Tocando el violón

La economía española se hunde. Más de un veinte por ciento de parados. La bolsa ha estado en caída libre y no sabemos cómo seguirá. La deuda crece ininterrumpidamente y sus intereses son cada vez mayores. Podríamos continuar, pero no somos masoquistas. En pocas palabras, todos sufrimos la crisis que sólo existía en la mente enfermiza de algunos antipatriotas. Hoy toca hablar de lo que hemos hecho para combatirla. Pero no hay mucho que contar. 

El regalo de una bombilla de bajo consumo por familia fue una broma de mal gusto. El cheque de cuatrocientos euros, una ocurrencia de corta duración. Los arreglos de las aceras, un subsidio encubierto. Y así sucesivamente. Es cierto que se ayudó a los bancos y se tomaron, según se nos dijo, centenares de medidas en la buena dirección, pero -a la vista está- no han sido suficientes para marcar distancias con el pelotón de los torpes (léase “pigs”, cerdos en inglés). Y eso que íbamos a adelantar a Francia en unos meses. 

Nos hemos ido de nuevo por los cerros de Ubeda, buscando culpabilidades externas y perdiendo el tiempo. La economía sostenible está muy bien en su proyección a largo plazo, o a medio, pero ahora se trata del pan nuestro de cada día, también del de hoy. Necesitamos urgentemente puestos de trabajo, sin esperar a que aquella bonita idea se convierta en realidad. Si es que se convierte, naturalmente. Y lo mismo sucede con la mejor preparación de las nuevas generaciones gracias al I+D. Nada que objetar a esos planes de futuro -según gustan decir los políticos, como si los hubiera del pasado-, pero no es posible esperar tanto tiempo. 

Y, con la que está cayendo, descubrimos que a los especuladores se les combate con el Código Penal, algo en lo que no habían caído los viejos países capitalistas. Siempre a la cabeza del mundo mundial. Con la reforma que elaboran las Cortes Generales y un arreglito en la jurisdicción universal sentaremos en el banquillo de la Audiencia Nacional a los tiburones de Wall Street. Sólo falta identificarles y conseguir su extradición. Después, dadas las dificultades para distinguir entre las operaciones lícitas e ilícitas de los inversores internacionales en el mercado bursátil, se las absolverá, pero el miedo guarda la viña, según el dicho popular. Cabe temer, sin embargo, que este amagar, con escasas posibilidades de dar, únicamente sirva para que el dinero se lo piense dos veces antes de venir a España. 

Los problemas urgentes son los que son. Y el ejemplo griego deja bien claro que o hacemos los deberes o nos obligarán a hacerlos. Parece que la Sra. Merkel ya ha tomado la palabra. Eso sí, alguien deberá responder de las terribles consecuencias de haber ido dejando la solución para mañana. Al hispánico modo.