Visto lo visto en el Congreso de los Diputados y gracias a Vox y a Ramón Tamames, lo que iba a ser una moción de censura contra Pedro Sánchez se ha convertido, al menos en su primera jornada, en un acto de afirmación gubernamental y de jabón sin límites para el presidente, su Ejecutivo y la coalición que lo mantiene; un regalo con lazo, un acto electoral con todo el tiempo del mundo a su disposición y televisado a todo el país, un panegírico rebosante de adjetivos y miel, un inesperado saco de caramelos a la puerta de la Moncloa.
Y la culpa ni tan siquiera hay que achacársela en esta ocasión al presidente. El regalo le ha venido dado. Al final, después de todo lo escrito y elucubrado estas últimas semanas, el espectáculo que han dado el candidato y el partido que lo patrocinaba ha sido peor de lo que se preveía. El Gobierno ha utilizado todo el tiempo del mundo para cansar al cansado aspirante y para venderse y repetirse sin pudor. El resultado final de esta primera parte del debate no ha sido otro que un pequeño fiasco sin paliativos cuyo verdadero alcance todavía está por ver.
Abascal se ha dado un tiro en el pie y en Vox lo saben, o lo deberían saber. Lo que empezó el pasado 11 de enero en una comida de amigos en Casa Rafa, en la madrileña calle de Narváez, se ha desintegrado, si me apuran, antes incluso de haber empezado. Cuando Santiago Abascal, Kiko Monasterio y Fernando Sánchez Dragó diseñaron tras los postres una moción de censura contra Sánchez y pensaron -realmente lo pensó Dragó- en Ramón Tamames lo hicieron esperando un golpe de efecto, una publicidad añadida para su formación y un meneo contra esa “derechita cobarde”, en palabras de Abascal, que sigue siendo el PP de Núñez Feijóo.
Pues todos estos deseos se han despeñado antes de empezar a andar porque rápidamente se ha visto que lo que el líder ultraderechista quería realmente no era tanto presentar al candidato Tamames como enfrascarse durante casi dos horas y media en un rifirrafe estéril con el presidente del Gobierno. Abascal sólo quería hablar de su libro, que hubiera dicho el gran Francisco Umbral.
Y en ese preciso instante, después de 150 minutos de la nada más absoluta, se ha visibilizado rápidamente que el candidato daba igual y que era una simple excusa, una pobre coartada para lanzar una moción de censura que aun siendo legalmente legítima no iba a cumplir con ninguna de las circunstancias que emanan del espíritu de la Constitución.
Una tomadura de pelo de Santiago Abascal pensada para arremeter contra el enemigo a batir que, no nos engañemos, no es el Gobierno de coalición sino el Partido Popular. Pero lo que no se podía imaginar el líder de Vox es que Ramón Tamames, y él mismo, se iban a convertir en un infinito balón de oxígeno para este Gobierno, que empezó la jornada renqueante, pero al que de pronto, como por sortilegio, le ha tocado la primitiva sin tan siquiera haber jugado.
Lo visto este martes 21 ha confirmado, además, lo que muchos pensábamos: que Ramón Tamames nunca debería haber aceptado participar en este psicodrama, en este reality en el que, intuíamos, se iba a convertir una moción de censura que realmente nunca iba a existir.
El profesor tampoco ha estado a la altura ni del currículum ni de la historia que atesora. Su discurso ha sido políticamente flojo, repleto de lugares comunes y de titulares y editoriales de la prensa conservadora; poco más, en resumen, que una conferencia en el club Siglo XXI. Un discurso aburrido y no exento, además, de algunas observaciones históricas de, como poco, escaso rigor científico. Ni una sola idea más allá del consabido adelanto electoral -que aunque lo tenía escrito se le ha olvidado verbalizarlo en su primera intervención- y de la sempiterna pretensión de modificar la Ley Electoral para reducir el peso de los partidos nacionalistas e independentistas.
Cuando se presenta una moción de censura hay que ir más allá de los lugares comunes, por mucho que algunos de estos lugares resulten inmorales desde el punto de vista ético y político. Ya sabemos los españoles que Sánchez pasa de la separación de poderes y que ha utilizado su mayoría en el parlamento para favorecer vergonzantemente a sus socios políticos con indultos y rebajas de penas a la carta, tanto para la malversación como para la desaparecida sedición. Todo esto y mucho más ya lo saben los españoles, querido profesor; sabemos también, incluso, quién es la fiscal general del Estado y de donde viene y quiénes acaban de entrar en el Tribunal Constitucional y de donde vienen. Claro que lo sabemos.
Pero para intentar llegar a la Moncloa -incluso cuando se sabe de antemano que no va a ser posible- hay que tener imaginación y valentía, haberse trabajado un programa de Gobierno aunque sólo sea para unas pocas horas; hay que ir con más ideas en las alforjas y con menos recortes de periódicos en el discurso para que los españoles no vean en todo esto un pobre paripé en la Carrera de San Jerónimo a costa del erario.
Un paripé, además, a mayor gloria de Pedro Sánchez, aquél a quien se pretendía castigar y avergonzar, y de Yolanda Díaz que, blanca y radiante como una novia, ha empezado ya, y con muy buen pie, su particular campaña electoral de la mano de su presidente. Un paripé que ha sabido aprovechar muy bien el Gobierno para ir a lo suyo: a publicitar sus avances y conquistas, a repetir lo buenas y buenos que son sus ministras y ministros y a decir que Vox y PP -estos últimos los culpables de todo o de casi todo, como ha repetido el Gobierno a lo largo de toda la primera jornada- son lo mismo y que este esperpento que se ha visto hoy en el hemiciclo es lo que nos espera a los españoles si Sánchez no sigue en la Moncloa.
Lo visto en el Congreso de los Diputados me trae a la memoria cierta frase que le oí hace muchísimos años al desaparecido Alfredo Di Stéfano tras perder el Real Madrid una Liga en Tenerife por culpa de los errores de su guardameta Paco Buyo. “Yo no le pido a un portero -dijo- que pare todos los balones que van dentro de la portería, pero sí que por favor no meta dentro de la portería los que van fuera”. Esto mismo es lo que acaban de hacer este martes Vox y Ramón Tamames, darles oxígeno y empeñarse en meter dentro a quienes a lo mejor ya estaban casi fuera.