Solo ante el peligro, ¡y qué peligro!
Daba miedo ver a Francisco José Espada arrodillado ante la puerta de toriles, esperando la salida del cuarto novillo de la tarde. A esas horas, sus dos compañeros habían salido del ruedo hechos dos guiñapos, desmadejados, perdido el conocimiento y cualquier signo de vitalidad. Dos muchachos que llevaban meses soñando con esta tarde, la de su presentación en la que –dicen—es la Plaza más importante del mundo, pero que en realidad –ahora-- no es sino pura entelequia, simple añoranza. En estas condiciones llegaron los dos chiquillos a la enfermería, y yo me acordaba del pobre Julio Robles, mientras un gaznápiro profería algún grito estentóreo, afeando la postura o apostura de este Espada de apellido que se afanaba por mandar al tiro de mulas a dos montecillos de imposible escalada para sus compañeros de cartel, y que ahora había desplegado su capote frente a la incertidumbre con cuernos que estaba a punto de salir a la arena. Daba miedo ver su alfeñicada figura, a merced de un albur de irracional carácter y del monstruo de veinte mil cabezas que le acechaba desde el tendido, como decía Gregorio Marañón. Daba miedo, o pena, qué sé yo. Por fortuna, salió el novillo –un toro, prácticamente, de 530 kilos—y no pasó nada. Hubiera sido el colmo de las desgracias, el rigor de las desdichas.
Desgracias o desdichas que comenzaron cebándose en Martín Escudero, un novillero aspirante a figura del toreo de origen alemán, así, como suena. Se apellida Tischbiereck, según copio del Programa oficial, un vademécum que ilustra de balde a todos los que acuden a la Plaza, sobre todo porque identifica a los subalternos por el color de la seda de los vestidos de torear. Lo inventó el maestro Pepe Alameda, cuando lo llamaron a México para que comentara las corridas televisadas en España y desconocía la fisonomía de los picadores y banderilleros de acá. Sirve también ahora para que algunos gaznápiros se tiren el nardo de conocimientos en cercanía de los hombres que actúan en el ruedo, de forma que se puede oír: Vamos, David, mueve el caballo más hacia cá…, ái, ái –textual y cacofónico--. Se refieren a David Prados, el hermano del Fundi, a quien, por supuesto no conocen ni en fotografía, pero leen que va en la cuadrilla de Espada, pica el 5º y viste una chupa grana, bordada en oro.
Decía que este Martín Escudero es alemán... porque, según el Programa, nació en Attendorn (Alemania), que a decir verdad no tengo ni puñetera idea de por donde cae, aunque me habían llegado referencias –antes de hojear el Programa-- de que se crió en Galapagar y tiene ascendencia directa con la familia Martín Andrés, ganaderos de fama. En lo poco que se le vio ante un novillo malaje, topón y mansote, de El Montecillo, mostró un encomiable afán de triunfo. El malaje se lo echó a los lomos y le pegó un tremendo porrazo contra el suelo. Menos mal que no lo hirió con el pitón, pero el chico se fue inconsciente en brazos de del personal que acudió en su auxilio.
Algo parecido le ocurrió a Joaquín Galdós, un peruano que ya se había lucido en un quite por ceñidas chicuelinas en el segundo novillo, pero en esta ocasión, la voltereta fue impresionante, y la caída con el cuello revirado, de las que dan que pensar a quienes las presencian, sobre todo por los espasmos que sacudían el cuerpecillo del muchacho. De momento, ambos novilleros están en observación. Ojalá se recuperen pronto.
Así las cosas, Francisco José Espada hubo de entrar a matar a la novillada entera. Solo ante el peligro, ¡y qué peligro! A tenor del comportamiento de los novillos, el compromiso tenía visos de no llevarse a término; pero el novillero madrileño estaba ahí, a porta gayola, esperando que la larga cambiada cambiara su vida y que se hablara de él como el protagonista de una gesta memorable.
