A Santiago Sánchez, Evin (Irán)

Santiago Sánchez, en su Instagram

INSTAGRAMSantiago Sánchez, en su Instagram

Ayer escuché tu voz por primera vez. Era una llamada de auxilio lanzada desde una situación de dureza inimaginable. Habías tomado dos decisiones: empezar a hablar y dejar de comer. Tenías que intentarlo, decías, en un breve audio que, sin embargo, contaba muchas cosas. No hacía falta más. Era imposible, al escucharte o leer la transcripción de tus palabras, no pensar en uno de los últimos mensajes que Siamak Namazi dirigió a Joe Biden desde la misma cárcel en la que tú estás: “Le imploro, señor, que ponga la vida y la libertad de estadounidenses inocentes por encima de toda la política implicada y que haga lo necesario para poner fin a esta pesadilla y llevarnos a casa”. Como tú, el empresario dejó de comer para presionar, no a las autoridades iraníes sino a su propio gobierno, después de ocho años secuestrado en Evin, la tristemente famosa cárcel – o debería decir zulo a gran escala – de la que en España sabemos mucho menos de lo que nos hemos interesado por conocer de la prisión tailandesa donde ingresó otro español, autor confeso de un sangriento crimen.

Pero Irán no es Tailandia, ¿verdad?

Cuando Namazi, de doble nacionalidad estadounidense e iraní, anunció que iba a dejar de comer explicó, como tú, que tenía que intentarlo: “Sé mejor que la mayoría que una huelga de hambre es un arma de último recurso para un reo, usado solo si la copa de la resistencia ha rebosado y tras gastar el resto de opciones”. Fue en enero de este mismo año, tú ya habías emprendido a pie el viaje que, atravesando infinidad de fronteras, iba a llevarte al Mundial de Qatar. Namazi, en ese mismo mensaje a Biden, confesaba su decepción: “Inicié la huelga de hambre porque he aprendido por las malas que los presidentes estadounidenses tienden a depender más de su termómetro político que de su brújula moral a la hora de decidir si entrar o no en un intercambio de presos con Irán o quién es incluido en ello”. ¿No es así en todo el mundo? Él se refería, además, al último “canje” realizado por la administración Obama que, a pesar de las promesas a él mismo y su familia de que le incluiría, no lo hizo. Se quedó fuera de la lista, dentro del infierno. Ya no podía arriesgarse a otra presidencia republicana porque, a diferencia de los demócratas, el partido de Trump no “negocia” con Irán…

Ahora, Namazi, tú lo sabes, ha recuperado su libertad. Por eso hablo de él, del secuestrado que más tiempo ha estado entre las garras de Irán, halcón destructor ávido de dinero cuya principal arma es traficar con la vida de inocentes. Puede que en nuestro país no se haya hablado casi nada de lo que es en realidad la “cárcel” de Evin, pero en otros países, sobre todo Estados Unidos, saben desde hace mucho que por los extranjeros que van a parar allí acusados de “delitos” tan peregrinos como “espionaje”, “colaboración con un Estado enemigo” o “rebeldía” se pedirá el correspondiente rescate. Son, sois, moneda de cambio. A esa práctica hace tiempo que se le puso el pomposo nombre de “diplomacia de rehenes” y es Irán el país que más utiliza un “recurso” del que se jacta sin complejos. Lo terrible es que la liberación no dependa “solo” de pagar el rescate o acceder al chantaje, sino también de la política que el gobierno de tu propio país haya “dispuesto” a la hora de abordar estos casos. Tu caso.

“Yo quiero que la gente dé un paso adelante. Yo quiero que la gente escuche, que sepa en la situación en la que estoy y no quiero dar pena. El que me conoce lo sabe. Llevo un año con los brazos cruzados y con la boca tapada. Muchas manos han tapado mi boca. Ahora digo que no y no me importa, no tengo miedo. Me quitaron la libertad y también la vergüenza. No tengo miedo ni tengo vergüenza. No sé qué decir…”. Santiago, lo has dicho todo. Tienes razón. Las palabras de agradecimiento de Namazi tras su liberación confirman que sin alzar la voz, todo languidece: “Hoy no sería libre si no fuera por todos ustedes, que no permitieron que el mundo me olvidara. Desde el fondo de mi corazón, gracias. Gracias por ser mi voz cuando no podía hablar por mí mismo y por garantizar que me escucharan cuando reuní la fuerza para gritar detrás de los impenetrables muros de la prisión de Evin”.

Tú ya has gritado. Los demás tenemos que hacerlo ahora por ti. Seguir haciéndolo hasta que vuelvas, porque como tú explicas en el audio llevas “un año escuchando unas indicaciones: 'Todo está bien; vas a salir pronto; eres inocente' ¿Qué quieren de mí? Cuando pregunto a la persona que lleva mi caso cómo está la situación 'tranquilo Santiago en junio sales, en julio, en agosto...' Hoy me ha dicho que le dé dos meses más…”. Quiero creer, de hecho lo creo, que el gobierno de nuestro país hace tiempo que está negociando. Que el ministerio de Exteriores trabaja para que vuelvas a casa. El problema es si lo que se está haciendo es suficiente... Porque siempre se puede hacer más, a pesar de que entiendo las declaraciones del ministro José Manuel Albares cuando, tras la liberación en febrero de Ana Baneira Suárez, rehén de Irán desde noviembre del año pasado, aseguraba que “la diplomacia requiere discreción y las gestiones solo pueden ser discretas”.

Sin embargo, la discreción no tiene nada que ver con silenciar a quien sufre la tortura. Ese silencio atañe a la esfera de una negociación que, desde el inicio, ha de prescindir del concepto “imposible”. Para liberar a Siamak Namazi y a otros cuatro secuestrados en Evin, Washington tuvo que aprobar primero una exención de las sanciones impuestas sobre Irán que impiden a los bancos internacionales transferir fondos de ese país. Después, ordenar la transferencia de los 6.000 millones de dólares de fondos iraníes que estaban en cuentas restringidas de Corea del Sur a Suiza, desde donde el dinero fue, a su vez, enviado a bancos en Qatar. También, como segundo punto del “acuerdo”, tuvo que excarcelar a cinco iraníes que cumplían penas por delitos reales, condenados después del correspondiente juicio. Si desde el principio – jamás sabremos las exigencias que se pusieron la primera vez sobre la mesa – alguien hubiera dicho o pensado “imposible”, en lugar de seguir negociando durante las nueve rondas de discusiones que mantuvieron en Doha las delegaciones de ambos países, Namazi hoy no estaría en libertad junto a su padre de 85 años, a quien el régimen iraní también condenó en 2016 cuando fue a Teherán para ayudarle.

Estoy segura de que lo que escribo, tú ya lo sabes. Lo estás viviendo. Mi único objetivo es acompañar con información el eco de tu voz. Que siga sonando, pero que la próxima vez que la escuchemos, igual que la de Namazi, suene en libertad, dando las gracias a tu familia, a tus amigos y a todos los que, espero, estén en estos momentos ejerciendo sin descanso esa compleja y discreta “diplomacia” que logre traerte a casa.