Isabel Muñoz
Isabel tiene el pelo oscuro y la mirada clara.
Habla muy bajito como si temiera que las imágenes pudieran salir volando igual que las palomas torcaces de los sembrados.
Trabaja en blanco y negro porque la verdad, que es lo que alcanza Isabel con sus fotografías, es como esa misma palabra sobre el papel: verdad, negro sobre blanco.
He venido a coincidir con Isabel Muñoz por caminos muy distintos gracias a un objetivo común que es el de mostrar y demostrar la dolorosa belleza del mundo, según barruntamos tomando un café, medio sentadas sobre el borde de una mesa, de espaldas a una fotografía, grande como un mantel, de un bonobo que parecía mirarnos mientras conversábamos, las dos vestidas de negro, las dos muy blancas, más transparente la tez de Isabel en la claridad de su estudio.
Se podría decir que el Congo, y en particular los bonobos, nos han unido en nuestros quehaceres, tan distintos, lo cual me lleva a colegir que realmente tienen estos simios algo de humanos ya que, de no ser así, no creo que Isabel se hubiera fijado en ellos, como yo no me he fijado hasta ahora en otra cosa que lo que no era humano, pero que tenía vida.
Esta coincidencia corrobora lo que ya sospechamos al observarlos por separado: que los bonobos están en la frontera de lo que somos, o lo que fuimos, alejados de nosotros como de los chimpancés por el río Congo, donde quizás algún ancestro común quedó a la deriva sobre una de esas islas flotantes que arrastra el río aguas abajo entre remolinos.
Si bien chimpancés y bonobos, cuyas poblaciones viven separadas todavía hoy por el curso de agua, difieren ambos con nosotros en sólo un 1,3% del genoma, convenimos Isabel y yo en la cercanía que intuimos en el bonobo cuando lo vimos cada una por nuestro lado y sin haber coincidido en la reserva Lola Ya Bonobo, gracias a la amabilidad de su fundadora Claudine André.
Me contó Isabel que, para poder fotografiar a los bonobos, le permitieron subirse a la barca con la que les llevan el alimento navegando por una tranquila laguna que sirve de barrera de seguridad, aunque no sean agresivos, porque temen tanto los bonobos al agua que Isabel incluso mientras los fotografiaba para su “Álbum de familia” pudo observar cómo vadeaban la orilla con la ayuda de un palo para no tocar con los pies el agua.
Quiere regresar para fotografiar esos pies, y las manos.
Hace varias noches, subiendo con mi marido por la oscuridad brillante de la calle Limón, llegamos a la galería Blanca Berlín para contemplar, asombrados, la exposición “Álbum de familia” de Isabel Muñoz, donde se puede ver a los bonobos, y demás familia, hasta el 27 de febrero.
Se nota la libertad al haberlos retratado, en blanco y negro, con todo el misterio de cuando no había más color que el del vacío.
Recuerdan a esos retratos de familia llenos de seriedad que nos conmueven por la gravedad del paso del tiempo.
¡Ha traído la expresión desde tan lejos!
Tal vez en los bonobos coincide la parte de humanidad que ha visto en ellos Isabel; y en mi caso, la parte de Naturaleza.
O quizás es al revés, y yo retrato con palabras lo humano de una flor; e Isabel con su fotografía lo que de Naturaleza hay en las personas.
Nunca hemos trabajado juntas, pero quién sabe.