Talavante se redime en Madrid con un manso encastado
“Artillero” de nombre, el toro de Victoriano del Río salió de chiqueros cuando todavía flotaban en el ambiente los vapores de la protesta, iniciada con presencia en el ruedo de los dos primeros toros y encalabrinada aún más por el hecho de que el segundo espada había logrado triunfar, doblegando el tiroteo lacerante de los francotiradores que cada tarde se encuentran apostados en la plaza. Aquello no estaba en el guión.
“Artillero” pesaba “solo” 517 kilos, pero le protestaron menos que a los anteriores porque vieron que era manso perdido. Insultantemente manso. Le acercaban a los caballos de picar y salía haciendo “fu”, como el gato escaldado que huye del agua fría. Los refilonazos de la puya apenas rasgaban la piel del indómito animal, ante el que bregó con eficacia Valentín Luján. Precisamente, los capotazos de Valentin ponían sobre aviso a los ojeadores que damos especial importancia a este trance de la lidia: el toro, dentro de su protesta insolente, metía la cara por abajo y se desplazaba con largueza, especialmente por el pitón izquierdo. Debió de verlo también Talavante, aunque –a mi juicio—empezó la faena por alto, sin obligar ni someter, que es la forma más inconveniente de meter el cuchillo al melón de este tipo de toro; pero fueron apenas tres muletazos de esta guisa, porque, en seguida se echó la flámula a la zurda y comprobó que el de Victoriano del Río era de tacazo. Se asentó entonces Alejandro y bordó el toreo al natural, arrastrando la muleta por el suelo, mientras el toro ponía un punto emocional a la embestida, por su incansable y violenta repetición del viaje. Aquello dejó boquiabierto al gentío, y patidifusos a los que llegaron a la plaza más que a ver y a valorar, a poner retrancas a todo lo que oliera a figura del toreo. Unos –la inmensa mayoría—porque ni saben ni huelen, y se ven sorprendidos en su ingenuidad, y otros –la inmensa minoría—porque, por idénticos motivos, estas cosas les desconciertan. El caso es que “Artillero” y Alejandro Talavante se enmaridaron, se fundieron en una sinfonía torera que caló hondamente en los tendidos, porque hubo pasajes ciertamente de gran magnificencia, con series muleteras de inverosímil ceñimiento, especialmente un cambio de mano eterno, antológico, y un epílogo por bernadinas angustiosas. Faenón de Talavante ayer en Madrid. Estocada eficaz. Dos orejas y Puerta Grande. Bien merecido lo tiene. Tuvo que ser un manso encastado –y la clarividencia del torero—quien redimiera a Talavante en la plaza de Las Ventas, devolviéndole el crédito que legítimamente le pertenece.
Antes de la epopeya talavantista, se vio una espléndida faena de José María Manzanares. Espléndida, sí señor, por mucho que le injuriaran –a ese extremo se ha llegado en Madrid– desde el tendido. El toro de Victoriano del Río se llamaba “Buenasuerte”, como aquél de Torrestrella que se lidió en el mismo escenario hace exactamente treinta y cuatro años, al que desorejó Paquirri, a pesar de que recibiera de forma pertinaz las “andanadas” del 8, el refugio en las alturas del comando anti-figuras inasequible al desaliento de por aquél entonces. Ya ven que la cosa no es de ahora. Pues bien, a este Buenasuerte lo protestaron por su falta de trapío. Y con razón. Fue el toro más cortito del disparejo lote de Victoriano. Morfológicamente hablando, “el menos toro” de la corrida. Pero fue bravo, muy bravo. Y encastado. Y noble, muy noble. Y lo toreó de forma espléndida Manzanares, ampuloso y elegante, como jactándose de sus finísimas maneras, especialmente en una serie al natural, magnífica. Torear así, con un fondo de matracas en plan cencerrada, debe ser insufrible. ¿Se imaginan a un cantante de ópera entonando un aria mientras en el patio de butacas se oyen carraspeos y otros ruidos de dudoso gusto? Pues esto es algo parecido, pero con la vida en juego. Un respeto.
