Hace unos días, en un restaurante de mi gusto en Guadiaro, una muchachada de Sotogrande, ataviada con prendas muy veraniegas para soportar la calma chica, echaba peste de los migrantes que, en este caso, estaban convirtiendo el mundo en un lugar feo, lleno de chabolas malolientes y pintadas de colores chillones. Escoria, pura escoria eran para ellos, tan limpios, tan blancos, tan estúpidos.
Previamente a la perorata xenófoba, uno de ellos salpicó de jugo de limón a uno de mis acompañantes. Lo miró y debió pensar, que mal educado por no agradecerme tan peculiar dosis de vitamina C llovida lateralmente. Un milagro gastrometeorológico.
Le recité a mi colega el poema de Benedetti sobre los pitucos para aplacarlo y nos reímos un rato mientras nadábamos en un whisky on the rock.
En fin, VOX en estado puro o similares.
Poco después de digerir la cena, me puse a reflexionar sobre la perra que tiene esta gentuza de extrema derecha contra los migrantes.
Como si no tuvieran suficiente con ser pobres, con una esperanza de vida de mierda, con la muerte, la enfermedad, el destierro y la explotación pisándoles los talones, llegan estos fascistas de sobremesa y les escupen a la cara a cualquier hora, incluso disfrutando de una suculenta cena a golpe de manjares del otro lado de la alambrada. ¿Se imaginan a estas criaturitas hundiéndose en un tocino de cielo como si fuera una porción del Estrecho?
Estoy convencido de que muchas de las catástrofes apocalípticas que nos asolan -la última el incendio en el paraíso de Maui, en Hawái-, son una especie de castigo divino por los católicos, apostólicos y romanos que copan estas formaciones que garantizan la salvación eterna a través de la practica del racismo, la xenofobia, la homofobia y otras maldades contra la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es decir, el Dios de los pobres se desmarca de estos nuevos fariseos que reciben al Papa Francisco ‘cara al sol y con camisa nueva’, enviándonos a todos un mensaje a través de incendios de una generación imposible, inundaciones devastadoras, volcanes imparables, escasez de agua y alimentos…
Para ellos, que no creen en el cambio climático porque es demasiado progresista por científico, debe ser, cuando menos, una buena hostia sin mano del Dios del pueblo humilde y de los marginados, ¿no? 19 padrenuestros y 500 avemarías no se los quita ni un cura del Opus Dei. O a lo peor, en su inmensa ingenuidad, se creen que es Hades echándoles un cable para acabar con tanto paria campando a sus anchas. Si fuera así, la barra americana de casa Lucifer sería el único destino VIP en semejante infierno griego. Chungo.
Para mi y para el amigo que recibió el chorro de limón, que sí creemos en la devastadora influencia de la mano del hombre sobre el deterioro de nuestro Planeta, esta tesis apocalíptica no tiene mucho recorrido. Como broma, quizás.
Pero por si acaso, advertirle al Altísimo que apunte bien, que no podemos pagar justos por pecadores.