Lo más llamativo del desenlace de la renovación del Constitucional es que el gobierno reconoce, y se precia, de que ha ganado el partido, que ha hecho juego, set y partido, que se ha llevado el triunfo. En eso se parece a Trump que hizo otro tanto con el Tribunal Supremo de los EE.UU. es prototipo de los constitucionales que por el mundo habitan. Trump colocó en cuatro años tres magistrados perpetuos en el Supremo, todo un récord, que desequilibran decisivamente la balanza a favor de los conservadores, de los de la lectura literal de la letra de su carta magna. De manera que lo ocurrido aquí se parece a lo de allí. También se parece el fenómeno de erosión del sistema de equilibrio e independencia de los poderes del Estado.
Quizá no puede ser de otra manera ya que a la hora de decidir los políticos al cargo no pueden renunciar a sus preferencias y ventajas, está por encima de sus posibilidades, va contra la erótica y la dinámica del poder. Cada vez con más descaro porque cada vez hay más claridad. Es probable que si la mayoría gubernamental correspondiera a la oposición haría otro tanto, de hecho, lo hizo cuando pudo, con más o menos descaro.
Lo más llamativo me parece precisamente el descaro, el reconocimiento explícito del triunfo, sin espacio al disimulo. Podían haber tratado de enfatizar que el nuevo presidente y la vicepresidenta tienen unas trayectorias de sentencias (que es lo que cuenta) que no se caracterizan por la flexibilidad a favor de quienes les propusieron; pero han preferido enfatizar la vinculación, la simpatía, las preferencias de los elegidos.
Llegados a este punto cabe señalar que se les conocerá por los hechos, es decir por las sentencias que dicten a lo largo de los próximos meses, urgidos además por el bloqueo anterior que retrasó decisiones que debieron haberse tomado hace tiempo.
La nueva etapa del Constitucional arranca bajo mínimos, bajo sospechas fundadas de débil imparcialidad y discutible competencia. Pero eso mismo puede ayudar a la tarea de recuperar prestigio y reputación. Como se esperan resultados polémicos y de parte, bien puede ocurrir que los ilustres juristas decidan entregarse a la ley, abrazar la Constitución y decidir con lealtad a sus conocimientos y a su conciencia jurídica; es decir que cumplan con el mandato legal que han jurado o prometido. Por sus hechos les conocerán. Pero que el gobierno se recree en la victoria manda una pésima señal.