Quizá el nombre del escritor Roald Dahl no sea muy conocido en España, pero el ya fallecido escritor galés, especializado en literatura infantil, ha estado a punto de sufrir las consecuencias del nuevo revisionismo histórico, social y, por lo que se ve, también artístico y cultural. Me refiero, naturalmente, a las peripecias de la última edición de uno de sus libros.
Su editorial, abrumada sin duda por la presión de lo políticamente correcto, decidió expurgar su obra de todo aquello que pudiera afectar a los sentimientos de algunos de sus lectores, especialmente las huellas del heteropatriarcado y del machismo. La polémica saltó a los medios de comunicación y a los foros literarios. Finalmente, parece haber triunfado el criterio de respetar íntegramente el texto original. De un lado, porque esa fue la obra de Dahl y, de otro, porque cualquier cambio alteraría su entendimiento como una unidad en la que el humor tiene un papel relevante.
Celebremos, pues, esta victoria sobre quienes desearían reescribir el pasado en lugar de reconocer que lo pretérito podrá investigarse pero es en sí mismo inmodificable, nos guste o no. Cabe, y es deseable, que hoy hayan caído en desuso, o así me lo parece a mí, expresiones como campamento de gitanos o las alusiones al trabajo de los negros, a lo fácil que sería engañar a un chino o a la pretendida avaricia de los judíos. Pero todos esos estereotipos existieron y así hay que reconocerlo. No es que siempre fueran una verdad, sino que por tal se tuvieron. Son historia, pero imborrables.
Se empieza con pequeñas correcciones y se acaba mutilando los más preclaros libros de la literatura universal y retirándolos de nuestras bibliotecas, primero de las públicas y después de las privadas. Su pecado sería reflejar, como no podía ser de otro modo, la realidad de otros tiempos ¿Qué quedaría de nuestros clásicos? ¿Y por qué no extender el expurgo a la pintura? ¿Qué pasaría con nuestros museos? ¿Llegaremos a sustituir magníficos cuadros por otros menos valiosos pero políticamente correctos?
En fin, me alegra la victoria póstuma de Roald Dahl pero me temo que el peligro de la censura sigue ahí. Ha perdido una batalla, pero la guerra continúa. Cuando escribo estas líneas me llega la noticia de que las novelas policíacas de Agatha Christie prescindirán en el futuro de toda connotación racista. El esclavo ya no será un esclavo negro. También se cuidarán las referencias a la raza amarilla o a los asiáticos. Si esto sigue así llegará un día en el que nos encontremos con ediciones actualizadas de la Biblia o los Santos Evangelios. Eso si es que queda algo de ellos después del expurgo.