El sino del tieso
En una feria tan larga como esta de San Isidro, la sorpresa siempre tendrá un rinconcito donde anidar. Es el rincón del torero de escaso cartel, pero con buen concepto del toreo y valor suficiente para sobreponerse a las enormes dificultades que se generan en esta plaza. A saber: un toro cornalón y de mucha báscula (“romana”, le decían los antiguos revisteros), un público voceras instalado en un purismo ideológico que deviene en un permanente disparate, y, a mayores, el viento. Sumen ustedes y verán cuán difícil debe resultar salir a torear en Madrid. El torero de escaso cartel lo sabe, pero sabe también que no tiene nada que perder y que guarda en su rincón la moneda de la sorpresa, para cambiarla por el triunfo en cuanto se tercie; por eso cuando se ve anunciado en los carteles de esta feria no pega ojo hasta que saluda a la presidencia tras el paseíllo. Solo entonces, el torero de escaso cartel se lo cree, y ya no le importan ninguno de los tres monstruos que le acechan. Está tieso. O “sinta”, como abreviaba el viejo Cañabate para referirse a los que están a verlas venir: “sin-tabaco”.
Ayer, en el desfile de cuadrillas, uno de los toreros avanzaba con premura, y les sacó a sus compañeros varios trancos de ventaja. Era el más tieso de los tres. El más “sinta” de la terna. El que vestía –qué curioso contrasentido– de tabaco y oro.
Me gusta observar el ritmo de los toreros en el paseíllo, porque, muchas veces, denota su predisposición. En Miguel Ángel Delgado me pareció atisbar un ansia loca por hacerse presente frente al toro. Le cuadran bien el nombre y el apellido. Miguel Ángel, porque mueve las manos con trazo seguro y gran templanza y Delgado, porque es una varilla de carne y hueso que quizá no alcance los cincuenta kilos. Una en San Isidro, es todo su bagaje para la temporada. Y está tieso. De modo y manera que se echó el capote a la espalda en el primer toro de la tarde, y contra viento y marea se lo pasó tres veces por la faja. Luego llegó su turno, y se las vio con un colorado que llegó crudo a la muleta (el segundo puyazo no llegó a ser ni siquiera refilonazo) y embistió como un tren, a oleadas, sin orden ni concierto. Cuanto más descompuesto embestía el toro, más compuesto toreaba el torero. Daba miedo ver cómo el viento hacía flamear la flámula en su mano izquierda y cómo el muchacho no movía un músculo. Cada natural era un tragantón, y, sin embargo, entre tanto vendaval bovino y climático, se entrevía una suavidad en el arco del muletazo que sorprendía a los aficionados perspicaces. Valentísimo Miguel Ángel Delgado. No había otra. Estaba allí para eso, para llamar a las conciencias y despertar a los conspicuos; pero ni el toro, ni el ambiente, ni una parte del público se dieron por enterados. Solo después de la meritísima faena y la excelente estocada, le sacaron a saludar. Había podido con todo: con el “ventorrillo” y con el viento. El quinto era una mole zaina de 626 kilos, pero de armónicas hechuras, que se fue apagando a medida que avanzaba la lidia. Otra vez el temple de Delgado se ofreció nítido, provocando muletazos de apreciable suavidad. Se para mucho el toro, pero más se para el torero, que hasta se deja acariciar la banda de la taleguilla con la pala del pitón. Pinchó tres veces y se diluyeron las palmas. Sin ellas se fue el espigado torero para el callejón, sin otro tabaco en su petaca que el infumable de la seda del vestido, después de haberse dejado el pellejo sobre la arena de la plaza. Es el sino del tieso.
Menos tieso que Delgado debe estar Saldívar, pero ayer en Las Ventas se pegó un arrimón brutal. De los que hacen época y épica. El tercer toro fue un precioso burraco, encastado, el de mejor nota de la corrida, pero que exigía mucho aguante para meterle mano. ¿Aguante? Ahí tienen al mexicano hincado de rodillas en los medios y toreando en redondo sin pestañear, ligando siete en redondo y el de pecho (todo ello arrodillado) y poniendo los tendidos, por lo menos, al rojo anaranjado. Golpe de autoridad ante un toro respondón, que no admitía la más mínima duda. ¿Duda? Arturo Saldívar no se espanta por nada. No se puede uno arrimar más al toro (el precioso terno azul noche y plata acabó teñido de sangre de toro), ni pasárselo más cerca, especialmente en el epílogo de la faena, por bernadinas de las de toma por aquí y entra por acá. Angustioso final y gran estocada. Oreja indiscutible ¿Indiscutible? Vayan y pregunten por algún sector del tendido. Una pena que el sexto se viniera tan abajo, después de los dos fuertes y buenos puyazos de Oscar Bernal, porque de nuevo Saldívar dejó constancia de un valor indomable. Espero que esta temporada se le trate en España con más justicia que en las anteriores.
Sergio Aguilar es otro de los que tiene valor para regalar, y unas condiciones innatas para ocupar un lugar más confortable en el escalafón que el que le confiere su categoría de “semitieso”, pero lleva ya muchos añós a dentelladas con el infortunio. Ayer se enfrentó al lote más deslucido de El Ventorrillo. Su primer toro, que apuntó cierta nobleza, fue castigadísimo en varas, por lo que acabó embistiendo al paso. Ni Aguilar ni el Guerra que resucite es capaz de despertar emociones con tan abúlica embestida, y el cuarto acometía topando y calamocheando. Mala suerte, una vez más. Parece una frase hecha, un lugar común, pero es la puñetera verdad. A los “sinta” y a los tiesos –más o menos—les suelen pasar estas cosas.
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro, 20ª de abono. Ganadería: El Ventorrillo: Corrida con trapío, bien armada y rematada de carnes, algo desigual de romana. Sangraron mucho en varas, por lo que, en general, a pesar de que algunos toros mostraron casta brava, se desfondaron en el tercio final. Espadas: Sergio Aguilar (de lila y oro), estocada y descabello (Silencio), estocada (Silencio); Miguel Ángel Delgado (de tabaco y oro), gran estocada (Aviso y ovación), tres pinchazos y estocada (Aviso y silencio) y Arturo Saldívar (de azul noche y plata), gran estocada (Oreja) y estocada y descabello (Aviso y silencio). Entrada: Tres cuartos. Cuadrillas: buena brega de Curro Robles y Victor Hugo, con las banderillas también destacaron el propio Robles y Juan Navazo. Oscar Bernal picó bien al sexto toro. Incidencias: Tarde ventosa y fría.