Borja Jiménez asalta Madrid

Borja Jiménez asalta Madrid

Plaza1Borja Jiménez se enrosca el toro al natural

Pues, sí, era cierto: Borja Jiménez venía a Madrid para tomar la Plaza de las Ventas por asalto, por las buenas o las malas, por hache o por bé, salieran los toros como salieran. A estas alturas de la temporada, es decir, cuando apenas queda algo por decir, un torero que tiene fresca en la boca la hierba del triunfo no puede desperdiciar la ocasión de pegar un aldabonazo en la capital de reino, si es que tal capitalidad tiene todavía fuerza para lanzar toreros a la cresta de la fama.

Tarde calurosa y luminosa, aún con reminiscencias veraniegas. En los tendidos la gente ocupaba las tres cuartas partes del aforo de la Plaza, que ya cuesta meter 17.000 almas en una corrida de toros, aunque sean de Victorino Martín, en una feria de Otoño lastrada por las bajas forzosas de Daniel Luque y, sobre todo, Morante de la Puebla.

A las seis y pico de la tarde, los toreros iniciaban el paseíllo con distintas marcialidades. Esto de la marcialidad, parece que no, pero ofrece algunas pistas sobre la intencionalidad con que los toreros afrontan el compromiso de enfrentarse al toro, sobre todo, en una Plaza de armas tomar, como la de Madrid. Unos con inconsciente altanería, otros presurosos y alguno con el reposo solemne de quien confía plenamente en sus posibilidades de triunfo.

A este último grupo pertenece Borja Jiménez. Avanzaba por la arena, cabizbajo, ensimismado, concentrado en el inmediato porvenir, como el guerrero que pone en orden una estrategia preconcebida para afrontar una batalla decisiva. Vestía de lila y oro, que es un color bien acreditado en Madrid, por coincidir con el que se enfundó Antoñete en aquella lejana tarde del 85, cuando su despedida de los ruedos. En recuerdo de “aquello”, los sastres de toreros han quitado lo de lila y le han puesto un “chenel” a la variedad cromática de sus telas. Y así, de chenel y oro, salió ayer tarde Borja Jiménez a torear en Madrid, con la mente llena de presagios positivos y la Puerta Grande en el horizonte más inmediato.

La tarde, no obstante, comenzó con mal fario, porque el primer victorino le metió el pitón a Román y lo mandó con el muslo derecho perforado y sangrante a la enfermería, con una grave cornada, extensa y hacia arriba. Fue un toro complicado, de media arrancada, que se le quedó con el hocico sobre las zapatillas, desvió la gaita y le pegó la cornada. Tuvo Román suficientes agallas para entrarle a matar, clavar una estocada y acabar con su agresor. Mala suerte, la de este valeroso torero, que jamás vuelve la cara ante la del toro, por más que le suerte le sea adversa.

Por tal motivo, la corrida quedó en mano a mano entre Borja Jiménez y Leo Valadez, con tres toros para aquél y dos para éste. Es lo que tiene el azar en el toreo: las posibilidades, de triunfo (o fracaso) pueden variar de forma malhadadamente caprichosa.

Aquí empezó el recital de Borja Jiménez ayer en Madrid. La triple ocasión conllevó la fortuna de que sus tres toros tuvieran ese “son” de nobleza que tantas veces se acomoda en el fondo del carácter de los grises herrados con el aristocrático marbete de Albaserrada. Un “son” que puede ser sonajero incómodo y ladino, según la proporción de bravura, recorrido y nobleza que Natura le dé al animal y el cupo de valor y de sapiencia artística que le diera al humano. En este caso, el humano era un torrente de valor y de ambición que se apoyaba en una capacidad más que suficiente para embarcar las embestidas, más o menos humilladas, más o menos largas, de los tres galanes astifinos que el de Espartinas hubo de torear y estoquear. Los tres toros embistieron porque Borja se ocupó de sacarles el mejor provecho, agotando la dimensión de los pases en función del tranco que tuvieran, unos más largo que otros.

Citaba Borja Jiménez despatarrado, atornillada la suela de la zapatilla en la arena, ofreciendo la muleta con la ampulosidad de quien se siente superhombre en el cara a cara del desafío. Comenzó interpretando el toreo a la verónica con ajuste y templanza, destacando en el remate de una media de cartel; pero sus faenas de muleta parecieron calcadas. Casi siempre enfrontilado en el cite y, de inmediato, colocada la muleta en el sentido de la embestida para ligar los pases, que es como se debe torear. El cite era, quizá, demasiado desorbitado, exagerado, pero este torero es así: muestra sus ganas a quienes las quieran ver, toro incluido. Se sucedían los naturales con el toro enroscado a la cintura, en la cercanía de los cuernos, y la Plaza rugía. Estaba con él, con el torero. Empujaba el público tanto o más que el torero empujaba al toro. Y, naturalmente, el triunfo se iba fraguando a golpe cantado, a nada que la espada entrara en el morrillo de los toros. Entró tendida y en su mitad, al primer intento, en el morrillo de los tres victorinos. Tres medias tendidas, tres, y otras tantas orejas –una, una y una—fueron cayendo en el fardel del rubicundo matador. Esta vez no hubo discrepancias, por más que la de su segundo toro fuera “justita” y las faenas muy largas, dos de ellas avisadas. También lo sabía Borja Jiménez y se fue a porta gayola a saludar al sexto de la tarde, dando a entender que, aunque estaba asegurada la Puerta Grande, su ambición iba más allá.

Fue un triunfo buscado golpe a golpe, paso a paso y pase a pase. Un triunfo ansiado a lo largo de una temporada intensa y crucial. ¡Como apretaba Borja la primera oreja en su mano diestra! Como si no quisiera desprenderse de ella, como si fuera un tesoro. Lo era. Lo fueron las tres. Triunfo gordo. Legítimo. Buscado y encontrado. Ojalá que el clamor no se diluya y tenga sus frutos en la campaña del año próximo. El inverno es largo… y, en este mundo de los toros, la memoria es frágil.

Completaba la terna el mexicano Leo Valadez. También se fue a porta gayola. Es valiente y conoce el oficio. Muy serio el primer toro de su lote, noble y flojito, le permitió caligrafiar algunos muletazos estimables. El que se jugi en quinto lugar fue muy codicioso –demasiado—y Valadez los trasteo valeroso en una larga faena, rematada mal con la espada. Se hartó a pinchar y Las Ventas guardó silencio.

A la temporada en Madrid le queda aún el rescoldo de la corrida del 12 de Octubre, con el regreso de El Cid, el de Salteras. Ayer, en las Ventas, estuvo el de Espartinas.