Desde que tengo uso de razón -y seguramente también antes- me recuerdo rodeada de canciones. Imagino que estaba en la cuna y me cantaban ¿o era la cuna de mi hija y le cantaba yo? Llegaban las canciones con historias que empezabas a entender y otras que te enseñaban ritmo, armonía, onomatopeyas y juegos de palabras. Cantaban, sobre todo, las madres, abuelas y tías y las señoras que trabajaban en casa… Muchas de las melodías y baladas que aprendíamos eran realmente antiguas y habían pasado de generación en generación, sirviendo a la transmisión de valores, algunos ya desfasados, compartidos durante décadas de bisabuelas a bisnietas.
En mí infancia se escuchaba cantar a través de las ventanas del patio de luces, o a los que barrían la calle y a las niñas que saltaban a la comba debajo de casa. Todo el aire estaba lleno de canciones.
En los largos viajes en coche, camino de la playa, cantábamos con mis padres -él tenía nivel Pavarotti y yo entonaba muy bien- y así acortábamos el suplicio de la ruta. Aprendimos, en las carreteras del verano, zarzuela, ópera, tangos y habaneras, coplas y rumbas que, de otra manera, difícilmente habríamos conocido.
Se cantaba en cualquier actividad doméstica: cocinar, limpiar, coser, lavar. Pero también cuando jugábamos al corro o cuando se duchaba y afeitaba papá. Las canciones formaban parte de nuestro afán cotidiano y ni siquiera nos dábamos cuenta; tal era nuestra identificación con ellas.
Ahora ya no cantamos y mucho menos lo hacemos en coro. Mientras escuchamos música a la carta a través de nuestros auriculares, podemos canturrear pero es siempre un ejercicio individual y no compartido. Nada que ver con lo que era entonar juntos, incluso a varias voces. Las aplicaciones electrónicas de música son una maravilla, desde luego, pero han acabado con el arte de cantar en casa, en el coche, en la ducha o en el patio. Y, de esa manera, una parte importante de la cultura oral se está perdiendo y también la educación de la voz y la disciplina de acompasar los ritmos, separar las palabras y activar la memoria.
Cantar, durante la infancia, nos enseña a respirar y de mayores supone un excelente ejercicio aeróbico para nuestros pulmones y nuestro diafragma. Los neurocientíficos aseguran que, cuando cantamos y sobre todo si lo hacemos en grupo, se activa nuestro hemisferio derecho y liberamos endorfinas; por eso sentimos bienestar. El abuso de los dispositivos electrónicos hace que perdamos en parte la experiencia única que significa hacer música y contar historias, con nuestra propia voz que acoplamos a otras voces transmitiendo emociones y belleza.
La política también parece afectada por una escasa práctica colectiva. Cada uno en su rincón sin ambición ninguna de construir algo compartido. Los mensajes de los líderes se dirigen exclusivamente a sus parroquias y, por lo tanto, contienen un nivel de exageración que insulta a la inteligencia. Pareciera que para movilizar al electorado hubiera que prescindir de cualquier atisbo de mesura y de sensatez. Confrontación, odio y división entre españoles es la receta del debate político actual a pesar de que ninguno de esos sentimientos estén realmente anclados en la mayor parte de la sociedad.
Las campañas electorales siempre tienden a la teatralización y procuran disminuir el impacto del adversario, pero el nivel de decibelios en el insulto que estamos alcanzando últimamente resulta insoportable. Está por ver si este ambiente tan desagradable moviliza o desmoviliza a los electores.
Tengo para mí que la derecha aguanta mejor el fango pero también veo una izquierda que se maneja bien en un marco cada vez más hostil y frentista. Y, sin embargo, la demoscopia nos indica que los españoles y españolas somos más bien partidarios de los pactos y de la conversación constructiva para resolver los problemas que enfrentamos. Ninguna de las transformaciones que necesitan Europa y España serán posibles si las abordamos desde el enfrentamiento total entre izquierda y derecha.
El próximo día 1 de julio, España debe asumir la Presidencia del Consejo de la Unión Europea; 6 meses decisivos para impulsar elementos de la agenda europea que interesan especialmente a España.
Además del excelente trabajo que, sin ninguna duda, van a realizar los funcionarios y diplomáticos europeos que permitirán el desarrollo de una buena buena presidencia, es necesario que el PSOE y el PP, aunque estén inmersos en la batalla electoral del próximo 23 de julio, abran un espacio de acuerdo para pactar aquellos hitos del semestre que son de interés del Estado, más allá de los matices ideológicos.
La Cumbre UE y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) que debe celebrarse el 17 y 18 de julio reunirá a los jefes de Estado y de gobierno de ambas regiones en el principal foro de diálogo y cooperación entre Europa y los Estados de América Latina y el Caribe. España es, de todos los países de la Unión, el más interesado en fortalecer los lazos entre las dos orillas que se distancian poco a poco.
También podrá la presidencia rotatoria, que no volverá a recaer en España hasta dentro de 14 años, cerrar el Pacto de Migración y Asilo que interpela todos los valores que decimos defender y que pone en riesgo nuestra credibilidad ante el resto del mundo por cómo tratamos a las personas que huyen de sus países a causa de la pobreza o de la violencia.
La agenda verde, la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el mercado eléctrico, todos ellos son asuntos que deben resolverse durante la Presidencia Española y que merecerían, para apuntalar el buen nombre del que goza nuestro país, de un acuerdo entre los dos partidos que, tras la cita electoral del 23 de julio, van a presidir, uno u otro, el Consejo de la Unión Europea.
¿Será posible apartar el ruido durante unas horas y que Sánchez y Feijóo acuerden la agenda del semestre europeo?
Estoy segura de que España y la Unión Europea se lo agradecerían enormemente.