San Cristóbal y Venezuela
Comenzando por la colombiana Feria del Café de Manizales, continuando con la Macarena de Medellín y las puntadas de las plazas de toros mexicanas (sobre todo la Monumental del D.F.), a más del goteo por las localidades más diversas de tan amplia geografía, los eneros taurinos (tan opacos en noticias por acá) tienen un colofón extraordinario en el estado venezolano de Táchira, donde la feria de San Cristóbal siempre fue el imán permanente para la torería española que se embarca por aire para tomar nuevos aires. Su plaza de toros, ubicada en un enclave llamado Pueblo Nuevo, luce ahora el nombre del que fuera su gestor más preclaro, Hugo Domingo Molina, artífice de la irrupción en este territorio de las más grandes figuras del toreo de medio siglo para acá. A pesar de que los aires –de nuevo, los aires-- de una situación política nada proclive al fomento de la Tauromaquia, Venezuela siempre ha sido, y será, un referente en la historia del toreo. De allí partieron hacia España los hermanos Girón, previa avanzadilla triunfal del César Augusto que encabeza la dinastía de toreros más importante de aquél país, para poner las peras a cuarto a las figuras españolas coetáneas. Allí se forjaron ganaderías bravas de enorme prestigio y allí, sobre todo, se levantaron plazas de toros que llenaban los graderíos hasta los topes. En estos tiempos, ya digo, con la ventolera política que atenaza el país puesta en cuestión por la inmensa mayoría de las naciones del mundo llamado “occidental”, las cosas están complicadas en Venezuela, y más, para la fiesta de los toros. La reliquia del Nuevo Circo de Caracas, hace ya muchos años que es historia. Otras ciudades contemplan, con pesar, cómo el tiempo va deteriorando edificios taurinos emblemáticos. Conozco bien la Monumental de Valencia, en el estado de Carabobo, un coso imponente, con capacidad para 25.000 gentes. Lo he visto lleno hasta arriba, gracias a la gestión y el apoyo del que fuera gran alcalde, el canario de la isla de La Palma Paco Cabrera, a quien traté muy de cerca en dos viajes consecutivos e inolvidables. ¡Qué imponente ciudad, esta Valencia venezolana! Un poco más arriba, ya en el estado de Aragua –otro vivero de toreros--, me deslumbró la plaza de toros de Maracay, llamada Maestranza César Girón en honor al César antes mencionado y porque su diseño arquitectónico está inspirado en la Maestranza de Sevilla, llegando a obtener el título de Monumento Histórico Nacional. En estos momentos, el precioso coso es una ruina absoluta, y aunque el torero venezolano Erick Cortez, consciente de la gran afición taurina de la región, ha pretendido celebrar en la ciudad un festival taurino, en una plaza portátil, el Fiscal General del Estado se lo ha impedido. No por nada, sino porque es antitaurino, el nota. Ciertamente, la Tauromaquia no está prohibida en Venezuela, pero así se las gastan los magnates del “¡exprópiese!”; pero como no está prohibida, ahí tenemos a San Cristóbal, anunciando, un año más, la apertura de su bella plaza de toros apara rematar el mes que en España tiene una cuesta cada vez más empinada. En ella torearán los toreros españoles Domingo López Chaves, Manuel Escribano, José Garrido y, sobre todo, Emilio de Justo, que está arrasando por aquellos mundos. Actuará, mano a mano, con la gran estrella de aquél país y nacido en San Cristóbal, Jesús Enrique Colombo. Allí acudirá, seguro, mi querido y admirado compañero Víctor José López, El Vito, baluarte del buen escribir y eficaz defensor de la fiesta de los toros allá donde esté. Y lo hace en un territorio hostil para él, que ya tiene mérito, porque no debe ser fácil nadar contra corriente durante tantos años. La liturgia cristiana asegura que un hombre llamado Cristóbal (o Cristobalón, ya que era de una corpulencia exagerada) llegó a la santidad porque en una de sus caritativas obras ayudó a vadear un río, caudaloso y encrespado, portando sobre sus hombros a un niño que resultó ser Jesús el Redentor. Por eso, en España, San Cristóbal es el patrón de los transportistas y conductores, en general. Ojalá esta ciudad venezolana se convierta en el transportador irreductible de la fiesta en aquél querido país. De momento, ahí la tenemos, sosteniendo a pie firme las turbulencias que la rodean. Mejor conductor, imposible.