1.- El debate político se ha polarizado, agriado y vuelto banal. Algunos piensan que es un síntoma de los tiempos... El caso es que la razón y la moderación cotizan tan a la baja que, sin exabruptos y demagogia no hay manera de hacerse oír. En cada polémica hay que elegir una trinchera o te fusilan con fuego cruzado. Los matices han volado por los aires y sólo existen el “sí” y el “no” o, en su versión más actual, el “sí es sí” y el “no es no”. Y punto.
2.- El feminismo español siempre ha sido diverso y plural pero, nunca como ahora, se ha mostrado públicamente tan enfrentado. El debate sobre una agenda sobrevenida, como la que defiende el transactivismo, es importante pero la simplificación de los argumentos y la hostilidad que ha mostrado el movimiento trans han hecho casi imposible la conversación serena y experta que el asunto hubiera requerido.
3.- La desigualdad que sufren las mujeres en todos los rincones del planeta es una realidad contundente que, sin embargo, cuenta con no pocos negacionistas.
La lucha por los derechos iguales para las mujeres es, en términos históricos, relativamente reciente y no siempre evoluciona hacia delante; que se lo digan a las mujeres afganas, por ejemplo, y a tantas otras.
En España podemos exhibir un camino de éxito indiscutible en cuanto al desarrollo de una agenda sólida a favor de la liberación de las mujeres. La democracia, el movimiento feminista, los gobiernos de izquierdas y una sociedad abierta y madura han logrado que un país que partía de muy atrás en términos de derechos se haya situado, en algunos aspectos, a la cabeza de la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres.
La tarea no ha sido nunca fácil. La liberación de las mujeres necesita un impulso político y legislativo pero también una transformación cultural que conlleva, ineludiblemente, la pérdida de algunos privilegios para los hombres. Y, en esta dialéctica de conquistar derechos para unas y perder privilegios para otros, radica el núcleo del problema.
La clave del éxito está en saber combinar los momentos de reivindicación - a veces, y con razón, descarnada - con la construcción de políticas públicas y consensos sociales a favor de la igualdad.
La revolución de las mujeres debe reunir a grandes mayorías para consolidar el cambio iniciado. El movimiento feminista siempre ha sido vanguardista pero también ha sabido ejercer un papel decisivo en la escucha, la pedagogía y la comunicación que toda transformación social y democrática necesita.
4.- La agenda para la igualdad entre hombres y mujeres, acordada por las fuerzas progresistas, es clara y supone un verdadero proyecto para mejorar la vida de las mujeres: educación, empleo, libertad sexual, aborto legal, seguridad y lucha contra la violencia de género, acceso a la toma de decisiones, conciliación de la vida personal y profesional, etc. Todo ese programa que pretende corregir la gran desventaja que sufre el conjunto de las mujeres, a pesar de los avances logrados, sigue incompleto.
5.- Daré sólo dos ejemplos que muestran hasta qué punto la agenda es urgente incluso para las nuevas generaciones.
En los últimos años se han incrementado enormemente el número de denuncias por violencia sexual contra mujeres cada vez más jóvenes. Estudios solventes afirman que una parte importante de los adolescentes no cree que la violencia contra las mujeres sea un problema real.
Por otro lado, la brecha de género se mantiene en amplios sectores de la economía y también de la formación de los futuros profesionales. En el entorno de las carreras STEM, (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) tanto en las universidades como en el mercado laboral, se observa una aguda infrarrepresentación femenina frente a la masificación de matrículas en ciencias jurídicas y sociales. Y, sin embargo, es el sector de la digitalización el que creará en los próximos años entorno a 1 250 000 empleos.
La brecha de la desigualdad se mantiene.
6.- El feminismo no puede ser una trinchera porque es una convocatoria de cambio, de justicia y de dignidad para todos. Y porque para vencer necesita convencer. Las guerras culturales y sus consiguientes batallas divisivas no deben frenar los avances que interesan a la mayoría de las mujeres. Ellas son el sujeto fundamental de este cambio necesario y que está pendiente desde hace siglos.