La tarde
Dicen que el anticiclón se ha instalado de nuevo.
Se nota hoy, en el salón, con las líneas de luz entrando por la ventana.
Yo me siento más que afortunada con esta luz que tiene hoy la casa.
Puede que no necesite mucho más, en cuanto a las necesidades materiales, si tengo lo inmaterial de esta luz que va a dar a la chimenea, llena de leña, apagada.
Aún no la he encendido.
No ha hecho el frío suficiente para tal cosa.
Y tampoco ha llegado esa calma que cada vez me gusta más, ese no hacer nada frente a la lumbre, sólo mirar y pensar.
No sé que está sucediendo con estos días del otoño que se nos están marchando sin habernos puesto aún a encender la chimenea, que es, en ocasiones, lo mejor que podemos hacer con el tiempo, verlo pasar delante del fuego.
Al menos tenemos este sol, del fuego en la lejanía, entrando en el salón a esta hora de la tarde en la que no sé si dedicarme a barrer los pámpanos caídos de la parra; si salir a recolectar la ropa tendida, antes de que llegue la noche y la empape a la luz de las estrellas; o si escribir el libro que ya estoy acabando y no termino; o si encender al fin una chimenea para no hacer nada.
Creo que haré esto último.
Hay veces que lo necesito.
Detenerme a no pensar.
A esperar no sé muy bien a qué.
Grandes cosas han sucedido de esta manera, sólo pensando, sin hacer absolutamente nada.
Y a mí hoy me hace falta quedarme quieta y apreciar cómo el sol empieza a descender hacia la curva de la Tierra, marchándose en silencio del salón.
He abierto las ventanas para que se quede todo el tiempo que pueda.
No ha empezado a marcharse y ya me da pena que se vaya.
La pena por anticipado es un sentimiento que albergo cada día, antes de que termine.
Me pregunto quién o qué manda en el Sol.
Por qué se marcha, tan obediente, a su hora.
Hay tardes que me gustaría que durasen más, como ésta, para escribir palabras que no hagan ruido sino luz.
“El tiempo se agarra a la luz para ir pasando”
Y luego seguir, ya sin sol, mirando al fuego.