El fútbol no es solamente deporte. Tampoco es negocio, porque la mayoría de los grandes clubes que participan en las competiciones presentan cuentas ruinosas. El fútbol es algo más que una manifestación multitudinaria y espectáculo. Pertenece a un mundo social que está más allá de las competiciones. Muchos de los clubes llevan el nombre de la ciudad. También usan los colores de sus banderas y configuran con imágenes locales sus propios escudos. En los partidos hay algo más que el deseo de victoria. En muchas ocasiones se desea minusvalorar al contrario. Y también, a veces, hay en el trasfondo cuestiones regionales que identifican a los equipos y se les pide que venzan para reivindicar valores de tipo político. Es innegable que durante muchos años los enfrentamientos entre Real Madrid y Barcelona han llegado a tener incluso decisiones de tipo político. Un Consejo de Ministros celebrado en Galicia decidió que las dos entidades citadas se repartieran a Di Stefano, dos años cada una. En los partidos entre ambos equipos hay visiones distintas de Madrid y la Ciudad Condal. Alinearse con uno de los dos significa que se tomen actitudes en los campos muy distintas según el visitante.
A Piqué le han silbado por su condición de catalán incluso en partidos con la selección nacional y después han tratado de denigrarle tras su divorcio con la cantante Shakira. En los encuentros, y en general en todos cuantos se celebran donde los condicionantes políticos son menores, hay gritos desaforados, broncas en las gradas en las que se mencionan madres de futbolistas y especialmente de los árbitros.
Hay partidos desde infantiles y juveniles a profesionales en que se insulta a uno o varios jugadores contrarios independientemente de su condición racial. (Muchos padres son protagonistas) En el fútbol ha habido aversión hacia jugadores homosexuales que han pasado su vida sin confesar su condición porque ello les costaría recibir agravios desde las gradas. Las mujeres, que hoy apoyan de manera muy importante con sus asistencia a los estadios, son noticia que haya juezas de línea. Ellas podrían decir hasta que punto soportan insultos. De los mismos que arrecian contra algunos negros. No contra todos. De los mismos desaforados que desprecian a jugadores adversarios más que por el color de su piel por sus condiciones futbolísticas que son peligros para los suyos.
Lo sucedido con Vinicius, detestables los insultos, las mofas y los menosprecios, han servido entre otras cuestiones para que ciertos defensores de Bolsonaro, que no es ejemplo de democracia, hayan puesto pies en pared por lo de Mestalla y se hayan permitido poner a España a los pies de los caballos.
En los campos de fútbol hay demasiada permisividad. A Pepe Reina, entonces portero del Barcelona, le agredieron los ultras del Bernabéu cuando fue hacia la banda a recoger un balón. A Cristiano Ronaldo, que no es negro, le agredieron verbalmente en muchas ocasiones. Por su capacidad goleadora fundamentalmente. Era enemigo. La vuelta de Figo al Camp Nou fue celebrada con el lanzamiento de una cabeza de cerdo.
Los campos de fútbol no son academias de la cultura por culpa de las minorías que nos llenan de vergüenza.