Alberti: las culpas… ¿al muerto?

Regreso de Alberti a España en 1977

WikipediaRegreso de Alberti a España en 1977

Según el popular dicho, y así suele ocurrir, las culpas de lo que sea se las lleva el muerto... Ahora bien, siempre y cuando no ande por allí una persona viva aún más débil que quien ya no está para alzar la voz y defenderse. En el caso del insigne poeta de la Generación del 27, su presencia había impedido durante años los ataques contra quien fue su última esposa, María Asunción Mateo, estrella Altair, en sus poemas. Sin embargo, en cuanto las cenizas del pintor y escritor andaluz fueron esparcidas en las aguas de la Bahía de Cádiz ya no hubo piedad para ella. Se abrió la veda. Ahora, tras más de dos décadas de silencio, Mateo ha publicado un libro en el que relata los años que vivió con el genio y también lo que vino después, tras su despedida. Cuando ella ya no era nadie, no tenía al “hombre” a su lado. En total, 23 años en los que se la acusó de todo lo inimaginable – recuerden que el objetivo contra el más débil consiste en desacreditar, aislar y atemorizar – durante los cuales ella guardó silencio incluso cuando le pidieron que escribiera unas memorias. El consejo de la insustituible Carmen Balcells - “Tú no escribes libros de viudas” - aún lo recuerda Mateo en las entrevistas.

Lo triste es que, haya pasado el tiempo o no, su libro “Mi vida con Alberti. Para algo llegaste, Altair” seguirá siendo para muchos solo eso, un libro de viudas. De una viuda sometida al acoso psicológico, olvidada por quienes aún se llenan la boca recordando a su marido, atacada desde diversos frentes y por diferentes motivos. Lo consideren como lo consideren, bienvenido sea. Porque como ella misma explica estos días, ahora que tanto se denuncia el machismo… La realidad, cruel, misógina e injusta es que ser la segunda mujer de un gran personaje – con independencia de su trascendencia o del ámbito al que pertenezca – y quedarte a merced de quienes un día empezaron a odiarte por “trastocar” la fachada de una vida falsa en la que el genio hacía lo que quería pero seguía en casa supone, para empezar, que al quedarte sola pocos, muy pocos, llamen a tu puerta. Las acusaciones llegan además de manera inmediata, con la violencia de un torrente que se ha visto detenido por el dique que acaba cediendo irremediablemente a la muerte. También llueven como piedras advertencias y amenazas, una declaración de guerra que ni siquiera haría falta porque la profiere un león frente al ciervo (con o sin cuernos) que se ha quedado aislado de la manada, con el corazón herido y el alma pulverizada.

Es tan fácil acusar. Tan barato y de cualquier cosa. Quizás simplemente de ser “joven” y, por tanto, no tener derecho a llorar la pérdida de quien compartía contigo la vida, cada noche ya fuera alegre o sombría, las madrugadas de calma o ventisca, los secretos de los que, para colmo, quieren apropiarse quienes jamás traspasaron el sagrado umbral de una alcoba. Todo vale en esa guerra, incluso prenderse en la solapa la insignia de “más viuda” que quien ha perdido a su marido, del que se despide tambaleándose, estrechando abrazos y recibiendo besos que ya empieza a percibir falsos aunque no diga una palabra. Porque lo importante sigue siendo él. Despedirle como merece, a pesar del dolor de comprender que ya no está para volver a casa juntos esa tarde. En su libro, María Asunción Mateo denuncia finalmente lo que, en realidad, tendrían que haber denunciado otros hace décadas, los amigos que de verdad querían al fallecido tal como era y sabían el daño que se estaba haciendo a su viuda. Día tras día, meses, años más tarde. ¿Acaso jamás pensaron ni por un segundo lo que él, su AMIGO, habría dicho, gritado incluso, si hubiera visto los ataques lanzados contra ella? ¿Contra una mujer sola? ¿No lo hablaron entre ellos? ¿No pensaron en lo que él habría hecho si se hubiera encontrado en sus zapatos?

¿Es que no le conocían?

Porque a Mateo le acusaron incluso de manipular a Alberti. Y, claro, a ella se le escapa la más amarga de las carcajadas. ¡Como si él hubiera permitido que nadie lo manipulara! Ejemplo de hombre libre, que tomaba sus decisiones sobre las que nadie osaba contradecirle. Un nómada poliédrico que venía sin instrucciones ni cuerdas para amarrarle, que se bebió la vida inhalando pasión y exhalando bocanadas de generosidad con los amigos y los poetas que estaban empezando su carrera. “Yo intento ser generoso” – solía decir Alberti – “Si otros lo han sido conmigo, ¿cómo no voy a serlo yo? Si así fuera, yo no sería yo; sería un cínico, un hipócrita. Mi palabra, mis escritos y mis reflexiones carecerían de valor…”. ¿Manipularlo? A su viuda le atacaron incluso – para el mal no hay límites – de ser “una más de las que alegraban la vejez del poeta, una de tantas…”. Pero fue con ella con quien vivió y por eso “las demás” han estado a salvo, sin tener que, como María Asunción, escuchar a amigos del enorme artista reírse con inoportuna complicidad, como orgullosos del “genio y figura” de quien habitó en el mundo con todas las letras y consecuencias hasta el final de sus días. Y está bien, pero ¿en presencia de su viuda?

¿Por qué ninguno de ellos, a pesar del dolor que veían en la mujer de su amigo, optaron por mediar en la desigual guerra que le había sido injustamente declarada? No por ella, claro, sino por Él. Estoy convencida de que ni siquiera tras la publicación del libro, la escritora podrá olvidar tantos años de maltrato y agresión. Por supuesto, seguirán criticándola. Haga lo que haga, diga lo que diga. A pesar de que en el libro se incluyen documentos – algunos de puño y letra de Rafael - y actas notariales que pretenden callar las maledicencias, como que recibió una herencia millonaria… cuando la verdad era que en las cuentas bancarias apenas había saldo. Bienes inventariados, por el contrario, sí había. Muchos. Incluido el piso romano de Trastevere donde aún vive, sin que se hable de ello, la que al parecer fue la última amante de Alberti. A ella nadie la ataca, solo la veía a ratos, siempre volvía a casa. A los brazos de su viuda cuya herencia lleva 20 años judicializada a pesar de los testamentos que el artista dejó, el último de 1996. Elegante, sin embargo, María Asunción Mateo se limita a decir de la única hija de Rafael que “quizás se ha dejado aconsejar por alguna gente con intereses equivocados”.

Ojalá que por fin muchos entiendan o quizás simplemente reflexionen.

“Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras”. (Rafael Alberti)