Afganistán, el apartheid de las mujeres

Una refugiada afgana mira a cámara.

EUROPA PRESSUna refugiada afgana mira a cámara.

Deena tiene 15 años, es inteligente y está llena de energía. Durante toda su vida ha ido al colegio con Hamid, su hermano más pequeño. La familia vive en Gazni, una ciudad mediana en el centro de Afganistán. Los hermanos recorrían unos 6 km todas las mañanas para llegar a la escuela pero para Deena aquel era un paseo feliz. Ahora Hamid se despide, muy temprano, de su hermana antes de salir hacia el cole porque a ella los talibanes le han prohibido volver a clase. Deena lleva los dos últimos años sumida en la tristeza y la desesperanza.

Desde el regreso de los talibanes al poder:

- Las niñas deben abandonar los estudios al final de la primaria

- Las profesoras no pueden trabajar

- Las mujeres no pueden ser empleadas ni por las ONG’s locales ni por las agencias internacionales, incluida la ONU

- Las mujeres y las niñas tienen prohibido ir a los parques, estadios deportivos, cine, conciertos, gimnasios y baños públicos.

- Las mujeres no pueden viajar solas a más de 72km de su hogar

- Para recibir asistencia médica o social las mujeres solo pueden acercarse a otras mujeres pero, al estar la mayoría de ellas excluidas del trabajo sanitario o humanitario, la realidad es que las niñas y las mujeres quedan muchas veces desasistidas.

- Las estudiantes han sido obligadas a abandonar la Universidad.

- El castigo para aquellas que transgreden las normas llega hasta las palizas públicas o el asesinato.

Los rostros de las mujeres han sido borrados de la televisión, la publicidad y los escaparates.
Las mujeres han sido confinadas en sus casas sine die.

Khadija tiene 18 años, es activista desde los 14 y soñaba con ser ser jueza como su vecina Jamila, tan seria y preparada! Khadija disfrutaba de las historias que la joven le contaba sobre sus batallas para defender, en el tribunal, a las mujeres agredidas o acusadas por sus maridos. Para la adolescente, Jamila era una heroína y su modelo a seguir. Hoy, la jueza vive escondida por la persecución de los talibanes, algunos de los cuáles fueron condenados por sus sentencias. Khadija, encerrada entre las cuatro paredes de su humilde casa, ha dejado de comer y su madre teme por su salud. Las organizaciones locales reportan un número creciente de suicidios, sobre todo entre las adolescentes que han debido dejar el colegio, así como el aumento de patologías ligadas a la salud mental.

Según el último informe presentado ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra, elaborado por el relator especial en Afganistán y el grupo de trabajo de Naciones Unidas sobre la discriminación contra mujeres y niñas, el gobierno talibán está privando a las mujeres y las niñas de todos sus derechos fundamentales hasta el punto en que puede hablarse de un verdadero apartheid de género en el país. Así, aunque el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional no reconoce expresamente el apartheid de género -sí lo hace cuando se ejerce contra grupos raciales-, una amplia corriente de expertos reclama, hace tiempo, su aplicación para el caso afgano. El momento es oportuno ya que van a comenzar las negociaciones en el seno de Naciones Unidas para la elaboración de un tratado internacional que codifique los crímenes contra la humanidad.

En Afganistán, más de 15 millones de mujeres sufren persecución, aislamiento, violencia política y física y abandono; son víctimas de una cultura del odio que se alimenta del extremismo de la Sharía, contra ellas. Este apartheid contra las mujeres debería movilizar a los actores de comunidad internacional y a los Estados de la misma forma que lo hizo, en su día, la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Pero eso no está sucediendo.

Desde la llegada de los talibanes, la única reacción internacional ha consistido en reducir drásticamente la ayuda económica al país convirtiendo una situación de enorme pobreza en una inmensa emergencia humanitaria.

En Afganistán, según UNICEF, más de 28 millones de personas necesitan ayuda humanitaria, entre ellas 15,2 millones de niños. Se calcula, asimismo que, 875000 menores de 5 años padecen desnutrición. Este desastre se ve agravado y empeorará tras 2 años de intensa sequía en el país. El último informe de la organización a favor de la infancia afirma que 167 niños mueren cada día en el país a causa de enfermedades prevenibles.

La desaparición del personal femenino de los hospitales hace imposible la atención a los niños y bebés que enferman por miles. “No tenemos medios ni personal suficiente, la mayoría de las veces solo podemos asistir a la muerte de nuestros pacientes” - Doctor Aadel Khan, hospital de Herāt -.

El Departamento de Estado norteamericano ha publicado, el pasado viernes, 30 de junio, un informe oficial sobre la retirada de Afganistán donde afirma que las decisiones de los gobiernos de Trump pero también de Biden tuvieron graves consecuencias para la viabilidad del ejecutivo afgano y la seguridad del país. Por su parte, el enviado de la Unión Europea para Afganistán, Tomas Niklasson, recuerda que no se dan las condiciones para reconocer a las autoridades que “de facto” gobiernan en el país asiático. Ningún Estado miembro de la UE ha reabierto su Embajada. Y mientras, en Afganistán, el 98% de sus ciudadanos califica su vida de auténtico sufrimiento*.

Las decisiones políticas de occidente y las de los países circundantes no están apuntando a ninguna salida razonable para el país y digna para su gente.

El grito de las mujeres afganas que, a pesar de todo y cada vez más solas, siguen luchando por su vida y su libertad se resume en las palabras de la valiente activista, Mahbooda Seraj: “Nos están suprimiendo. Las mujeres de Afganistán no existen para los talibanes”.

¿Existen para el resto del mundo?

(*informe anual sobre emociones globales de Gallup 30/6/23)