Keynes en las últimas páginas de su “Teoría general…” alude a las ideas fracasadas de antiguos economistas que anidan en las mentes de nuevos gobernantes como uno de los errores evitables. Viajas ideas, respuestas simples a problemas algo más complejos son frecuentes en política por inconsistencia, por prejuicios, por ignorancia, por falta de experiencia. En estos tiempos tenemos algunos ejemplos elocuentes en ese sentido El más flagrante se refiere a los precios de la cesta de la compra que han experimentado durante el último año incrementos apreciables (16% de media) que inciden en el IPC y castigan a las personas con rentas más bajas.
El hecho es evidente, los datos son contundentes. Algunos de los productos básicos de la cesta de compra se han encarecido de forma extraordinaria y merecen un análisis detallado de las razones explicativas y de las medidas posibles para corregirlos.
La respuesta de las “viejas ideas fracasadas” tan automática como simple: controles, intervención. No es novedoso, se ha intentado en varias ocasiones: por ejemplo, en los primeros años setenta en España (y antes en los Estados unidos, administración Nixon), con rotundo fracaso. En aquellos finales años del franquismo, ya agónico, los controles de precios como respuesta a una inflación galopante (hasta el 40%) consecuencia básicamente del enorme encarecimiento de la energía, fueron rigurosos. El gobierno dictó por decreto congelación de precios con un sistema de autorizaciones administrativas que listaba productos con precios autorizados en distintos escalones y con distintas exigencias. La casuística era abundante y confusa y su eficacia nula. En unos casos se provocaba escasez y en otros cambios y mutaciones de los productos para escapar al control.
Tuvieron que llegar los Pactos de la Moncloa con políticas eficaces que proponían competencia y libertad frente al control, así como una política monetaria restrictiva. Así, con menos ruido y mejores resultados la inflación perdió el doble dígito.
Como primera providencia ante una elevación súbita de los precios conviene analizar sus causas y entrar en los detalles. Tuvimos el caso del aceite de girasol hace poco menos de aun año que tanta atención despertó. El caso se explicaba sencillo: escasez de suministro. La solución también sustitución temporal por otros aceites que estaban disponibles. Ahora ocurre algo semejante con el aceite de oliva, afectada por una producción este año que se queda a la mitad de la del año anterior. Por tanto, escasez y aumento temporal de precios. Con los lácteos ocurre otro fenómeno semejante que tiene que ver con la energía, los piensos y los bajos precios precedentes. Controlar los precios en mercados abiertos y competitivos como son los europeos es el mejor camino para alargar el encarecimiento. La experiencia dice que la eficacia está en la competencia y la sustitución.
El impacto de las subidas de los precios energéticos en la cadena alimenticia y su comercialización es importante; en algunos casos pasa de representar el 5% de los costes total a más del 10%, que requiere medidas de productividad y eficiencia que necesitan tiempo para madurar y dar resultados.
El recurso a la explicación de la codicia de los vendedores responde a ideas antiguas y fracasadas, a teorías conspirativas mu populistas e indeficientes que revelan poca reflexión y menos experiencia.