El inconveniente de nacer en Gaza

2360 niños palestinos habían fallecido en Gaza hasta este pasado martes.

2360 niños palestinos habían fallecido en Gaza hasta este pasado martes.

Como amargamente escribió Cioran en su libro de aforismos Del inconveniente de haber nacido, “el porvenir siempre ha sido atroz, el hombre sólo sabe remediar sus males agravándolos”. Por desgracia, lo que está sucediendo en Gaza le da la razón al pesimista filósofo de origen rumano. Por una parte, el futuro se nos dibuja absolutamente oscuro, apocalíptico, descorazonador, injusto y sin entrañas; y por otra, el hombre sigue siendo el mayor depredador que ha existido por los siglos de los siglos, y no ceja en su empeño de demostrar, a cada segundo que pasa, que todavía puede ser aún mucho peor de lo que ya es.

Aunque nos duela, no es posible ni ético ni honesto cerrar los ojos a lo que está sucediendo en Gaza pensando que si no lo vemos posiblemente no esté ocurriendo. Está ocurriendo. Lo podemos ver. Los muertos son de verdad, los heridos son reales, los desaparecidos que ya no aparecerán, también. Y las palabras ya no pueden llenar el vacío que dejan tantos muertos, ni relatar vívidamente tantos días de infamia.

No vale el autoengaño, el mirar a otra parte, el escondernos en excusas cobardes o el pensar que ellos se lo han buscado. No. Los 2360 niños palestinos fallecidos hasta este pasado martes, según las cifras oficiales, no se han buscado esto, los niños palestinos -según estos datos mueren 400 al día- no se han buscado nada. Nada en absoluto. Son presa fácil del horror. Como lo son también las 1292 mujeres caídas y los 295 ancianos aplastados bajo sus casas. Los casi 5800 fallecidos en Gaza hasta la citada fecha son víctimas propiciatorias de la barbarie. Son daños colaterales de la sinrazón.

Lo diremos una y cien veces. Los asesinatos, las torturas y los secuestros de Hamás -porque de asesinatos, torturas y secuestros estamos hablando- son atroces y merecen nuestra repulsa y condena, pero no justifican ni justificarán nunca los bombardeos desproporcionados y a bulto de Israel sobre Gaza, por mucho que pueda ser cierto que Hamás pueda utilizar a la población civil como escudos. ¿Cuántos civiles mueren por cada terrorista que cae? Esto no es justicia, esto es venganza.

Y no pretendamos darle la espalda a la brutalidad que estamos viendo casi en directo ni intentemos huir de esta sinrazón escondiéndonos en la ideología de uno y otro, en lo que significa la democracia para unos y para otros, o pensando banalmente que los de un lado son malos y los del otro, buenos. Estamos rodeados de muerte e injusticia por igual y hago mías estas palabras de Josep Borrell: “¿Por qué lamentar una tragedia me quita fuerza moral para condenar otra?” O lo que es igual: ¿Por qué lamentar el terrorismo salvaje y canalla de Hamás me quita fuerza moral para condenar los bombardeos israelíes contra la población civil de Gaza?

Siempre se ha dicho que Estados Unidos empezó a ser consciente de lo que estaba sucediendo en Vietnam cuando todas las mañanas se desayunaba con los soldados norteamericanos muertos en bolsas negras que les mostraban los informativos de las grandes cadenas de televisión. Ahora es internet, X (antes Twitter) y nuestro teléfono móvil quienes nos cuentan la vida y la muerte  al instante en este cementerio viviente, en esta minúscula franja de Oriente Próximo.

Entren en X y vean. Y lloren. Y maldigan. Porque aquí desayunamos, comemos y cenamos con niños muertos, con muchos niños muertos día tras día. Y aunque les pueda parecer irreal lo que están viendo no piensen que los niños muertos o que los padres llorando desesperadamente ante los cadáveres de sus hijos son un fake o una manipulación de la inteligencia artificial. Nada es artificial en Gaza. Vean los esfuerzos sin recompensa de los sanitarios intentando devolver la vida a esos cuerpos arguellados que ya no la tienen, vean las miradas extraviadas y aterrorizadas de los pequeños supervivientes, vean el temblor de sus cuerpos, vean su angustia a flor de piel.

Si no se creen lo que les digo entren por ejemplo en la cuenta de Fran Sevilla en X -hay cientos y cientos de cuentas de ambos lados del conflicto- y vean ustedes mismos. Vean los vídeos que nos muestra el corresponsal de TVE y RNE en la zona, al que dicho sea de paso no tengo el honor de conocer, y luego siga adelante como si nada, como si tan sólo estuviéramos viendo un capítulo más de la nueva serie, hiperrealista, eso sí, de una plataforma televisiva.

No tengo muy claro que los dirigentes de Hamás no supieran con certeza lo que les iba a suceder a sus conciudadanos el día después de su ataque terrorista contra Israel y que desconocieran que la respuesta militar hebrea iba a ser todo lo contundente y brutal que está resultando ser contra la población civil de la franja. De la misma forma, siempre albergaré también serias dudas sobre la presunta ignorancia del tan reputado servicio secreto israelí y su desconocimiento absoluto de la preparación de los ataques del pasado 7 de octubre; unos preparativos en los que hubo movimientos significativos de hombres, vehículos, armas y explosivos.

Sería realmente obsceno y repugnante que al final de toda esta hecatombe humana llegáramos a la conclusión de que los terroristas de Hamás sabían de antemano, y les pareció aceptable, que su población iba a ser masacrada por el enemigo o que Israel no hubiera puesto demasiado empeño en desarticular lo que estaba cocinándose -aunque seguro que no pensaban que tuviera el alcance que finalmente ha tenido- para tener así la coartada perfecta que le permitiera poner en el punto de mira a quieres ahora está exterminando.

Si esto fuera así, si esto o algo parecido no fuera una simple elucubración del que escribe, Cioran se quedó corto al hablar del inconveniente de haber nacido, de la capacidad del hombre para agravar sus males y del pesimismo que se desprende de la miserable condición humana. Somos peores y este pesimismo que nos invade y está tan arraigado estos días ya empieza a ser superlativo. No hay ideología o religión -maldita religión- que justifique las miradas de espanto que estamos viendo estos días en unos niños que posiblemente ya estén muertos, aunque todavía no lo sepan.