Si a alguien, con un cierto nivel cultural, se le pregunta por lo primero que le viene al pensamiento con la palabra beso, responderá probablemente que la escultura de Auguste Rodin. Aunque esculpiera cinco manifestaciones iguales de “El beso”, la primera es la que se expone en el Museo Rodin y, quizá por ello, la más conocida. Inspirada en unos amores trágicos de la Divina Comedia de Dante, al espectador se le ofrece un beso como Dios manda, no sólo claramente consentido por ambas partes, sino apuntando más bien a una iniciativa de la mujer.
Pasando del plano artístico al popular, puede que aquí, durante algún tiempo, interesase más el beso de la canción de “Los Churumbeles de España”. En su texto se recogían verdades carpetovetónicas tan relevantes como que “la española, cuando besa, es que besa de verdad”, por lo que da besos en la frente y besos de hermano, pero advierte de que “un beso de amor no se lo doy a cualquiera”. Podríamos seguir poniendo ejemplos de besos en sus diversas categorías pero habremos de admitir que el único beso que actualmente abre nuestros telediarios y periódicos es el beso de Rubiales.
Dejo a los Tribunales el pronunciamiento acerca de su gravedad para ser considerado como una agresión sexual sólo cuantitativamente distinta de la violación. El debate en un escenario u otro me retrotrae a los benditos años de preparación de las oposiciones a Judicatura, cuando en pleno régimen franquista los juristas veían con escepticismo que el beso robado, sin acompañamiento de otras acciones lujuriosas, pudiera constituir un delito. Los viejos tiempos vuelven con otras vestiduras.
El P. Llanos pedía la criminalización de la prostitución. Y el sexo lo llenaba todo. Entonces, con el nacionalcatolicismo, era una eficacísima arma de Satanás para llevarnos al infierno (también a los niños que consentían en un mal pensamiento). Ahora nos pasamos el día celebrando el particular orgullo de los anteriormente discriminados por su orientación sexual. La masturbación o vicio solitario atacaba a las neuronas y podía provocar ceguera (así según el emblemático libro “Energía y Pureza” del monseñor húngaro Tihamer Toth), mientras que en nuestros días se suele valorar como actividad muy recomendable para la salud.
Dejando las elucubraciones, habrá de reconocerse tanto la singularidad del beso de Rubiales como la reacción en cadena que ha provocado. El beso se dio nada menos que en Sídney (Australia), en las antípodas, pero es en nuestro país donde ha desplegado su incomparable esplendor como bomba de racimo, más que como palmera de fuegos artificiales. Se ha llevado por delante a muchos personajes del mundo futbolístico, algunos ajenos por completo al discutido beso, del que no son ni coautores ni cómplices. Y es que, para empezar, la conducta hortera del señor Rubiales ha revelado los enfrentamientos, corruptelas y arreglos de cuentas pendientes en la rama femenina del rey de los deportes. Lamento, por último, la ausencia de la bandera española tras el triunfo de nuestra Selección. Sólo la vi en manos de la Reina Letizia y de la Infanta Sofía.