No llegó a tanto la cosa, pero no dejaré pasar la ocasión de valorar y ensalzar el esfuerzo que realizó Francisco José Espada en ese cuarto novillo de la corrida, serio y fuerte, manso huidizo, que llegó a saltar al callejón después de intentarlo en dos ocasiones. Picado a duras penas, esperó en banderillas, donde se la jugaron Antoñaresy Víctor Pérez; pero Espada se dobló muy bien con el animal, le mostró el camino con suaves muletazos y engarzó al menos cuatro series en redondo sobre el pitón derecho de mucho aguante y excelente trazo, a más de excelentes pases naturales, antes de que el montecillo tirara para las tablas. Aunque pinchara antes de la estocada, la petición de oreja fue claramente mayoritaria, así que el trofeo fue a parar a sus manos. ¿Justo? Pero, hombre, cómo no se va a premiar tan generoso esfuerzo y el buen toreo, ante unos novillos con hechura de toros que regatearon embestidas y regalaron mansedumbre y malas ideas. ¿No tuvo mérito reducir al manso que se quería ir de la Plaza y empaparle después en la muleta? ¿Cómo no se va a alentar a un chavalillo a quien el Destino ha metido en una encerrona? ¿Dónde está la afición de Madrid?
Espoleado por este triunfo, el novillero de Fuenlabrada se fue directo a por la Puerta Grande. A punto estuvo de alcanzarla, porque el quinto se fue de largo a los cites y Francisco José estuvo firme y resolutivo en la faena de muleta, instrumentando tandas de pases sobre ambas manos, tomando muy en corto al novillo, obligándolo mucho, empapándolo de trapo y rematando guapamente por alto, en largos pases de pecho. La espada cayó desprendida, es cierto, y la petición no fue tan abrumadora como en el caso anterior; pero la bronca fue monumental al presidente y la vuelta al ruedo del torero muy ovacionada.
Tuvimos más esperanza en el sexto, un novillo de Dolores Rufino que fue el único bravo y encastado de la corrida, aunque reponía terreno a las salidas de los pases, especialmente cuando tomaba los engaños por el pitón izquierdo. Volvió a estar Espada valiente y decidido, no se libró de la voltereta y falló estrepitosamente con los aceros.
De esta forma acabó la última novillada de la feria de San Isidro. Una novillada especialmente accidentada. Dos novilleros quedaron en la arena, fuera de combate. Ha sonado el gong que señala el último encuentro con las novilladas. Lo confieso: estaba deseando de que acabaran. Dos novilleros a la cama del hospital. Para los alevines, los futuribles, los canteranos del toreo, esta Plaza es poco menos que la cama de Procusto. No hay cuerpo que lo resista.
Madrid, Plaza de Las Ventas. Decimoctava de feria. Ganaderías: El Montecillo (1º, 3º, 4º, y 5º) y Dolores Rufino (1º y 6º). Los del Montecillo feos de hechura y de comportamiento. Mansearon, desarrollaron genio y negaron cualquier posibilidad de triunfo a los novilleros, salvo el quinto, que tuvo más movilidad. El resto, un lote infumable. Los de Dolores Rufino, el segundo de la tarde, muy castigado en varas, embistió con cierta nobleza, pero con la cara por arriba y el sexto fue el único encastado y bravo, aunque se rajó al final. Espadas: Martín Escudero (de turquesa y oro), herido por el primero, Joaquín Galdós (de fucsia y oro), herido por el tercero. Ambos debutaban en Madrid, y Francisco José Espada (de celeste y oro), hubo de pasaportar a los novillos de sus compañeros heridos, por lo que lidió cinco en solitario. En el segundo, estocada trasera (silencio), en el tercero, metisaca y bajonazo (palmas), en el cuarto, pinchazo y estocada casi entera (oreja), en el quinto, estocada caída ( aviso, petición y vuelta) y en el sexto, golletazo, pinchazo y cuatro descabellos (ovación de despedida). Entrada: Tres cuartos. Cuadrillas: Antoñares y Víctor Pérez saludaron en banderillas, donde también destacó Raúl Adrada. Bregó con eficacia José Daniel Ruano y picaron bien El Legionario y David Prados. Incidencias: Tarde soleada, de agradable temperatura. Martín Escudero y Joaquín Galdós fueron atendidos en la enfermería de traumatismo craneoencefálico y fuerte conmoción cerebral, siendo trasladados a un Centro hospitalario. Al finalizar el paseíllo, se guardó un minuto de silencio por la muerte del matador de toros Agapito Sánchez Bejarano.