El indicador adelantado del IPC de febrero produce sensaciones agridulces, dos lecturas que pueden parecer contradictorias, aunque ambas son legítimas. Por un lado, los datos objetivos son malos: primero, el crecimiento de febrero sobre enero es alto, 1%, dos décimas más del dato de febrero del año anterior. Segundo, la subyacente sigue creciendo (dos décimas más sobre enero y 4,7 puntos por encima de febrero del 2022. Finalmente las tasas interanuales general y subyacente son dos décimas más altas que las de febrero, 6,1% y 7,7%; una tasas que se alejan de los objetivos de la política monetaria que encienden luces rojas de advertencia de una economía enferma.
Un análisis más sosegado, segunda lectura, apunta sesgos más favorables. Por ejemplo, los crecimientos sobre enero son menores que los del un año antes; además la perspectiva para los próximos cuatro meses es mucho más favorable que los datos registrados entre marzo y junio del año anterior, cuando el índice general alcanzó los dos dígitos, una cota récord durante lo que va de siglo, a lo largo de la etapa del euro.
Durante esos cuatro meses que van de marzo a junio del 2022 el índice general añadió 5,6 puntos por efecto de los precios energéticos (importados) y del primer impacto de la guerra en los mercados de cereales y aceites. Hay razones para estimar que durante esos meses de este año la evolución de los precios será mucho más sosegada lo cual permitirá restar más que décimas tanto al índice general como al subyacente.
Ambas lecturas son válidas y pueden servir para el desasosiego o para la serenidad. Lo incuestionable es que la actual tasa de inflación es negativa, especialmente para las economías más débiles, y que todo cuanto se haga para doblegar la escalada de los precios es positivo. Desde ese punto de vista resulta inquietante incurrir en recetas cuyo resultado está demostrado que es malo. Los controles de precios no funcionan, está demostrado; lo que hace falta es competencia y transparencia. Además solidaridad y generosidad para evitar la carrera de los aumentos de precios adelantados, para obtener ventaja y evitar la factura que viene de fuera y que debe repartirse equitativamente.
La estrategia de compartir y distribuir los costes inevitables requiere pedagogía y confianza, muchas explicaciones y poca propaganda. Y eso no abunda.