La semana pasada asistimos a uno de esos momentos político-mediáticos que mejor identifican la pésima salud de nuestro debate público.
La madrugada del 3 de febrero el sureste de Turquía y el norte de Siria sufrían un terremoto brutal que tuvo una segunda réplica horas más tarde y acabó devastando miles de viviendas en las que la gente dormía. Desde las primeras horas los expertos anunciaban un resultado dramático que cifraban en no menos de 22000 muertos. Seis días después ya contamos más de 28000 que, en las próximas semanas aumentarán. Y los heridos, los huérfanos, las viviendas que ya no existen, el frío bajo los escombros... Siria, destrozada por una guerra de las que hemos olvidado y que dura ya 11 años: un sufrimiento humano que no somos capaces ni de imaginar.
Mientras tanto, en España, nos hemos visto envueltos en un conflicto político verdaderamente lamentable. La ley de libertad sexual, conocida como la ley del Sí es Sí, tras unos meses de vigencia ha mostrado errores evidentes en el apartado relativo a las penas que deben aplicarse a los delincuentes sexuales, el tratamiento de los menores, etc. El sentido común y la mera responsabilidad debieron llevar al gobierno a anunciar la rectificación de la ley en cuanto se demostró lo que el Consejo General del Poder Judicial, muchas expertas y el Consejo de Estado habían advertido: que la horquilla de las penas estaba tan mal hecha que produciría rebajas en las condenas de los delincuentes ya juzgados. Si la intención de la ley, entre otras muchas medidas importantes y como reacción, desde mi punto de vista exagerada, a la sentencia de La Manada era endurecer el castigo a los violadores, el resultado está siendo el contrario. Reconocer la equivocación, pedir disculpas y corregir los errores de la ley es lo que debe hacerse y, sin embargo, el gobierno de coalición ha acabado enfangándose en una batalla absurda en la que se han cruzado acusaciones que ayudan muy poco al clima de serenidad que un asunto como el de la libertad sexual de las mujeres y su protección merecen.
En los medios escritos y audiovisuales y en las declaraciones de nuestros políticos y políticas, durante toda la semana pasada, ha ocupado más espacio la bronca del Sí es Sí que la devastación de las regiones de Turquía y Siria afectadas por el terremoto.
Pero aún hay más síntomas que demuestran la banalidad de nuestros debates nacionales. Mientras discutimos sobre la necesidad de situar el consentimiento en el centro de la ley de libertad sexual - algo evidente, por otro lado - y sobre si las penas son altas o bajas; mientras la parte morada del gobierno alcanza un nivel de deslealtad institucional digna de mejor causa y fabrica eslóganes tan ridículos como el de denominar “Código Penal de La Manada” a la ley que estaba en vigor antes del Sí es Sí, no hemos escuchado a ningún político hablar de lo que realmente es grave e importante, saber que, en nuestro país y según datos del INE, en el año 2021, los delitos sexuales se incrementaron un 34,6% con respecto al año anterior. En el caso de los menores el aumento fue de un 12,6%. Save the Children afirma que entre un 10 y un 20% de la población infantil es víctima de abusos sexuales en España y en un 50% de los casos el agresor es un familiar.
No sólo no estamos atajando el mal sino que el mal aumenta. Cientos de miles de mujeres viven con el miedo de ser agredidas y muchos niños y niñas conviven con el horror de las agresiones sexuales cometidas por un familiar.
Lo urgente será arreglar el desaguisado de la ley de Sí es Sí, dejando a un lado los cálculos políticos interesados, pero lo importante es abrir un debate público sobre el aumento de los delitos sexuales. Analizar lo que sucede, las causas y las medidas que sean útiles a medio y largo plazo para cambiar esta realidad; evaluar las políticas que se han puesto en marcha y su impacto es lo que la sociedad demanda realmente. En definitiva se trata de ir a la raíz de los problemas y no a la espuma de la inmediatez que busca la ventaja política o electoral. Humildemente, me atrevo a dar un consejo a nuestros líderes políticos y mediáticos: que miren lejos, dónde está la luna, y dejen de mirar(se) el dedo.