De postre, regaliz
Trenzaban el paseíllo Cordobés, Paquirri y Fandi, tan acicalados ellos, tan marchosos ellos, tan bien liados sus capotes de paseo ocultando el brazo izquierdo, esclavina al hombro, con bandas auríferas y bordadas sobre el corazón, y qué quieren que les diga, uno se sintió invadido por una especie de desazón misericordiosa. No solo les aguardaban en chiqueros seis toros de ignotas intenciones, cada uno de ellos con “dos muertes sin estrenar”, como dice el verso de Benítez Carrasco, sino el encalabrinamiento impepinable del sector de público en el que se aglutina el agrazón principal de la plaza. Me venían a la mente aquellos juegos que llegaban a los pueblos de mi vieja Castilla coincidiendo con la fiesta anual (llamábase “La Función”) en los que el fullero de turno colocaba tres paquetes de tabaco rubio separados por una estudiada distancia y retaba a los lugareños a que los abatieran con dos rebujos de papel envueltos en una badana negra y untuosa, por el saín de tantas tiradas. “Derribando los tres paquetes, ¡premio!”, gritaba aquél truhán lagartón, a sabiendas que con esa separación y aquella munición incontrolable el pleno era prácticamente imposible. Así se presentaba el panorama cuando los toreros y sus cuadrillas templaban los capotes al oreo del aire de las Ventas.
Así se presentía, que otra cosa fue lo que realmente sucedió a lo largo de dos horas y dieciséis minutos de función. No contaba el que suscribe con que en el día de ayer iba a venir el tío Paco con la rebaja, una rebaja a la máxima escala, es decir, rebaja total, gratis del todo. Resulta que una gran parte de las localidades de la plaza estaban ocupadas por gentes que habían practicado el muy celtibérico ejercicio del gañote, es decir, el gusto por ir de balde a los espectáculos, o por la por la filosa, que diría un castizo; todo ello sin tener que asumir riesgo alguno ni perpetrar fullería de ningún tipo; simplemente había que aceptar la boletería que ofrecía generosamente aquél abonado que se sentía dominado por la hartura de tanto cuerno, tanto mantazo y tanta gritería. “Toma, dos entradas para el sábado, que torea Fran Rivera y sé que te gusta, para que vayas con tu chico”. Y el chico y la chica se fueron a las Ventas a ver a Rivera y, por supuesto al Cordobés y al Fandi, que también son muy majos. Allí estaban, pues, dispuesto a pasar una buena tarde de toros, un elevado contingente de neoaficionados de ocasión que aceptaron de buen grado el regalo. Dicho en clave de jerga cheli: eran aficionados de regaliz.
He de confesar que, antes de percatarme de la situación descrita, la corrida empezó por los derroteros esperados. Estaban periclitados los toreros como víctimas propiciatorias de la iracundia dominante en esta plaza, que no se distingue por su aticismo, precisamente. Y así al Cordobés empezaron a tomarle a chufla sus medios pases al toro mansueto y desrazado que abrió el festejo y a Paquirri sus pares de banderillas, colocados sin apreturas pero también sin alharacas, con corrección. Se levantaban algunos espectadores muy significados y se rompían las manos aplaudiendo… de guasa y otros hacían ostentosas y “divertidas” reverencias. La juerga del tiro al objeto indefenso estaba en plena ebullición. Iba camino de convertirse en un cachondeo total. ¡Premio! Siguieron en esa tónica burlona en la faena de muleta, periférica y de escasa emoción, ante un toro cinqueño que fue perdiendo movilidad y acortando el viaje, hasta que entrampilló al torero y le pegó una voltereta. Y ahí, amigos, entraron en juego los del regaliz, que muy pronto encontraron aliados en una masa amorfa, un voluntariado que se activó de pronto porque no le mola entrar en ese juego inquisitorial, que tan en boga se ha puesto en esta plaza.
De esta suerte, los toreros salieron altamente gratificados, porque cualquier conato de protesta era acallado por un palmoteo de apabullante mayoría, y así se “tapó” la impotencia técnica de Manolo Díaz ante un toro burraco de Bayones, cuarto de la tarde, trapaceando con la muleta y poniendo de manifiesto lo muy chirle de su toreo; y también se comprendió la imposibilidad de lucimiento de Rivera con un quinto toro del Torreón, sin clase ni casta, que daba cambayás y se defendía a cabezazos.
Había cambiado radicalmente el panorama. Con el sector contestatario prácticamente maniatado por el regaliz y su numerosa tropa de aliados, El Fandi se encontró a sus anchas. Toreó de capa con soltura, colocó dos excelentes (sí, excelentes y, si no, que lo igualen otros ejecutantes más cacareados) pares de banderillas ganando al acción al toro corriendo hacía atrás, y hasta endilgó una templada tanda de muleta con la mano derecha al tercer toro, antes de que se desfondara.
Ahora viene lo del sexto toro, el mejor del lote de cinco lidiados con el hierro de El Torreón, propiedad de César Rincón. El bravo y encastado “Bocadito” había tomado con nobleza el suave lancear del toreo, empujó con fijeza en varas y se llevó los cuatro pares de banderillas que le sopló el granadino, el último a petición popular. La oposición parlamentaria de la solanera comenzó a mostrar su desaprobación con palmas de tango, pero ¡maldición!, la mayoría absoluta creyó que pedían ¡música! Y los imitaron, desarbolándolos definitivamente. El toro había acudido alegre, pronto y codicioso a los cites banderilleros del Fandi, y acabó por subirse a las barbas del torero. Es lo que tienen los toros encastados, torero, que o los sometes o te someten a ti. La faena terminó con el de El Torreón cada vez más envalentonado, echando la cara por las nubes a la salida de los muletazos. Le duró poco su bravuconería al animal. David se perfiló con la espada y la envasó casi entera en lo alto del morrillo, lo que motivó que en breves segundos “Bocadito” rodaba por la arena sin puntilla. ¿Qué pasa ahora? Pues que piden la oreja. Tanto, tanto, tanto la pidieron, con tan apabullante mayoría que el presidente no tuvo más remedio que concederla. Una oreja, en Madrid, por una “no faena”. Lo nunca visto. Después del atracón de corridas, a la postre, el aficionado cabal sintió que se le indigestaba éste trofeo. Las cosas del regaliz.
Madrid. Feria del Arte y la Cultura. 6ª de abono. Dos tercios de entrada.
Toros: cinco de El Torreón, magníficamente presentados, en general cumplieron en varas, pero acusaron falta de raza y se fueron desfondando a medida que avanzaba la lidia. Peor, el quinto, flojo y a la defensiva, el mejor, el sexto, bravo y encastado. Uno de Los Bayones (en cuarto lugar), que puso en fuga a los banderilleros y llegó sin apenas recorrido a la muleta.
Toreros: Manuel Díaz “El Cordobés” (de verde botella y oro), estocada (silencio), pinchazo y estocada (silencio); Francisco Rivera Ordóñez “Paquirri” (de azul añil y oro), cinco pinchazos y descabello (aviso y leve división), estocada en lo alto (silencio) y David Fandila “El Fandi” (de rioja y oro), dos pinchazos, estocada y descabello (aviso y silencio) estocada casi entera de efecto fulminante (oreja).