A los británicos en general les está costando mucho dar crédito a la noticia del robo de miles de piezas de su prestigioso museo sito en Great Russell Street, uno de los más visitados del mundo, referencia obligada de expertos historiadores y de cualquier interesado en la belleza o simplemente en lugares emblemáticos. Se trataría, en principio, de pequeñas piezas ornamentales cuyo valor sin embargo no tiene nada qué ver con su tamaño, sino con su procedencia histórica y, también, con el metal o piedra preciosa del que estarían elaboradas. Como suele ocurrir en este tipo de casos que nos dejan ojipláticos, ya hubo en su día, concretamente en febrero de 2021, alguien que dio la voz de alarma y a quien, por supuesto, nadie en el Museo Británico hizo caso. El tipo, cultural un marchante de nombre Ittai Gradel, advirtió a la prestigiosa institución de que había visto a la venta en internet objetos pertenecientes a alguna de las colecciones del museo. Para el marchante la sorpresa debió de ser mayúscula, pero quizás no tanto como la respuesta del director adjunto del museo que en julio de ese mismo año le contestó por email que “no había indicio de que se hubiera cometido ningún delito¨ en el museo.
En conclusión: que todas las “cositas” estaban donde tenían que estar.
Desde entonces han pasado casi tres años y ahora, al amigo Gradel le ha tocado hacer lo que, aunque digamos que no, todos hemos disfrutado haciendo alguna vez: decir con cierto tonillo eso de “No es por nada, pero ya te lo advertí, bla, bla, bla…”. Porque lo de esconder las migas debajo de la alfombra nunca funciona; acaba siempre por formarse una montaña. Sin embargo, en aquel momento lo que al mandamás del inmenso museo le preocupaba - ¿no funciona así en la mayoría de los casos? – era evitar un escándalo. Y el recurso de poner la etiqueta de “sabiondo metomentodo que no tiene otra cosa que hacer” a quien se molesta en avisar del humo que sale por la ventana, está a la orden del día. Que levante la mano quien nunca lo haya utilizado. En realidad, tapar la gravedad de lo que podría estar ocurriendo entre las paredes del grandioso centro fundado en 1753 solo sirvió para dar alas a Peter Higgs, presunto autor de los robos, para seguir apropiándose de “pequeñas cositas” que en la inmensidad del almacén nadie parecía echar en falta. Unas joyitas de “ná” fechadas en el siglo XV antes de Cristo, ornamentos del Imperio Romano, unas reliquias labradas en fino cristal, anillos de oro y piedras preciosas de la antigua Grecia o el fragmento de un cameo romano en ónix que se subastaba en eBay por un precio de salida de 45 euros aunque su auténtico valor sea el incalculable de una pieza de estas características. De momento, se habla de aproximadamente 2.000 objetos.
La razón de que el marchante no acudiera en su día a la policía no ha trascendido todavía, puede que el serio académico e historiador británico pensara que un asunto así era algo que se trataba entre profesionales y que a los legos no incumbía. En cualquier caso, tampoco ha quedado acreditado que finalmente no lo denunciara. Ahora bien, teniendo en cuenta lo que se ha sabido de la también entonces prestigiosa Scotland Yard, quizás estaban tan ocupados con sus propios tejemanejes que no tenían tiempo para ocuparse de un caso que iba de pedruscos del año de la tana. O bien, puede que el asunto cayera en manos de un miembro de la Metropolitana, quien: (a) hizo oídos sordos, (b) se molestó en llamar al Museo y allí le confirmaron que el denunciante era un plasta chiflado, (c) que decidiera invertir en el negocio.
El caso es que por razones obvias – lo único que no se sabe es lo que no se hace -, en algún instante el asunto acabaría por llegar a los medios. Y estos – bendito cuarto poder – se pusieron en serio a mirar debajo de las alfombras, detrás de los cortinones. Pocos días antes de su dimisión como director del museo, el historiador alemán Hartwig Fischer aseguró que fue el propio organismo que dirigía el que detectó en 2021 la desaparición de un “pequeño número de objetos”, pero que solo tras la auditoría realizada en 2022 pudieron tener conocimiento de la magnitud de las sustracciones… Fue entonces cuando iniciaron (siempre ellos) la correspondiente investigación interna, fruto de la cual – como primera providencia - se decidió poner de patitas en la calle al veterano encargado de la colección de la Antigua Grecia, el citado Peter Higgs, que llevaba 35 años trabajando en la institución. Lo demás no era asunto suyo. Que se encargue la policía de acusarle; los tribunales, de juzgarle. ¿Y las piezas? Pues también que las busque la policía, que ellos están para otras cosas “más importantes”. De alto nivel intelectual, ya saben… Fischer incluso se permitió lanzar un mensaje que invitaba a la broma, aunque nadie estuviera allí para fandangos: “Mi prioridad es velar por la increíble colección del Museo Británico…”.
Lo cierto es que la policía tiene por delante un trabajo que saben harto complicado, recuperar lo que buenamente pueda de todo aquello que salió de un lugar “altamente custodiado”. Los expertos ya han advertido que, aun sin poder contar con un inventario oficial, la inmensa mayoría de las piezas sustraídas ya ni siquiera existirían como tales: su preciado metal habría sido fundido convirtiéndose en esos preciados lingotes, refugio seguro para quien desea que su fortuna no se vea demasiado comprometida por los caprichos de la fluctuante economía que tantas veces acarrean inoportunas devaluaciones.
Por lo que se refiere a la acogida de tan alucinante noticia fuera de las fronteras de Reino Unido, algunos países han aprovechado para volver a exigir, alzando aún más la voz con motivo de que el Pisuerga pasa por Valladolid, que el gobierno británico devuelva aquellas piezas que antes estaban en su territorio, es decir, antes de que los colonizadores se las llevaran. Porque ha quedado claro que contra aquella excusa que esgrimía el gran Imperio Británico para trasladar a la otra punta los tesoros - custodiarlos mucho mejor que en sus países de origen -, se ha lanzado un buen misil en su línea de flotación. Y aquel gesto de benevolencia paternal “yo te lo cuido” manteniéndolo a salvo de guerras, además de ocuparme de su carísima conservación sigue perdiendo enteros en la cotización del arte universal. Países como Grecia, Nigeria, Egipto o India se han apresurado a reclamar, una vez más, que sea abolida la ley promulgada por el Parlamento británico en 1753 que prohíbe la salida del país de cualquier pieza de sus museos. Además, en el caso de Grecia, la web del museo insiste en que el Estado compró oficialmente los frisos y las esculturas del frontón del Partenón a lord Elgin y que este, a su vez, lo compró al Imperio otomano. Fin de la discusión.
Por supuesto, las redes sociales arden con el asunto reclamando la citada devolución en un tono de cierta “alegría” (Quien roba a un ladrón, tiene cien años…), aludiendo para colmo a una surrealista “justicia divina” sin plantearse que tan grave pérdida afecta al mundo entero o, al menos, a todo amante de la historia, el arte, la cultura. Especialmente en este caso que, a diferencia de otros robos de obras de arte, nada tiene que ver con esos execrables encargos de millonarios encaprichados con alguna pieza que quieren solo para sus ojos y están dispuestos a pagar lo que sea necesario. Puede que se tarden años en llegar a la nueva sala (privada) que alberga los tesoros, pero sigue existiendo la posibilidad de recuperarlos. En este caso, con independencia de lo que encuentren en unos registros que llegan bastante tarde, la búsqueda parece tan infructuosa como la advertencia del marchante allá por 2021.