La 55 Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada el pasado fin de semana (16/17 de febrero), reunía a una treintena de jefes de Estado y de Gobierno y decenas de ministros de todo el mundo. El título elegido - The Great Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces? - parecía estar pensado para interpelar a Estados Unidos, Rusia y China sobre su nuevo papel mundial. Sin embargo, al final, la Conferencia sirvió sobre todo para repensar el estatus geopolítico de la Unión Europea. Y bienvenido sea que así haya sido.
Una vez más, el gobierno estadounidense defendió su América First. También insistió en que los europeos adoptemos su agresiva posición con Irán. El Vicepresidente americano Pence repitió en gran medida el discurso del Secretario de Estado Mike Pompeo en diciembre pasado en Bruselas. Pero la realidad es tozuda: el America First no es bueno para Europa, ni tampoco para EE.UU. Lo que está logrando América es el extraordinario éxito de hacer gaullistas a los tradicionalmente atlantistas alemanes, como decía en Roger Cohen en New York Times.
Habitualmente, se suele entender como síndrome de Múnich al fantasma del expansionismo nazi a la manera de 1938. Pero de este Múnich de 2019 parece surgir un nuevo síndrome, muy diferente. Esta vez, Europa afronta el peligro del nacionalismo y el unilateralismo de su socio americano. Existen ya demasiados frentes abiertos en la relación transatlántica como para esperar una solución fácil. Como quedó de manifiesto en Múnich, la retahíla de desencuentros y agravios comparativos compone una lista interminable: el multilateralismo, el comercio, el cambio climático, Irán, Siria y mucho más.
En una memorable réplica a Pence, la canciller Merkel señaló que ir por su cuenta no es de recibo en un mundo que requiere soluciones multilaterales. Y que la columna vertebral de la Alianza Atlántica, la OTAN, no es solo una alianza militar, sino que comprende valores como derechos humanos, democracia y estado de derecho que son piezas inseparables. También reivindicó el comercio internacional dentro de un orden mundial predecible y basado en normas.
Pero esto es justamente lo que se está poniendo en cuestión desde Washington. Y el camino propuesto para Europa por Merkel en Múnich es el correcto: seguir avanzando en la integración, también en su dimensión política, esperar pacientemente tiempos mejores del otro lado y que la agonía del Brexit no se alargue.
En la misma dirección la Alta Representante F. Mogherini insistió en que la mejor manera de contribuir a la fortaleza, tanto de la OTAN como de la seguridad global, consiste en profundizar en la Defensa Europea, que ha de ser capaz de capaces de encontrar su lugar en el cuarteto de grandes potencias.
El temor europeo al impacto de una retirada estadounidense generalizada está más que justificado. Ejemplos de ello son el anuncio de retirada de EE.UU del Tratado de fuerzas nucleares de alcance intermedio (INF, en sus siglas en inglés), firmado en 1987 por Washington y la URSS, ciertamente como consecuencia de los incumplimientos de Moscú, y que pone a Europa en el radio de acción de los misiles rusos, pero no a Estados Unidos; o la posibilidad de que el Tratado New Start no se renueve en 2021, lo cual genera una gran e injustificada asimetría entre aliados ; o la retirada de tropas estadounidenses de Siria, que dejaría expuesta a Europa al peligro del yihadismo. Se trata de asuntos que afectan de lleno a nuestra seguridad, nos exponen al fuego cruzado de los otros, y nos dejan fuera de juego.
El desacuerdo sobre el pacto nuclear multilateral sobre Irán (JCPOA) se ha visto agravado por las constantes presiones estadounidenses. Además, la aplicación por Washington de leyes extraterritoriales para blindar las sanciones comerciales, que ya ha causado la retirada de varias empresas europeas de Teherán. Está por ver la eficacia del mecanismo de financiación de operaciones comerciales (INSTEX) puesto en marcha recientemente para orillar las sanciones norteamericanas, pero demuestra una voluntad europea compartida de no aceptar imposiciones de EE. UU.
Lo mismo ocurre con una guerra comercial que está diseñada para combatir a China, pero que nos afecta de lleno. ¿Qué podemos esperar de una Administración para la cual los automóviles alemanes BMW - que tiene en Carolina del Sur su mayor fábrica del mundo- suponen toda una amenaza a la seguridad nacional de EEUU, se preguntaba retórica y amargamente Merkel?
Pero no basta que Europa le diga que “no” a Pence, porque Europa y EEUU no juegan solos. Además de Moscú, que juega las cartas autoritaria y revisionista, está China, y los europeos aún no han encontrado un acomodo con Beijing. En Múnich, representantes chinos han pretendido erigirse una vez más como paladines del multilateralismo y la cooperación frente a un EE. UU, que ya no puede dar lecciones. Sin embargo, Europa no se siente cómoda con la política de derechos humanos o el trato de las autoridades del país asiático hacia las minorías étnicas. El sistema multilateral tiene muchos problemas y China no ofrece un modelo alternativo satisfactorio para nuestro gusto occidental.
Estamos en un momento donde no existe una estrategia compartida entre los dos lados del Atlántico, ni siquiera un diálogo fluido. Para conjurar este nuevo síndrome de Múnich - el temor de Europa a resultar irrelevante en el nuevo orden mundial - hemos de evitar dos falsos caminos. Uno es la mera nostalgia por una edad de oro transatlántica que no tiene porqué volver, incluso si Trump no es re-elegido.
El otro es instalarse en la crítica hacia Trump. Habrá que trabajar con otros agentes con mayor empatía hacia nuestros valores e intereses. Eso incluye a los Demócratas en el nuevo Congreso norteamericano, algunos de los cuales estuvieron presentes en las reuniones de Múnich, empezando por Nanci Pelosi, portavoz de la Cámara de Representantes. En todo caso, para Europa está llegando el momento de abrirse un camino propio en la geopolítica mundial.