Un paseo entre las piñas
Me he prometido a mí misma dar cada día un paseo por los caminos y traerme, por cada paseo, una piña y un plástico del suelo.
Puedo dejar de recolectar la piña, pero soy incapaz de renunciar al plástico, que es lo que más me duele encontrar en el camino, de manera que al llegar a casa tengo que rebuscar como un mendigo en la basura para encontrar la piña que echo al cesto de varas de castaño como testigo de que di un paseo otro día.
Por ahora llevo cuatro piñas.
Sé que hay aplicaciones que te llevan a calcular los pasos que das y la actividad que has realizado a diario, pero a mí me gusta este método rudimentario y rústico de contar mis pasos multiplicando el recorrido por el número de piñas que haya en el cesto.
Tal vez cuando llegue el invierno habré caminado de aquí a la Luna y el cesto de varas de castaño esté lleno, listo para encender la chimenea con una piña cada día.
Fue Pilar quien me enseñó a encender de esta manera el fuego, poniendo la piña del revés, quemándola por ápice, para luego entrar el fuego por el aire que hay entre sus escamas y prender así la leña seca al sol del verano.
Me gusta la manera en la que se unen las estaciones en estas cosas sin importancia.
Que los paseos de la primavera enciendan el fuego del invierno.
Es así como mido el tiempo ahora, por las cosas que pasan, como un agricultor que mira al cielo y ve pasar las nubes como ve pasar las estaciones, con toda la naturalidad del mundo.
A mí me gustaría disponer de tiempo ahora para no hacer nada, y seguir escribiendo como si paseara, recolectando las frases como una piña en el camino para echarla al saco de palabras de un libro. Pero por ahora no puedo permitírmelo. Me he vuelto activista y no me deja tiempo para nada. Aunque no perdone estos paseos en los que no pienso en nada mientras mis piernas caminan como si pensaran.
Me he dado cuenta, ahora que sé lo que es poder perder un territorio sobre el que jamás pensé que caerían las zarpas de los especuladores más preocupados hasta ahora por los solares urbanos que por estos paisajes agrestes; me he dado cuenta, escribía como si paseara por esta página en blanco, que todo lo que me rodea y que siempre he apreciado, es aún más valioso de lo que creía, que esos Narcissus triandrus que llenan el terraplén de flores de un amarillo desvaído que cabecean con el paso, como un respirar, del aire, resulta que pertenecen a una especie protegida por directivas hábitat comunitarias.
Todo, de pronto, se ha vuelto más valioso para mí, y voy por el camino nombrando con el pensamiento lo que veo, unos jilgueros en el sauce, una pareja de palomas torcaces que levantan el vuelo a mi paso, las dedaleras erguidas con su rosario de flores fucsias, las flores blancas de los corimbos del saúco, como estrellas caídas sobre la tierra del camino.
Me encantaría tener tiempo y un permiso para sembrar las plantas silvestres.
Dedicarme sólo a cultivar las flores y la escritura el tiempo que me quede.
Espero que la vida no me ahorre la vejez demasiado pronto.