Las estaciones
Se va la luz del sol por el monte de enfrente.
Hace frío, pero se diría que incendia los árboles como si esta luz fría pudiera prender una llama.
Sé que nada es lo que parece en la Naturaleza.
Nosotros, siempre preocupados por las nubes o las temperaturas, solemos olvidar que la luz está creciendo como un monte amareado por la nieve derretida, aunque lo que se pierde ahora no es el hielo sino la oscuridad de los días. Y aún así esta mañana los pastos amanecieron blancos. Eran ya las doce y bajo la sombra de los árboles deshojados seguían sus sombras fantasmas dando frío al suelo, porque mientras el pasto reverdecía con el sol, continuaba sin embargo blanco bajo las arboledas.
Al fondo, sobre el Petón, con cinco verdes distintos de los montes superpuestos hasta el cielo, sobre la cima que es casi un cumio y que podría haber sido, si no un castro, el mejor de los outeiros, los caballos de Alisonne, uno zaíno y otro bayo, o eso me parece, tengo que preguntárselo, seguro que no acierto, parecían los caballos figuras del paisaje en un cuadro.
Sobre la hierba, han salido ya las primeras belloritas como las estrellas sobre el cielo de invierno, que es el que más me impresiona, porque el frío me hace anhelar más el calor de las estrellas mientras las contemplo por encima de una parra sin un solo pámpano y de un naranjo cuajado de frutos. Al lado, la camelia arborescente, llenando de flores blancas el cielo. Con la helada, sus pétalos se oxidan, por eso me parecen más hermosas estas flores, porque no duran, dejando en el aire, antes de caer, un suspiro mudo que se convierte en sombra blanca, al alfombrar de pétalos el suelo, parecida a las sombras escarchadas que columbro desde mi ventana bajo los alcornoques y las ramas rojizas de un tilo.
Hace frío, eso desde luego, como si se hubiera venido a vivir unos días, trashumando, el frío castellano a Galicia, cambiando nuestras nubes por el claro del cielo y del firmamento, por la luna justo enfrente, asomando fría y cálida al mismo tiempo, sin un solo jirón de nubes con los que construir un halo rosa de la luz queriendo salir de entre las brumas. No las hay más que en las vaguadas de los ríos, cuando los cejos y las gatas se deshilachan con el día como las nubes de azúcar de una feria. El resto, es todo rotundo, azul profundo, blanco de hielo, quietud de rama en invierno cubierta de estorninos pintos aselados a punto de marcharse tras la luz del ocaso, entre mil cantos copiados al aire, a su dormidero.
Pero hay ya unos pajarillos que han empezado a disgregarse en parejas, esos verderones que hasta hace unos días volaban en grandes bandadas buscando juntos el alimento, comienzan, a pesar del frío, a romperse en parejas porque la luz está creciendo y ya surgen de la tierra las flores hiemales del invierno, narcisos, belloritas, anémonas, como si contaran a oscuras las vueltas que da el mundo.
Es invierno, pero la primavera está agazapada en todas las esquinas de los sucedidos de cada día, sepultados entre las desgracias de la Tierra.
Desbrocen.
Que no nos encuentre congelados hasta el alma.
El eje de la Tierra sigue inclinado, y el mundo sigue dando vueltas.
Siguen pasando las estaciones.
Que no llegue la primavera sin verla llegar.