Soledad no está sola
La he visto y oído cantar de nuevo. Y otra vez, una vez más, su portentosa voz, su innato poder suasorio y el magnetismo que desprende esta mujer cuando se hace presente en el escenario, me llevan a reconocer mi incapacidad para ponerle paredes a mi cautiverio de espectador ocasional. Canta Soledad Luna, y me siento prendado por un rato de su voz, de su canto o de su cante. Lo que dure la canción o el cante… y un poquito más, hasta que me recupero del momento. Si fuera cierto que soñar es vivir sensaciones ajenas al conocimiento de los sentidos, habré de reconocer que cuando canta Soledad me traslada a un mundo ajeno a la realidad que me rodea, esto es, a la certidumbre amorfa y espesa del público o a la escogida y pequeña de los “cabales” que me hacen un hueco en su cabalidad. He vuelto a ver y oír cantar a Soledad Luna casi por pura chiripa. Alguien de esos “cabales” me alertó de su participación en un concurso del Canal de televisión Antena 3 y se me dispararon todas las alarmas. Confieso que es la primera vez que presto mi atención a este tipo de programas, donde se mezclan aportaciones musicales y artísticas de variado tipo que son juzgadas por un elenco de profesionales acreditados –más o menos—, los cuales habrán de apadrinar a los participantes. El caso es que se trata de recuperar –reciclar, más bien—algunas voces de mérito que por causas exógenas de difícil comprensión duermen un extraño letargo, semiolvidadas en el caso de artistas de lisonjero éxito u ocultas en la clandestinidad y registradas en el anonimato. Al primer caso pertenece Soledad Luna, a quien conocí en Valladolid cuando ella era apenas una veinteañera de talle juncal y una voz metálica y profunda que sobrecogía. De entonces me viene ese conocimiento y esa admiración, aunque poco a poco se fuera ensanchando el distanciamiento entrambos, por mor de sus escarceos, micrófono en mano, por las poblaciones de variado censo y mis primeras aventuras en la radio local, como informador taurino y narrador de corridas de toros en el área geográfica que abarca las provincias de Valladolid, Palencia, Salamanca y Santander. En aquél interín de idas y venidas de ambos, recuerdo nuestro reencuentro en Salamanca, en una sala cercana al Gran Hotel y, muy posteriormente, en Zaragoza, en un lujoso local, lejos del mundanal ruido de las fiestas pilaristas. En ambos casos, tuvo la gentileza de dedicarme alguna de sus canciones y, de contera, recordar aquellas tardes en Radio Valladolid, de la Cadena SER, donde, según ella, tuvo la osadía de compartir micrófono conmigo para dar cuenta de los resultados de los festejos de cada jornada taurina, en España o el extranjero. No era, en verdad, osadía, era puro desparpajo.
Han pasado muchos años, desde luego, pero siempre recordaré con nostalgia aquéllas tardes de radio compartidas con una jovencita que avistaba un futuro halagüeño en el horizonte. Y, sin embargo, misteriosamente, parecía que debiera resignarse al localismo tantas veces trillado, sin obtener el grano de candeal que esa Voz de oro merecía. Me llegaron noticias de que un lapsus de memoria en un programa de TVE –Gente Joven—le penalizó en demasía, al extremo de volver al terruño, junto a su mentor y artífice de su lanzamiento, mi entrañable amigo Enrique Castro con las alforjas vacías… pero el coraje intacto. ¡Menuda es, la zamorana! Ocasionalmente, apareció en Tele 5, entreverando coplas y fandangos con unos divertidos entremeses, en "collera" con el cantaor y humorista vallisoletano Manolo de Vega, en los que se empleaba el típico acento caló de los gitanos. Sin embargo, la vida fuera de los platós o los escenarios de variado rango, no se puede decir que haya sido generosa con esta mujer. Por lo menos no tanto como ella lo fue, y es, con quienes la hemos rodeado y admirado. No tengo información –ni me interesa—de las circunstancias que llevaron a Soledad Luna a un nomadeo incesante por los trenes de cercanías. Ni por qué la polisarcia se le ha colado de rondón y se niega al desahucio de su cuerpo. Nada de eso me importa. Me importa haberla vuelto a ver, en plenas facultades, poniendo boca abajo un enorme y lujoso set de televisión, con público en directo, donde se realiza un programa titulado "La Voz senior" porque queda más guay que llamarle "La Voz Veterana". Todos: público, presentadora, y unos profesionales que gozan de bien ganada popularidad, quedaron rendidos ante la magia de la señorona que atronó los espacios con su voz y cautivó con su personalísima escenografía, sus “tablas”, en definitiva. No hay color con el resto de los participantes. Soledad Luna arrasó. ¡Cómo me alegro!. A ver si de una vez por todas se hace justicia con estos artistas arrumbados por intereses espúreos o algunas veleidades del mundo de la música, que también debe tener lo suyo. El cantante Antonio Orozco lo dejó meridianamente claro: “Si alguien tuviera un poquito de cerebelo en esta Cadena, cerraría las puertas para que no se vaya de aquí EL TALENTO”. Cientos de miles de personas –millones—han certificado que esta mujer zamorana, entradita en carnes, de sonrisa explosiva y voz prodigiosa, es una diva. La Caballé de la copla, el cante… y lo que le echen. Entre esa multitud, está el firmante de estas líneas. Soledad no está sola. Afortunadamente.