Crudo lo tiene Manzanares en Madrid, pero tomando la acepción del término por la de cruel, áspero o despiadado. Mató al “victoriano” en la suerte de recibir, con una estocada algo tendida y trasera y ganó, por aplastante mayoría el premio de la oreja. “Buenasuerte” se llamaba. La que tuvo el toro en el sorteo.
Sebastián Castella también se unió al carro de los triunfadores, pero en plan más discreto. Bello y serio de pitones, enseñando las palas y apuntando hacia arriba, el cuarto toro era un dije. Bravo en varas, empujó de veras y se dejó pegar, pero no por ello dejó de embestir alegre y pastueño en la muleta. Fue el toro más agradable de torear de la buena corrida de Victoriano del Río (origen Jandilla y más refuerzos de Domecq, no se olvide). Lo aprovechó Castella pegándose al piso como se pegaban los pájaros en mi pueblo a la vareta enligada que les poníamos los chaveas, para levárnoslos a la sartén. El torero francés se lo llevó al centro de la sartén del ruedo (el de la candente arena) y aprovechó su galope en pos del engaño para citar de largo y cuajar series en redondo y naturales de buen trazo y meritoria trabazón. Estocada al canto y nueva oreja. También hubo quien la protestó. Aquí no se libra casi nadie.
Los tres toros restantes pusieron las cosas a la contra por diversos motivos. El primero, por lastimarse una mano a la altura de la cuartilla, por lo que, con buen criterio, Sebastián Castella ni siquiera intentó probar su capacidad para embestir. El quinto, de 600 kilos, prometía mejor actitud en los dos primeros tercios, pero, inopinadamente, se puso a tirar tarascadas y a tratar de echar mano al torero. Lo que se dice un toro con “guasa”, no obstante, nada comparable con la que en esos momentos salía de los tendidos; el sexto fue otro toro grandón que se puso de inmediato a la defensiva y no dejó a Talavante redondear su triunfo. Para colmo le metió el pitón por la entrepierna a Valentín Luján cuando intentaba clavar su segundo par de banderillas, hiriéndole de mucha gravedad.
Hasta ese momento, la corrida había cubierto sobradamente las expectativas. Cuatro orejas. ¡Y en Madrid! ¿Se habrán vuelto locos?
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro, 16ª de abono. Ganadería: Victoriano del Río. Corrida de irregular presentación, pero, en general, aceptable, destacando por su bravura y nobleza segundo y cuarto; el tercero, manso de libro en varas, desarrolló en la muleta una torrentera de embestidas tomando siembre los engaños por abajo, quinto y sexto, a la defensiva y deslucidos; el primero se lastimó la mano izquierda e imposibilitó todo lucimiento. Espadas: Sebastián Castella (de tabaco y oro), estocada trasera (Silencio), estocada (Aviso y oreja); José María Manzanares (de plomo y oro), estocada trasera y tendida en la suerte de recibir (Aviso y oreja), pinchazo, media y dos descabellos (Silencio) y Alejandro Talavante (de purísima y oro), estocada (Dos orejas), Media y dos descabellos (Silencio). Salió en hombros por la Puerta Grande. Entrada: Lleno de No Hay Billetes. Cuadrillas:Javier Ambel saludó en banderillas y también se lucieron bregando Curro Javier y Valentín Luján , aquél, saludó una ovación tras banderillear al quinto. Miguel Ángel Muñoz colocó un gran puyazo al sexto toro. Incidencias: tarde primaveral con ligero viento. A la salida de un par de banderillas en el sexto de la corrida, fue prendido y volteado Valentín Luján, sufriendo una herida en la fosa ilíaca izquierda con trayectoria ascendente de 20 cm. Que penetra en la cavidad abdominal, practicándosele una laparotomía media infra y supra umbilical. Pronóstico, muy grave.