hacer frente a la crisis financiera (que el viernes volvió a tocar de mala manera al mercado bursátil español, a pesar del famosos 0,1 por 100 de crecimiento que pregona el Banco de España sin pudor). Y Rajoy debe aprender de Cameron de que no basta con ganar las elecciones en votos y escaños sino que se necesita una mayoría confortable para gobernar, y para ello hace falta mucho más que la táctica del PP de escurrir el bulto y decir a todo que no, para no correr riesgos y de esconder en casa (véase el caso Camps) la ropa sucia de la corrupción.

Vamos a ver qué ocurre en Gran Bretaña de donde también conviene sacar otra lección: los ingleses, en momentos de grave crisis económica, no le han dado la mayoría absoluta para gobernar a ninguno de sus dos grandes partidos porque no se fían de ninguno de los dos. Y eso es, precisamente, lo que también está ocurriendo en España donde muchos españoles están cansados de Zapatero pero no acaban de ver claro lo de Rajoy. Naturalmente en Gran Bretaña también cabría el gran gobierno de coalición entre los conservadores y los liberales, al estilo de la gran coalición de los conservadores y los socialdemócratas alemana de hace pocos años, pero esa posibilidad, que también existe, no parece estar –salvo en caso de guerra- dentro del acervo democrático británico. Sin embargo, en España y visto que tenemos aún dos años por delante y crisis para mucho rato tampoco se debería descartar.  En cualquier caso aquí se debe recordar –para todos- el dicho español de “cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”.